Dice mi amigo Pepe Zúñiga que, cuando oyó el miércoles a Rajoy declarar como testigo del caso Gürtel sobre la financiación irregular de su partido, le entró una gran sensación de impotencia e indignación por verlo y oírlo expresarse con un cinismo tan absoluto y con tanto desprecio, no solo a la verdad sino, sobre todo, al sufrimiento de tantos miles de personas que están siendo masacradas por el martillo legal de las políticas ilegítimas del PP.

Un poner, el caso de Juana Rivas, esa madre que se ha visto obligada a esconderse para no entregar en custodia a sus dos hijos a ese padre maltratador que los reclama legalmente, con la connivencia de la Fiscalía especializada en violencia de género, que ha optado por lavarse las manos como Pilatos y dar la razón al malratador mirando al tendido mientras el conjunto de los poderes públicos, excepto una parte del de la comunicación. Es el crimen del discurso de la legalidad constituida para dar la razón a los verdugos y quitársela a las víctimas inocentes, pobreticas nuestras de nuestro corazón. No hay que ser cabrones ni tener cara.

Ni tampoco por hacer coincidir la publicación de los datos aparentemente espectaculares de la Encuesta de Población Activa de Julio con el encrespamiento de la opinión pública con motivo del juicio la Gürtel, siendo así como es (cierto) que el crecimiento de las dimensiones de la población activa no impiden el empobrecimiento progresivo de los españoles, trabajen o no, porque cada vez cobran menos y andan más cerca de la pobreza real de modo que la aparente bonanza económica es tan falsa como cierta la huella indeleble de la corrupción manifiesta contra lo que nada pueden las triquiñuelas informativas. No hay que tener cara.

Y más aún cuando se acusa a tirios y a troyanos de oler lo relativamente poco cuando se tiene debajo y se huele lo absolutamente mucho por los cuatro costados de su pestilente humanidad y se ve papablemente, esto es, ex cathedra romana, ser cierto lo intenso del olor propio y menos el de los demás en términos comparativos apabullantes, de ahí el cinismo de sacudirse de lo propio y de insistir en resaltar lo ajeno siendo como es mucho más grave lo uno que lo otro. 

Por eso, no hay que tener cara ni na[da] para exhibir ese gesto de inocencia estrábica mientras se acusa a tutti quanti con pruebas poco sólidas o, incluso, si ellas y se pervierte al pueblo y al país.  Apañados estamos.