José Pérez Ocaña hubiera cumplido ahora 77 años. Ocaña, como se le conoció en los ambientes artísticos de la Barcelona de la transición y en los ambientes culturales y transgresores que frecuentó, que él amó y en los que fue amado, nació en la localidad sevillana de Cantillana un 24 de marzo de 1947. Y joven, muy joven aún y en plena explosión artística, de una manera de simple mala suerte, falleció el 18 de septiembre de 1983.

Ocaña fue performer, artista, anarquista y activista LGBTI. Lo fue casi todo y arrasó con todo en su solo 36 años de existencia, hasta que una estúpida bengala quemó su traje de papel seda y, tras unos días en el hospital, nos dejó en lo mejor de su carrera por una insuficiencia hepática, pero, en realidad, se fue de este mundo víctima de un luctuoso suceso, por no decir estúpido.

Combinaba una creatividad enorme y versátil con una poderosa personalidad emboscada con un trato sencillo, afable y abierto. Por eso era querido y admirado. Era valiente, se enfrentó a los prejuicios moralistas y recibió palizas por ello. Pero él, provocador y comprometido, reivindicó un arte nuevo, una sexualidad “diferente” y una oposición férrea al sistema político. Ocaña, “el artista que revolucionó la España de la Transición defendiendo su derecho a ser él mismo”, llegaron a decir de él. Su espíritu reivindicativo, hedonista, lúdico y excéntrico, caló en la comunidad.

Ocaña fue un símbolo resistente de la dictadura franquista durante la transición española. Sus performances y activismo político en la calle unido al abrazo a los movimientos reivindicativos LGTBI. Dejó Cantillana, su pueblo, en 1971. Buscaba la banda ancha de la libertad en Barcelona. La Ciudad Condal representaba para muchos artistas y amantes de la libertad, el espacio ideal para manifestar su arte y sus ideas transgresoras. Anarquista confeso, vivió en la Plaza Real. En su casa colocó un altar con una imagen de la Virgen de la Asunción de su pueblo, llenó de flores el balcón y vivió la vida nocturna de las Ramblas barcelonesas. Rápidamente, se hizo famoso alternando con artistas como Nazario (padre del cómic underground) y Copi (dramaturgo e historietista argentino) con los que cultivó el arte de la amistad leal. Para sobrevivir tuvo que trabajar como pintor de brocha gorda viviendo humildemente en un desván, lo que compatibilizaba con esporádicas presencias en películas. Se quejaba a su manera de esta forma: “Sí, mucha entrevista, mucho no sé qué y mucho no sé cuantos, pero para poder pagar el alquiler sigo pintando paredes”.

Reconocido y con un núcleo amplio de amistades artísticas y resistentes, cada día su obra era más apreciada. Vivió libremente sin atender a las consecuencias reaccionarias de un país donde aun los tics autoritarios, los culturetas clasicistas y los gestos homófobos se resistían a ausentarse definitivamente. Se convirtió en una provocación andante para estos personajes de la rancia moral cada vez que salía travestido por Las Ramblas. Ocaña estaba influenciado por el nacimiento del punk y los primeros movimientos de protesta LGTB y del surgimiento del concepto queer.

Sarcásticamente y con su humor propio, se definía como “la Pasionaria de los maricones” o simplemente “la Ocaña”. Osado y orgulloso, salía travestido dando la cara, a plena luz del día. Curiosamente, en su vida y en su obra, mezclaba siempre sus raíces andaluzas y el recuerdo mariano basado en la religiosidad que caracteriza su tierra. En su obra pictórica abundaban las imágenes de vírgenes, angelotes, componentes de la iconografía religiosa andaluza y elementos gráficos como claveles, romería o ferias. Para él, las procesiones no solo eran expresiones colectivas religiosas, sino una “forma de celebrar y desinhibirse de la rutina diaria mediante el jolgorio y manzanilla andaluza”.

Precisamente, ese amor por Andalucía y en especial por su pueblo, lo hacía volver reiteradamente a su localidad natal. En septiembre de 1983 regresó a Cantillana para participar en las típicas fiestas de carnaval y estar con su familia. Y allí, paradojas de la vida, en las fiestas de su escenario de infancia y adolescencia, encontró el fatídico final. Ocaña, junto a amigos y vecinos, confeccionó y vistió un disfraz de sol elaborado con papel, tela y bengalas. Ocaña se puso al frente del pasacalles ataviado con un disfraz de sol. Fortuita y desgraciadamente, una bengala ardió provocando que el traje perdiera produciéndole quemaduras de extrema gravedad. Ingresado en el hospital, cuando parecía que remontaba el peligro vital de las quemaduras, una insuficiencia renal que padecía, asomó y se lo llevó para siempre el 18 de septiembre de 1983 solo una semana después del accidente.

Ocaña

Museo de Ocaña en Cantillana

Olvidado después, poco a poco comenzó a ser reivindicado y una película en la que participó, “Ocaña, retrato intermitente” de Ventura Pons, lo inmortalizó en una especie de visión panorámica sobre la España posfranquista a través del artista. Un museo, austero, modesto, pero bellísimo rinde homenaje y muestra parte de su obra en su pueblo, Cantillana. Un “Centro de Interpretación de la obra de Ocaña” convertido en un permanente agradecimiento en forma de pinacoteca local de quienes siempre Ocaña tuvo en el corazón, su pueblo y sus raíces. Un reconocimiento a este artista comprometido y luchador, defensor de las libertades, que sufrió persecución y marginación por su condición sexual y que debiera ser ejemplo de resistencia en los tiempos divisivos que vivimos. Ocaña, el pintor travesti, alegría de las Ramblas que se fue vestida de día, vestida de sol, como le dedicó el cantautor Carlos Cano. Un extraordinario artista, figura importante y a su vez olvidada por la historiografía del arte español.

¿Qué mejor apuesta cultural que visitar el Museo de Ocaña en Cantillana en esta Semana Santa en su 77 cumpleaños?