Manuel lleva ya tiempo con una pesadez física que le nace en el alma. Es una sensación de malestar; de no encontrarse a gusto pese a tenerlo todo a favor. Ni siquiera le pone los cuernos a su mujer, tras muchos años de matrimonio y algunas opciones realistas de haber podido hacerlo, cosa que hace unos años le hubiese parecido algo impensable. Y no echa de menos a otras, algo que también le sorprende. Para rematar la faena, es feliz con ella, sigue enamorado y no le da vergüenza reconocerlo. Vamos, que en definitiva nuestro amigo Manuel vive tranquilo y tiene todos los mimbres para hacer el cesto de la felicidad sin mucho problema. Pero en vez de eso, le sale un botijo. No se encuentra.

Después de levantarse de la cama comienza su ritual diario. Pone la radio para escuchar las noticias. Hace tiempo que se pasó a Radio Nacional de España como primera parada, para seguir por la SER y algo de Onda Cero. Su cabeza no le permite el suministro de pensamientos únicos mediáticos, porque bastante tiene con sus propias deducciones de la realidad. A través de las ondas le llegan los ecos de una prima de riesgo disparada y demás desgracias económicas en la boca de los tertulianos habituales. Nada nuevo, piensa, mientras se ducha y trata de quitarse las legañas a la vez que esa pesadumbre que comienza ya, tan pronto, a colarse dentro de su alma. Tiene cojones, reflexiona para sus adentros, y todavía no son las nueve de la mañana.

Mientras se come un atasco de padre y muy señor mío camino del trabajo, la radio le acompaña en la misma tónica anterior. Cada análisis periodístico es peor que el escuchado ayer, y Manuel empieza a pensar que de verdad esto no tiene solución. Llegar al trabajo es un alivio - quién lo diría, colega - y corre a su mesa para buscar refugio en el montón de papeles acumulado durante toda la semana. Es jueves, los nuevos viernes, y toca comenzar a afrontar todo eso que ha ido dejando para el final de la semana desde el lunes, para cuando tuviese menos pereza y más aliento vital. No es el caso, pero no queda más remedio que ponerse.

En el almuerzo baja al bar de siempre, donde los parroquianos tienen las conversaciones de siempre y se cagan para todo y todos. Cuando hablan de fútbol se ponen tremendamente pesados, pero es mejor que escuchar otra vez el análisis de la situación política y económica, en este caso con más pasión, el mismo criterio y pidiendo la guillotina en la Puerta del Sol. Manuel comienza a sentir cansancio físico. Son las once de la mañana y decide abrir el periódico. Lo cierra a los cinco minutos. No puede más.

El resto del día, nuestro amigo se convierte en una especie de autómata que sólo piensa en volver a casa y tapiar las puertas y ventanas para que no entre ni el aire. Tiene la convicción de que todo se ha contaminado. El pesimismo la llegado con más fuerza que la peste negra, y no se le ocurre otra solución que la de aislarse del resto de mundo en espera de tiempos mejores. Hará acopio de víveres y le dirá a su señora que no queda otra. Fuera todos están contagiados, le dice, y lo peor es que Manuel tiene la sensación de que esa es la fuente de su mal. En algún momento el pesimismo atravesó su coraza física, y le llegó muy dentro. Poco a poco le gana la batalla a su tradicional alegría, y no puede permitirse hincar la rodilla. Asumida la batalla general como perdida, librará la suya propia en su terreno.

Manuel hace meses que no sale de casa. Su mujer se marchó con su madre hace semanas, y no sabe nada de él. No coge el teléfono ni responde a los correos electrónicos. Tampoco abre a nadie la puerta. Sus cercanos dicen que es imposible que esté completamente aislado, pero que, conociéndolo, no volverá hasta que no vea algo de color en esta sociedad en blanco y negro que pintamos cada día, cada uno desde nuestras particulares atalayas. El optimismo vive secuestrado por ese panorama monocolor. Nadie ha pedido rescate, ni se espera. De todos depende liberarlo, y afrontar los tiempos duros, que lo son, con la seguridad de que vendrán mejores. Días de mucho, vísperas de nada, decía mi abuelo. Es tan sencillo como darle la vuelta a la frase.

Ion Antolín Llorente es periodista y blogger
En Twitter @ionantolin