La presencia deportiva en los Juegos Olímpicos vino precedida por la ya famosa polémica de la ropa que lucen los atletas en la Pérfida Albión. Elevado a cuestión nacional desde el trampolín de las redes sociales, los atuendos se convirtieron en el tema de conversación favorito en la previa olímpica, pese a que sin rascar mucho ya podíamos hacernos una idea de que estos no serían precisamente los Juegos de España. Quizás borrachos de éxito tras la consecución de la segunda Eurocopa de fútbol consecutiva, nos dedicamos a otro de los deportes nacionales, que no es otro que la elevación de lo accesorio a la categoría de prioritario. Mirando hoy al medallero nos damos cuenta de que la ropa no era el problema. En este asunto el Comité Olímpico Español tenía la batalla perdida de antemano. Si el chándal no gustaba caerían palos por doquier, pese al ahorro para las arcas de la institución que ha supuesto el acuerdo con la marca elegida. Por el contrario, si se hubiese pagado el dineral que costaba equipar a nuestros atletas con algo más “pijo”, la polémica hubiese sido monumental por derrochar dinero en tiempos de crisis simplemente para ir más guapos a Londres. Particularmente, prefiero la solución elegida y, si se me permite, tampoco me parece que los nuestros destaquen especialmente sobre el resto, ni que tengan que marcar tendencia.
Llevamos pocos días de competición, y tiempo habrá para la reflexión tras su conclusión. Esperemos que, en esta ocasión, nuestra principal preocupación sea conocer qué le ocurre al deporte español, más allá de la gran emoción que inyectan los éxitos colectivos y algunos deportistas sobresalientes en lo suyo. El número de medallas puede ser mayor o menor que hace cuatro años, pero comienza a estar claro que existe un declive y su prolongación en el tiempo puede hacernos retroceder décadas, dejando aquel medallero de Barcelona 92 como un sueño que sólo los más mayores del lugar podrán contar a sus nietos recordándoles que, en efecto, hubo un tiempo en el que casi creímos llegar a la altura de los más grandes, y eso que todavía no habíamos ganado un Mundial de fútbol.
Ion Antolín Llorente es periodista especializado en comunicación corporativa y política
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