Un tipo que sabe lo que es un zabro no es un tipo normal. Cuando en la última y decisiva pregunta de El Rosco de Pasapalabra le preguntaron cuál era el nombre de “un escarabajo que ataca los trigales, especialmente cuando son tiernos”, sus incondicionales nos temimos lo peor porque, si bien Rafa Castaño contestó inmediatamente “zabro”, ni él mismo no parecía estar seguro de haber acertado. La astucia del realizador dejó pasar unos segundos impacientes antes de anunciar que el concursante sevillano había clavado la respuesta y se embolsaba ¡¡¡2.272.000 euracos!!!

Fue un momento duro para su contrincante Orestes Barbero que este sobrellevó con la sonrisa pesarosa y helada del buen perdedor. Castaño ha confesado después en una entrevista que se mostró frío y contuvo deliberadamente su euforia ante las cámaras para no herir la sensibilidad de Orestes, que también mereció sin duda haber salido victorioso.

Es muy probable que, al igual que Rafa, Orestes supiera cómo diablos se llamaba el bicho que ataca los trigales cuando están tiernos. Sea como fuere, al país le vendría bastante bien contar con más personajes públicos, sobre todo de la política, que supieran ganar y perder tan bien como han sabido hacerlo Rafa y Orestes. Pero esto es hablar por hablar: muy parecida en casi todo a la guerra, la política rara vez puede permitirse el lujo de la generosidad.

Quienes han tratado a Castaño en las distancias cortas cuando los atendía como clientes de la librería sevillana Caótica, de la que es socio fundador, no se sorprenden del talante sereno y considerado con que Rafa está gestionando su victoria. El ganador de Pasapalabra siempre fue un librero diligente, meticuloso y bien informado, un tipo capaz de ocultar con naturalidad y modestia el hecho de ser, pese a sus treinta y pocos años, mucho más leído que no pocos de sus clientes y capaz también de sobrellevar con estoicismo y buen humor a las viejecitas que se acercaban por Caótica no para comprar un libro sino para darle dos besos y soñar con tener algún día un nieto como él.

La respuesta a la pregunta de cómo seguir siendo normal después de ganar 2,2 millones de euros es Rafa Castaño, de cuyos labios tampoco saldrá públicamente queja alguna por tener que tributar a Hacienda en torno al 50 por ciento de esa cantidad. “Siendo un gran beneficiado de la educación y de la sanidad pública, me parece bien que yo también aporte con lo mío”, declaraba en una entrevista a Ver Tele publicada por elDiario.es.

A este país tampoco le vendría nada mal que hubiera más ricos como Castaño, aunque la suya sea una riqueza modesta comparada con la que ostentan esos tipos de rostro milagrosamente bronceado en pleno invierno que se llevan sus empresas fuera del país para pagar menos impuestos y encima tienen el morro de proclamar que lo hacen por el bien de España.

Sevillano instruido mas no presuntuoso ni teatrero, se diría que el librero de Caótica pertenece más a la estirpe de Antonio que a la de Manuel Machado, aunque las exigencias del espectáculo lo hayan obligado alguna vez a hacer más del segundo que del primero. Aun así, el dinero es codicioso y siempre existe el riesgo dejarse encerrar en su jaula de oro, pues no faltará quien ofrezca a nuestro héroe estudioso un cheque de unos cuantos ceros por protagonizar algún anuncio televisivo que blanquee la imagen de tal corporación o tal otra.

Por fortuna para él, la fama televisiva acostumbra a ser efímera. Los telespectadores somos, en tanto que telespectadores, gente veleidosa y de poco fuste, lo cual es una suerte para famosos como Castaño, que estará deseando que la gente se olvide de él cuanto antes. No será fácil que ocurra. Queremos tanto a Rafa porque, al contrario que otros ricos, él sí es uno de los nuestros.