Uno de los primeros consejos que recibí en mis comienzos en este raro oficio que es el periodismo, de ello hace ya más de medio siglo, me lo dio mi admirado y tan añorado maestro Josep Pernau: “Un periodista nunca debe ser el protagonista de un artículo escrito por él”. Aquel fue uno de los muchos consejos que recibí de aquel gran periodista, verdadero referente profesional, ético y cívico para mí y, por suerte, también para muchos otros periodistas que tuvieron la suerte de trabajar con él.

Haré una vez más honor a los consejos de Josep Pernau y no hablaré de mí. Entre otras razones porque los lectores de ELPLURAL.COM están ya informados sobre el caso, gracias a mi buen amigo y colega Miquel Giménez.

No obstante, me considero en la obligación moral de denunciar la peligrosa deriva que se está produciendo en gran parte de los medios de comunicación catalanes. En especial en los de titularidad pública, y en concreto en los medios dependientes de la Generalitat –TV3 y Catalunya Ràdio, con todos sus canales en ambos casos. Pero sucede también en algunos medios de comunicación privados, que dependen en gran medida de las cuantiosas y arbitrarias subvenciones que reciben del gobierno de la Generalitat.

A medida que el denominado “proceso de transición nacional” sigue, y lo hace sin orden ni concierto, con la constatación cada vez más clara que el movimiento independentista se ha metido en una suerte de callejón sin salida, la radicalización se impone en su interior. Ya he hablado de ejemplos recientes de esta radicalización, que van desde la publicación del infamante panfleto titulado Les perles catalanes, en el que son consideradas como traidores a la patria gran número de personalidades de todo tipo, hasta el manifiesto Koiné que, además de utilizar términos ofensivos e insultantes para gran parte de la ciudadanía catalana, propugna que el catalán sea el único idioma oficial en una supuesta futura Cataluña independiente, sin olvidar los actos vandálicos cometidos en Jafre en la residencia familiar de Albert Boadella, por citar solo un caso reciente.

Todavía más reciente es el acto vandálico perpetrado por un reducido grupo de universitarios independentistas, tan extremistas como exaltados, que ayer al mediodía atacaron a otros universitarios, estos miembros de la entidad anti-independentista Societat Civil Catalana, en la Universitat Autònoma de Barcelona (UAB). Además de gritarles, increparles e insultarles, les agredieron físicamente, destrozaron a navajazos una bandera constitucional española y les amenazaron con atacarles con la misma navaja.

Esta radicalización está llegando ya a unos niveles insoportables en algunos medios de comunicación. En especial, repito, en los que de un modo directo dependen del gobierno de la Generalitat. Se excluyen y silencian por completo las hasta ahora ya muy pocas voces discrepantes. Se ejecutan todo tipo de depuraciones y purgas, en ocasiones intentando ocultar las razones exclusivamente políticas de estas decisiones. Se impone el pensamiento único desde el ordeno y mando, negando toda posibilidad al pluralismo, al debate abierto y libre.

A medio camino siempre entre su Cataluña natal y su residencia actual en Madrid, Carles Francino lo definía de forma dramática y muy lúcida el pasado domingo en el título de un artículo publicado en El Periódico de Catalunya: “¡Qué mierda de país!”.

¿Realmente es éste el “nuevo país” que quieren fundar los defensores de la llamada “revuelta de las sonrisas”? ¿Desean acabar por siempre con la diversidad y el pluralismo que han sido siempre una de las mejores y más sólidas bases culturales, lingüísticas, ideológicas, políticas y sociales de Cataluña, el fundamento mismo de su patrimonio colectivo?

Que les quede muy claro que quienes no estamos dispuestos a aceptarlo les plantamos y seguiremos plantándoles cara, si es preciso a pecho descubierto. Algunos lo hicimos ya en tiempos sin duda más difíciles, enfrentándonos en la medida de nuestras posibilidades a la dictadura franquista, en defensa de una sociedad realmente democrática y libre, sin un pensamiento único impuesto desde el poder y con la asunción de la diversidad y el pluralismo como una gran riqueza colectiva. Que les quede muy claro: estamos dispuestos a seguir haciéndolo ahora.