Debería existir, si realmente no existe ya, una disciplina científica que consistiera en tratar de encontrar la explicación a cuanto fenómeno paranormal nos rodea. Es la rama a la que se dedica Benjamin Radford. Este científico ha quitado la sábana a muchos de los fantasmas que nos acechan, como por ejemplo, al chupacabras.

Animal extraterrestre

El chupacabras en una leyenda reciente. Surge a mediados de los años 90 cuando un pastor de Puerto Rico se topa con un extraño animal que ha atacado a su ganado. Cuadrúpedo, sin pelo, con largos dientes y ojos brillantes. Con más forma de extraterrestre que de criatura terráquea, declaró el atemorizado ganadero. Este ser estaba detrás de las muertes de animales de granja. Al parecer les mordía en el cuello y les succionaba la sangre hasta la última gota. Y desde ese momento siguió apareciendo en diferentes lugares. México, Chile, Nicaragua, Argentina, Brasil. Incluso en Florida y Texas. Y en cada ocasión se reportaban diferentes formas. Desde el animal que se movía a cuatro patas ya descrito, a un ser bípedo de unos 1,20 metros de altura u otro mucho más pequeño, con pelo ralo y una dentadura llena de colmillos.

Pruebas de ADN

Radford se acercó al fenómeno con curiosidad científica. Sin querer descartarlo o ridiculizarlo de primeras. Porque, además, allí quedaban las víctimas del chupacabras como prueba de su existencia. El investigador centró el análisis en los presuntos ejemplares de chupacabras abatidos por ganaderos, sobre todo en Texas. 12 ejemplares a los que Radford pudo extraer el ADN. Criaturas que se parecían mucho a las descritas por algunos ganaderos. Con cuatro patas, sin pelo y la piel de aspecto quemado. El resultado del análisis de ADN dio como resultado que se trataban de perros, coyotes y mapaches. La razón de su aspecto alien era más prosaica. Todos los animales padecían sarna sarcóptica, una enfermedad producida por ácaros. Esta patología, bastante frecuente, acaba con el pelo del animal, que al rascarse, se produce heridas profundas sobre la piel. El aspecto final encajaba con el descrito para el chupacabras.

¿Y la ausencia de sangre?

En cuanto a las víctimas, también la explicación encajaba. Los perros y los coyotes atacan a sus presas mordiéndoles en el cuello. Si son sorprendidos huyen y el animal atacado muere por hemorragia interna. Al morir, el corazón del animal deja de latir, la sangre se concentra en las partes más bajas y se coagula. Por ello es difícil encontrar sangre fresca en estos animales atacados. Radford concluye con una sentencia clara. “Para mí no hay ninguna razón para creer que exista nada extraño o paranormal en los ataques al ganado”.