Secun de la Rosa (Barcelona, 1969) nos recibe entre bambalinas en el teatro Infanta Isabel, en el emblemático barrio de Chueca. Un enclave que en su día fue también reducto de una minoría que se abrió hueco a base de principios que costaron en ocasiones la vida. Los que hoy son bien reconocidos como héroes -aunque queda mucho por avanzar- en su día estaban mal vistos por una sociedad que no supo adaptarse a los tiempos.

Curioso, sin duda, aquel momento de España, en el que los unos se mostraron incapaces de evolucionar con el tiempo que estaba por venir y los otros corrieron quizá demasiado en un país incapacitado todavía para entenderlos. El legado que dejaron los segundos en buena parte del mapa no se borrará jamás, pero es verdad que el momento actual en delicado. Si la Memoria peligra o no, no corresponde al redactor de estas líneas decirlo, lo que sí puede afirmar es que obras como Las Piscinas de la Barceloneta, que estará en Madrid hasta el 30 de junio, son necesarias ante determinados discursos.

Respecto del trabajo, se trata de un monólogo teatral en el que Secun de la Rosa se mete en la piel de Sebastián Alonso Roca, un hombre de mediana edad que añora el verano del 77 y aquella piscina de sal a la que acudía toda la contracultura no solo catalana, sino de toda Europa. Términos como anarquismo, marxismo y un largo etcétera se pusieron sobre la mesa, también la lucha sindical y un concepto de barrio que algunos aseguran, nunca volvió a ser tal.

PREGUNTA (P): En Las piscinas de la Barceloneta haces alusión a “las putas, maricones, travestis y artistas del Paralelo” que acudían a la piscinas de sal. Tú sabes de ese movimiento contracultural, pero nos decías antes de esta entrevista que la obra no es autobiográfica. Cuéntanos, ¿cómo diste forma a la obra?

RESPUESTA (R): Cuando yo era pequeño vivía como en el extrarradio. Un día vino un colectivo, entonces se llamaban los progres, a principios de los 80, a grabar cómo vivían las bolsas de población migrante en la ciudad. Estas cintas, que grababan los barrios y la contracultura, en Las Ramblas, la gente de los cabarés… quedaron en el olvido, pero muchos años después llegaron a mis manos.

P: ¿Por qué ese reducto merece un homenaje?

R: Porque creo que los que formaron parte de él son o fueron héroes anónimos. Personas que creyeron en la libertad y lucharon por ella. Me parecía muy bonito, necesario y además considero que es el momento perfecto para abrirnos la memoria.

P: Si me permites una pregunta electoralista que tiene que ver con esto último. No sé si tienes miedo o respeto a que se retroceda en derechos el 23J, máxime viendo los resultados de las elecciones autonómicas y municipales.

R: Como te he dicho, me parece muy interesante hacer la obra justo ahora, precisamente por lo que preguntas. Sebas se va dando cuenta de cosas que vivió como oleadas, se plantea si lo vivió de verdad o adormecido, si creyó en algo o no, si se dejó llevar por la marea y hasta qué punto él pueden hacer cosas ahora. No quiero hacer spoiler, prefiero que la gente viaje con Sebas, pero va en esta línea…

Recuerdo cuando vino Juan Diego -fallecido en abril de 2022- a ver la función. Él además de actor era un hombre muy combativo, que peleó mucho porque no existieran las dobles funciones y otros asuntos de la lucha cultural; y siempre me decía que todavía hay tiempo para cambiar cosas y luchar por derechos y libertades. Yo quiero creerle, pero el momento actual es peculiar.

Quiero creer a Juan Diego cuando me decía que todavía hay tiempo para cambiar cosas, pero el momento es peculiar.

Un ejemplo concreto. El momento en el que Sebas va a al colegio, por ejemplo, se estudiaba pretecnología. O sea ya en los 70 nos estaban diciendo que iba a llegar la tecnología y la pos tecnología. En Barcelona la asignatura pasaba por dibujar, crear… sin saber que iba a llegar un momento tan tecnológico en el que las opiniones y la ideología están pendientes de un algoritmo o de lo que crees.

