2020 ha sido el año en que Adelante Andalucía se convirtió en una torre de Babel. Cuando echó a andar en 2018, todos hablaban la misma lengua; un año y medio después, hablan idiomas no ya distintos, sino contrarios. La casa común de la izquierda ¿presocialista, postsocialista, extrasocialista, antisocialista? cuyos cimientos levantaron ilusionadamente y mano a mano Teresa Rodríguez y Antonio Maíllo es hoy un casoplón desventrado.

Los resultados en las autonómicas andaluzas de 2018 fueron mediocres y Adelante nunca logró reponerse de aquella decepción. ¿Qué habían hecho mal? ¿Cómo es que Izquierda Unida y Podemos sumaban menos juntos que por separado? Dos años después, el enigma no ha sido resuelto.

En pocos meses todo se precipitó: Maíllo regresó a su instituto a seguir impartiendo clases de Latín y Rodríguez se fue distanciando cada vez más de Podemos, en particular por coaligarse con el PSOE en el Gobierno de España, y ello a su vez abrió una grieta insalvable en los cimientos sobre los que se había levantado Adelante.

Cada fue más evidente que el Adelante de Teresa Rodríguez no era el Adelante de Pablo Iglesias, Alberto Garzón o Toni Valero, el sustituto de Maíllo al frente de IU Andalucía. Ella quería una marca confederal, ellos federal; ella era contraria a coaligarse con el PSOE, ellos favorables; ella apostaba por un cierto soberanismo andaluz que ellos detestaban. Ambos proyectos eran legítimos… pero incompatibles.

Teresa Rodríguez era el alma de Adelante, pero Izquierda Unida y Podemos eran su cuerpo. Ella parió al bebé, pero la suya fue una gestación subrogada. Cuando la cosa se puso fea, Teresa quiso quedarse con el niño, Izquierda Unida y Podemos se opusieron, el contencioso llegó a la Mesa del Parlamento, ésta echó mano de su espada como Salomón pero, al contrario que el sabio monarca, partió al niño en dos. Que Teresa, ciertamente, se haya llevado la peor parte es lo de menos: lo sustantivo es que un bebé partido es dos no es un bebé, sino una piltrafa.

Legítimamente, Teresa Rodríguez sueña con tener una casa izquierdista, ecologista, feminista, andalucista y soberanista, pero ha querido construírsela con materiales que no eran de su propiedad: suyos eran la idea, el sueño y los planos, pero no el solar, los ladrillos o la hormigonera.

Aun así, aun sin financiación, sin mano de obra y sin terreno propio, la dirigente gaditana está determinada a construirla. Anticapitalista y atea, su verdadero capital es de orden espiritual, no material: es la fe y de ella se dice que mueve montañas.