Hace exactamente dos siglos hubo un “año sin verano”, el de 1816, que ha dado pie a obras literarias y hasta pictóricas. No será el caso de 2016, al menos en Balears, donde será recordado como el año del agobio turístico, aunque cabría mejor denominarlo como el del “descubrimiento del agobio turístico” puesto que el fenómeno viene de muy atrás.
El archipiélago es un viejo coche tuneado que, para competir, sobrepasa el límite de revoluciones del motor
La medalla de oro al récord turístico 2016 admite interesantes matizaciones. Ha aumentado el gasto global por turismo, alrededor del 11% pero ha bajado el gasto por cada turista, casi en un 2 por ciento. Tenemos un negocio en el que vendemos un producto barato (en consecuencia, de gama baja) pero los beneficios llegan porque vendemos mucho. Es lo que se llama “chinización” económica, basada en la cantidad y no en la calidad. O capitalismo salvaje, si se quiere, cuya única salida adelante es producir cada vez más al coste marginal que sea (incluido el medioambiental y el social).
Viniendo de dónde venimos (paro y crisis), pocos se atreven a denostar el sistema que ha permitido levantar ligeramente la cabeza a la clase trabajadora (incluso a pesar del propio sistema). Los sindicatos ya han advertido del peligro de jugar con el turismo que nos da de comer.
Sin embargo, Balears es un viejo coche tuneado que, para estar en competición, debe poner el motor a su máxima capacidad de revoluciones, con la lucecita roja encendida, ya entrando en el calentón. Demasiada velocidad, motor deteriorado y zurzido mil veces, averías en cada vuelta… Con las costuras a punto de reventar, aparece la sombra del accidente, del que no solo saldrían perjudicados los conductores, sino los numerosos mecánicos y gran parte del público en general.

Es tiempo de ir a boxes para un repaso general y diseñar nueva estrategia.