P: Siempre hablas en tu infancia de dos etapas. Una antes de la llegada de tu hermano, en la que das rienda suelta al sentimiento barrionalista, y otra en la que os mudáis a un barrio “quinqui” y en la que pasas más tiempo en casa. ¿Fue aquí donde se empieza a forjar el Secun que hoy conocemos?

R: La obra tiene una parte de realidad a partir de la hemeroteca y otra de ficción, pero no es autobiográfica porque además yo era muy pequeño cuando pasó todo lo que relato, como ya he dicho. Pero sí es verdad que he arramblado mucho con ese momento para dárselo a Sebas. En los 80 vivíamos en un barrio muy humilde, obrero, y cuando nace mi hermano nos vamos a uno más grande, con mucho esfuerzo de nuestros padres que consiguieron un pisito.

Es verdad que esa Barcelona convulsa que empezaba a construir barriadas en el extrarradio no era el mundo idílico en el que había crecido. De repente me encuentro en un barrio con mucho descampado, de quinquis, navajeros… En aquellas montañas cercanas a donde yo vivía se rodó mucho cine quinqui, de los perros callejeros… Con eso lo digo todo. Y sí es verdad que todo eso a mí me abrió los ojos y me parece un mundo muy peculiar. Yo afortunadamente cuando pude volé de ahí al teatro.

En los 80 vivíamos en un barrio muy humilde, obrero. Mis padres consiguieron un pisito en el extrarradio, donde se rodaba cine quinqui. Todo eso me abrió los ojos.

Pero la historia de Sebastián no es la de un chico que quiere ser actor ni nada de eso, sino de un chico de barrio al se le ofrece la oportunidad de conocer la piscina y se queda en ese mundo. Entra a trabajar con su padrino en una fábrica de telas… En fin, refleja muy bien ese contraste de entones, porque no deja de ser paradójico que por un lado existiera una Barcelona que iba a cambiar el simbolismo de Cataluña y otra en el extrarradio, como si de un mundo aparte se tratase. Esto, dentro del movimiento convulso de la contracultura, me parecía muy bonito.

Pero la obra se podría haber llamado perfectamente la piscina de Cádiz o la de Lago, porque en todos los sitios por los que hemos pasado, la gente recuerda su época de juventud. Es muy emocionante escuchar a la gente mayor hablar de ello. Recuerdo con especial cariño en Pabellón 6, que una chica nos contaba que durante el franquismo había estado en la cárcel porque su familia la denunció por lesbiana. Todo esto aparece en el mundo de Sebas.

P: ¿Qué similitudes quedan entre aquella Barcelona y la de ahora? Lo digo porque sigue habiendo zonas que mantienen ese aura. Se me viene a la cabeza, perdón si la comparativa no es del todo acertada, El Raval.

R:  Aunque ahora ya no exista ese tipo de barrio como tal, sí que existe lo mismo, aunque sea de otro modo. Me explico, a lo mejor ahora el inmigrante no es tanto el andaluz, el extremeño o el manchego como lo es la familia de Sebas, sino que ahora vienen de otras partes del mundo a sobrevivir, a soñar con un mundo mejor. Pero se siguen creando reductos.

Eso se sigue manteniendo, aunque no desde el mismo sitio, porque Sebastián tiene unos padres sindicalistas, que luchan porque haya luces en el barrio, por construir un mundo mejor. No sé hasta qué punto la mirada ahora es más de supervivencia, más individualista y, en definitiva, más triste.

Quizá ahora el inmigrante no es tanto andaluz, extremeño o manchego, sino que viene de otras partes del mundo a buscarse la vida, pero sigue creando reductos.

P: Me decías antes que las piscinas son de la Barceloneta, pero podrían haber sido de cualquier parte de España. ¿En qué se diferenció lo que se vivió en la Ciudad Condal con lo que vendría algo después en Madrid con ‘la Movida’, en Valencia con ‘La Ruta’, o en País Vasco?

