Cuando a Octavio y a su mujer les dijeron que su hija tenía un Trastorno Límite de Personalidad (TLP) sintieron alivio, al tiempo que supieron que les quedaba por delante un largo camino de trabajo, pero esta vez sobre una base más firme.

Llegar hasta ahí no fue nada fácil. A los 17 años comenzó con lo que fue diagnosticado como “depresión”. “No quería salir, estaba apática, se encontraba mal”, recuerda Octavio.

En un primer momento, creyeron que podía estar relacionado con los anticonceptivos que la joven había comenzado a tomar para tratar la dismenorrea que sufría.

Ajustaron las dosis, por si se trataba de un efecto secundario, pero los problemas no solo continuaron, sino que se fueron agravando hacia conductas más extremas. “Cada vez era más radical en sus pensamientos, pensamientos autodestructivos”, apunta su padre, que añade que todo esto se mezcló con anorexia y bulimia.

Cuando llegó a conductas autolíticas con verbalización de deseos de desaparecer fue ingresada y entonces oyeron por vez primera esas tres palabras.

Ocurre en buena parte de los casos. No es fácil determinar que se está ante un TLP, ya que este trastorno comparte síntomas con otros. Los psiquiatras subrayan que es clave un buen diagnóstico diferencial a través de evaluaciones y estudios de personalidad completos.

La primera vez que Javier escuchó Trastorno Límite de Personalidad tenía 19 años y llevaba cinco con sintomatología. A los 14 fue al psicólogo por un cuadro ansioso-depresivo.

Como la hija de Octavio pasó por muchos especialistas (psicólogos y psiquiatras) hasta empezar a encontrar respuestas.

"No son cosas de la edad"

El Trastorno Límite de Personalidad es un cuadro clínico que se presenta generalmente entre los 16 y los 22 años, en el desarrollo de la personalidad. Se trata de una especie de inmadurez caracterizada por cambios emocionales muy bruscos, inestabilidad afectiva, conductas impulsivas, accesos de ira o autolesiones, además de por un trastorno global de la identidad.

Todo ello conlleva enfrentamientos con la familia, fracaso escolar y, en muchos casos, adicciones, bien a las drogas o de tipo pasional-sexual. Es frecuente que haya intentos de suicidio, cortes o ingesta de pastillas.

Javier, de hecho, ingresó a los 22 años en un proyecto de control de adicciones. “He tocado casi todas las drogas: alcohol, porros, anfetaminas, quetamina, ….”, reconoce a ELPLURAL.COM.

Le dieron cita urgente, pero aún así tardaron entre tres y cuatro meses en atenderle. Entonces ya había intentado quitarse la vida.

Señales de alerta

Los especialistas alertan de la necesidad de no confundir determinadas conductas que se presentan en la adolescencia con “cosas de la edad”.

“Normalmente se producen cambios bruscos que no reflejan el estilo habitual de esa persona, inestabilidad en el estado de ánimo, descenso en el rendimiento académico, ansiedad, nervios, baja autoestima, hostilidad, intolerancia a la frustración, etc...”, explica Antonio Gil, psicólogo de AMAI TLP, la Fundación de Familiares y Enfermos de Trastorno Límite de Personalidad, una institución privada sin ánimo de lucro centrada en la atención y el apoyo integral a los afectados.

Si los padres ven que sus hijos comienzan a consumir drogas, se enfadan de forma continua con ellos y les culpan de todo, salen y no regresan a dormir, cambian sus amistades habituales por otras tóxicas o peligrosas es importante pedir ayuda y pedirla para todos.

Señales de alerta TLP
 

El entorno y la incomprensión

El TLP no afecta solo a quien lo padece, sino a todo su entorno. “Tienes mucho miedo y desazón”, reconoce Octavio, que, como padre, subraya la importancia de saber “a qué te enfrentas y cómo hacerlo”.

En su caso, comenzaron a ver la luz cuando conocieron esta institución, a través de la que pudieron realizar cursos para progenitores en los que aprendieron cómo abordar la situación. “Una vez que entiendes que el que peor lo pasa es él o ella, todo cambia”, asegura Octavio, que subraya que “es muy importante transmitirles que no vas a abandonarles, que no importa lo que hagan, porque no les dejarás”.

Las personas con TLP “suelen ser muy inseguras y tienen miedo a no ser comprendidas, a hacer las cosas mal. En muchos casos han sufrido rechazo. Se sienten inútiles y raros en su entorno. Les duele el alma. Les duele vivir”, resume.

Javier sabe muy bien lo que es esa incomprensión. Tiene ahora 28 años y hace solo tres meses que le ha dicho a su madre que padece TLP por miedo a qué pudiese pensar.

Se considera afortunado de haber podido contar con el apoyo de su familia, aunque reconoce que sabe de muchos que han perdido sus relaciones familiares.

Es consciente de que no ha sido fácil para los suyos. “Para las personas que te quieren es muy duro. Los padres y los hermanos no comprenden muchas de nuestras acciones y comportamientos, porque al fin y al cabo vamos realizando un proceso desadaptativo. No entienden cómo una persona funcional con un trabajo estable no saber gestionar algo tan simple como que se estropee la batería del coche”, narra.

Si algo sabe Octavio después de todos estos años de lucha es que “cuanto más normal les tratas, más lo agradecen, y si reaccionas mal, más lejos te sienten”.

Y es que una de las grandes mochilas con las que cargan los afectados por TLP es el sentimiento de culpa.

