“Nos han confirmado que Miguel Ángel ha sido asesinado”, esta frase pronunciada por el alcalde socialista de Ermua, Carlos Totorica, desde el balcón del Ayuntamiento fue la primera piedra del fin de ETA: los terroristas perdieron el apoyo de la sociedad vasca. La ejecución del concejal del PP tras dos días de secuestro provocó una ira por parte del pueblo vasco, inimaginable tan solo 48 horas antes. Euskadi había perdido el miedo. El coste de ese cambio fue altísimo: la vida de un joven de 29 años.

Aunque Totorica pidió que la gente se manifestara pacíficamente, la reacción ante el cruel asesinato desató a un pueblo encadenado hacía más de dos décadas de las cadenas de un silencio impuesto por el miedo. “Asesinos, asesinos”, clamaban los vecinos de Miguel Ángel tras conocer la noticia.

Ese mismo día, en Bilbao se producía la manifestación más multitudinaria contra ETA jamás vista. Mientras, en San Sebastián, aquel 13 de julio pasó lo impensable, miles de personas se agolparon ante la sede de HB al grito de “queremos ver el miedo en sus caras”, “no tenemos balas, solo miradas” y “asesinos, asesinos”.

Esa misma noche ardía la herriko taberna que Batasuna tenía en Ermua. Históricas son las imágenes del propio Totorica junto a la Ertazintza, extintor en mano, apagando las llamas. En Bilbao la gente intentaba tomar la sede de HB. La Ertazintza acordonó el acceso al portal.

La tensión en el ambiente en Euskadi se podía cortar. Fue entonces cuando sucedió uno de los hechos que aun se recuerdan como insólitos, y que marcaron un antes y un después. En la sede de HB de San Sebastián la Ertazintza custodiaba la entrada con los pasamontañas puestos. De repente, y ante la posibilidad de un altercado grave, todos los agentes comenzaron a quitarse los pasamontañas con lo que eso significaba, exponer sus caras ante una sede abertazle. La gente comenzó a aplaudir y a abrazarles.

El 14 de julio, el féretro de Miguel Ángel llegaba a la iglesia de Ermua. Miles de personas aplaudían a su paso mientras gritaba “Miguel, Miguel, Miguel”, pero también “asesinos, asesinos”. Era la despedida de unos vecinos marcados por el dolor y la rabia. En el interior de la Iglesia estaban el entonces príncipe de Asturias, Felipe de Borbón, y el presidente del Gobierno, José María Aznar. También la familia del concejal y su novia, que se aferraba a las baquetas con las que Miguel Ángel tocaba la batería entre lágrimas.

A la salida, miles de personas seguían agolpadas en el camino de la iglesia al cementerio para despedirse de su vecino. Unas imágenes que contrastan con los entierros, casi a escondidas, de los asesinados por ETA en años anteriores, sobre todo en los años de plomo, cuando la banda terrorista y la izquierda abertazle tenían a la sociedad vasca bajo la bota del miedo.

El espíritu de Ermua

En Madrid, más de un millón y medio de personas salieron espontáneamente a la calle. Fue la manifestación más multitudinaria hasta entonces. España estaba harta. Harta de callar. Harta de ceder. Harta de ver morir a personas inocentes a manos de ETA. “Basta ya” y “vascos sí, ETA no” eran las consignas de aquella manifestación de las manos blancas, de aquel espíritu de Ermua que significó el mayor cambio sociológico con respecto al terrorismo que había vivido España en 30 años.

El basta ya de la sociedad fue el principio del fin de ETA. Un final que llegaría unos años más tarde con el anuncia de la banda terrorista. Un anuncio que se produjo el 20 de octubre de 2011 cuando la banda anunció el final de la actividad terrorista que durante 43 años aterrorizó a España y dejó 829 víctimas mortales.