R: Pues fíjate, hablando con gente de Bilbao, de Madrid… siempre coinciden en que aquí también existió ese reducto de gente luchadora por cultura o ideología (avances sociales, mejores retribuciones económicas…), pero cuando hablo con gente de Barcelona me cuentan que aquí sí que se vivió ese momento de tiempos modernos, anarquismos… De hecho es en el año 77 cuando por un verano se cree que la anarquía puede ser posible. Aún no había empezado a sostenerse casi la democracia, por lo que fue un momento muy peculiar. Se puede decir que fue casi una pre Movida. Fue una fiesta.

Hay una cosa por encima de esto que sí tiene de peculiar -aparece en la obra- es que se crearon las primeras jornadas libertarias -si no me equivoco- en las que convivieron marxismo, anarquismo… las primeras creaciones colectivas entre grupos, se hizo la torna para denunciar lo que le pasó a Salvador Puig Antich. A todo ello vino gente aquel verano gente de toda Europa a Barcelona. Fue muy fuerte cómo se vivió y cómo lo barrió la marea en cuanto cambiaron los tiempos.

Durante ese verano se cree que la anarquía es posible

P: Cambiando un poquito de tercio. Hace cosa de dos años te estrenaste como director con El Cover. ¿Te sientes más cómodo en el teatro, la tele o el cine?

R: Me siento muy bien en el teatro tanto como actor como a la hora de escribir. Eso sí que lo tengo muy parecido a Sebas. O sea, me gusta hacer industria, montar una obra, hacer un teatro comprometido en los márgenes, para que la gente pueda venir a ver una función donde quiera -no tiene por qué ser comercial ni en un estamento público-. Creo mucho en todo esto: la lucha de las compañías, de los grupos…

Luego es verdad que como niño he nacido con el cine porque era lo que tenía accesible en mi barrio. Así que estoy muy agradecido de hacer cine, de que me llamen, de haber dirigido producciones… Todo lo que sea expresión artística me gusta.

P: Uno de tus primeros papeles lo desempeñaste en Aída y se me viene a la memoria una cosa que le pasaba a Carmen Machi, y es que había gente que la identificaba más por el personaje que por la persona. ¿A ti te ha perseguido el personaje de aquella serie, o de cualquier otro papel?

R: Me considero un actor, por una parte muy luchador, muy pico-pala, porque me costó mucho llegar a Madrid, estudiar teatro, trabajar de todo lo que hiciera falta para llegar a ser actor… Pero por otro lado me considero muy afortunado, lo primero de todo por tener trabajo, y después porque cuando me he atrevido con personajes más estereotipo o en comedias muy famosas en la tele, como Aída, esto no me ha llevado a condicionarme.

 Es verdad que te reconoce más la gente, pero en mi caso a pesar de que Toni Colmenero no podía ser un personaje más al límite, mientras tanto me ha llamado Álex de la Iglesia para El Bar o Borja Cobeaga para El Negociador; o he hecho El jardín de los cerezos o Hamlet, en teatro. Quiero decir con esto, nunca me he sentido atado a un personaje. Al revés, me siento muy afortunado de cuando la gente te dice lo de “Que bien trabajas” y no “Qué bien actúas”, que nos los decían mucho en La Gira de los asquerosos, con Miguel Rellán.

Quizá eso trasciende, y también la lucha. Es decir, yo después de hacer una serie no me he ido a hacer anuncios de Toni Colmenero, ni anuncios de espaguetis de Toni Colmenero, ni a otra serie a hacer eso, sino que he hecho Los años rápidosLas piscinas de la Barceloneta o a escribir, o a dirigir incluso pelis para otros. Yo creo que todo esto es lo que me ha salvado de ser encasillado.

Mi papel en ‘Aída’ no me ha condicionado.

P: Lo que más y lo que menos le gusta a Secun de la gente.

R: Qué miedo. Esto es titular (risas). Lo que más me gusta es la verdad en los ojos. Que no tenga tontería en los ojos. Es decir, con que la persona sea sincera y buena gente, me vale. Eso y la inteligencia emocional. Que lo que notes es lo que hay. La gente leal, trabajadora y humilde. Si me pides un concepto, los que se esfuerzan todos los días por estar bien con los de alrededor.

Y lo que menos, los prejuicios y al clasismo. Porque me produce mucha tristeza. Creo que separa a la gente.