Factores desencadenantes

Hay distintos aspectos que puede contribuir a desencadenar el Trastorno Límite de Personalidad. Por un lado están los factores de vulnerabilidad biológica, unos heredados y otros fruto del desarrollo de las áreas del sistema nervioso central relacionadas con la regulación de las emociones que se da en edades muy tempranas de la vida. “Los pacientes con TLP tienen mayor reactividad a los estímulos emocionales”, precisa el psicoterapeuta de AMAI-TLP.

Por otro, los factores externos, vinculados a la afectividad de los padres, el trato en el colegio o el consumo de sustancias estupefacientes.

“Son personas que han recibido mensajes de invalidación, de que eso no debería de estar, de que molesta”, añade.

Hay algunos casos de TLP de aparición tardía, personas que, teniendo cierta vulnerabilidad, se han ido adaptando porque les ha ido bien, pero que a raíz de algún acontecimiento concreto, sufren un desmoronamiento de la personalidad, pero son los menos.

Factores desencadenantes TLP
 

Una pandemia silente

Entre los adolescentes, sin embargo, se puede hablar ya de una auténtica pandemia en las sociedades del mal llamado primer mundo. “Nuestro estilo de vida está deteriorando la salud mental y disparando el TLP entre los jóvenes”, advierte este especialista.

Organizaciones como AMAI-TLP constatan el aumento de pacientes en edad infanto-juvenil, y se han visto obligados a incrementar el número de profesionales con el que cuentan para responder a las consecuencias más graves de este trastorno.

“El aumento es alarmante”, insiste Antonio. “Estamos desbordados”.

La razones que explican este auge se encuentra, principalmente en las características actuales de nuestra sociedad, consumista, competitiva, exigente y volcada en la actividad laboral, en la que se han abandonado los valores humanistas y el desarrollo íntegro de la persona.

“Hemos fallado en alguna pauta educativa, antropológica”, denuncia Antonio, que añade que “la sociedad se plantea un modelo de ser humano que no somos y que, por tanto, no vamos a cumplir”. “Los seres humanos fallamos, nos equivocamos” expone, pero “hemos dado a los jóvenes la idea de que la vidas no tiene dificultades”.

Si a esto añadimos unas redes sociales que difunden un falso mundo perfecto, tenemos el mejor caldo de cultivo para generar intolerancia a la frustación. Y la pandemia de coronavirus no ha hecho más que agravar la situación.

Tratamiento

Para abordar el TLP es fundamental la farmacología y la psicología.

Los fármacos contribuyen a disminuir los síntomas, como la ansiedad, los accesos de rabia, la tristeza o los problemas de insomnio, aunque hay pacientes sensibles a la medicación que responden mejor sin ella.

El tratamiento psicológico, enfocado en lo que atañe a la identidad, la inseguridad, la necesidad excesiva de estima, la empatía y la relaciones con los demás, es vital. “Les permite aprender estrategias para saber manejar lo que tienen, obtener una experiencia de validación personal y aprender a reparar las heridas del pasado y salir fortalecido”, explica Antonio.

Para Javier, la psicoterapia ha sido clave. “Tener un espacio en el que externalizar todos tus sentimientos y sensaciones, en el que te hagan ver que no todo es como tú piensas es muy necesario”, confirma.

Dada la edad a la que surge este trastorno poner límites es fundamental, ya que estos son imprescindibles para el desarrollo de la personalidad. No hacerlo es uno de los fallos que se han cometido. “Que haya consecuencias negativas para cosas que no hacemos bien es algo que tiene que tener incorporada la educación de nuestros niños”, recalca el psicólogo de AMAI-TLP.” Tenemos que educar en la frustración”.

Del mismo modo, es importante trabajar a nivel familiar mediante el abordaje del apego y la afectividad, las dinámicas y los conflictos que puedan existir.

Instituciones como AMAI apuestan, además, por un concepto de salud integral para la recuperación de este tipo de pacientes, que van desde la nutrición y el deporte hasta la integración sociolaboral.

Y es que, si bien la vulnerabilidad biológica es crónica, el trastorno no lo es y recuperarse es posible.

Romper tabúes y estigmas

Sin embargo, para seguir avanzando en el abordaje del Trastorno Límite de Personalidad, como en el conjunto de la salud mental, urge acabar con tabúes y erróneas creencias.

“El estigma está basado en tres ideas falsas, que la sociedad asume como ciertas: que son peligrosos, que son inmaduros e infantiles o que son personas que siempre van a necesitar a alguien al lado”, indica Antonio. “Hay un guion para esas personas, por eso no se habla de ellas y, en muchos casos, no se afronta de cara”, denuncia.

También Octavio asegura que “siguen existiendo muchos prejuicios” porque “nadie admite que el órgano más importante de nuestro cuerpo puede enfermar”.

Una asignatura pendiente

Como sociedad tenemos, por tanto, un largo camino que recorrer. Javier tiene claro que el primer paso habría que darlo en la escuela, educando en inteligencia emocional.

“Las personas con trastornos mentales estamos muy desamparadas”, denuncia, y su agradecimiento porque se hable de estos temas denota el olvido y la invisibilidad a la que están condenados.

A esto se suma la falta de medios. La salud mental es “un poco elitista”, afirma este paciente con TLP. “Yo puedo invertir un dinero en cuidarme mentalmente, pero no todo el mundo puede”.

“El sistema, sin duda, es deficitario”, corrobora Antonio, que subraya también la necesidad de “formar a los profesionales en la especificidad de este tipo de trastornos”.

“La enfermedad mental es algo propio del ser humano y tenemos que normalizarlo”, concluye.