La segunda ola de calor del verano no solo está dejando temperaturas récord en buena parte de España, sino que ha llevado a casi toda la Península a un riesgo extremo de incendio forestal, según advierte la Agencia Estatal de Meteorología (AEMET). Lo que a comienzos de semana era un escenario crítico solo en puntos concretos - como el sureste, la meseta norte o el sur de Galicia - se ha convertido en una alerta generalizada, con el mapa teñido casi por completo de rojo intenso.
En Extremadura, Castilla y León o Galicia, donde además se mantienen varios focos activos, las elevadas temperaturas complican las labores de extinción y alimentan el temor a que las llamas se reactiven. La situación es especialmente preocupante en un contexto donde los incendios de sexta generación, considerados inextinguibles con medios humanos, ya no son una rareza. Sin ir más lejos, el fuego declarado en junio en la provincia de Lleida alcanzó esa categoría, obligando a depender de precipitaciones inesperadas para poder contenerlo.
El cambio climático como combustible del fuego
La meteorología adversa que alimenta los incendios forestales en España es cada vez más frecuente, y la ciencia no duda: el avance del calentamiento global es la causa directa. Las emisiones humanas de CO₂ han incrementado el efecto invernadero, lo que ha provocado un aumento general de las temperaturas y un notable repunte en la frecuencia, intensidad y duración de las olas de calor, según apuntan investigadores del CSIC y la Universidad Complutense.
De hecho, los científicos señalan que muchos de los episodios recientes de calor extremo no habrían ocurrido - o lo habrían hecho con menor intensidad - sin el calentamiento global. Un ejemplo claro: junio de 2025, el más cálido registrado hasta ahora, se volvió cinco veces más probable por el calentamiento inducido por la acción humana.
En este escenario, la cuenca mediterránea es uno de los puntos más vulnerables del planeta. En España, los días con riesgo extremo de incendio se han doblado en los últimos 40 años, y la temporada de fuegos se ha alargado un 55% respecto a 1980, según un estudio internacional en el que participó el CSIC. En total, el peligro extremo ha aumentado un 132%, una cifra calificada como “escalofriante” por los propios investigadores.
Incendios más graves, con más facilidad
El sistema europeo Copernicus alerta de que las condiciones meteorológicas - temperatura, humedad, viento y precipitaciones - son clave para definir el índice de riesgo de incendio forestal. Aunque este indicador no mide el inicio de un fuego en sí, sí se ha demostrado su relación directa con las grandes superficies calcinadas en jornadas con riesgo extremo.
Para que se inicie un incendio, hacen falta dos factores: vegetación seca que actúe como combustible y un elemento de ignición. Este puede ser natural (como un rayo, responsable solo del 5% de los casos) o humano, ya sea por negligencias o accidentes (28%) o de forma intencionada (52%), según datos del Ministerio de Transición Ecológica.
Una vez que las llamas aparecen, si las condiciones meteorológicas son adversas, la propagación puede volverse incontrolable. Este 2025, tras una primavera con lluvias que ayudaron al crecimiento de vegetación, las sucesivas olas de calor han secado ese material vegetal, creando el combustible perfecto para incendios devastadores.