Hoy se cumplen 25 años del día en que España entera contuvo la respiración durante 48 horas. Se cumplen 25 años del día que los periodistas descubrieron lo que puede doler informar. 25 años del fin de semana que todo un país estuvo delante del televisor viviendo en primera persona la crónica de un asesinato en directo. Ese día, el 10 de julio de 1997, la banda terrorista ETA secuestró al concejal del PP de Ermua, Miguel Ángel Blanco. Tres días después, el joven político aparecía con dos tiros en la cabeza y, aunque llegaba vivo al hospital, fallecía unas horas después debido a la gravedad de las heridas.

Blanco fue secuestrado, y posteriormente asesinado, como represalia a la liberación del funcionario de prisiones Ortega Lara. El crimen de Blanco fue cometido por los miembros del comando Donosti Francisco Javier García Gaztelu, alias “Txapote”, Irantzu Gallastegui Sodupe, “Amaia”, y José Luis Geresta Mujika, “Oker” o “Ttotto”. Los asesinos habían tratado de localizarlo el día anterior sin éxito debido a que Blanco había ido a trabajar con el coche de su padre.

Pero el 10 de julio “Amaia” sí que lo localizó cuando bajaba del tren para ir a trabajar a la empresa Eman Consulting. Eran las tres y media de la tarde cuando los terroristas secuestraron a Miguel Ángel Blanco. Tan solo tres horas después, a las seis y media, se leía un comunicado de ETA desde la radio Egin Irratia donde la banda terrorista decía que, si antes de las cuatro de la tarde del día 12, el Gobierno de José María Aznar no acercaba los presos de ETA a las cárceles vascas, el concejal del PP sería ejecutado.

De ese día se conservan imágenes que hielan la sangre, como la grabada por una televisión nacional que paró al padre del concejal cuando llegaba a su casa. El hombre se enteró del secuestro de su hijo por los medios de comunicación agolpados en la puerta del piso de Ermua donde vivía la familia Blanco. Los periodistas, superados por la situación solo atinaban a decirle que subiera a su casa.

Ese día, ese 10 de julio, ETA cometía el mayor error de su historia. Ese secuestro, y posterior asesinato, cambió la percepción sobre la banda terrorista que se tenía no solo fuera de las fronteras de Euskadi, sino que cambió radicalmente la forma de pensar del pueblo vasco. Esa ejecución terminó de un plumazo con el miedo de los vascos a salir a la calle y manifestarse contra los asesinatos de la banda terrorista. Ese día fue el primer día del fin de ETA: nació lo que se conoce como “el espíritu de Ermua”.

Pero ese cambio tuvo un precio demasiado alto. España vivió en directo la agonía de una familia que, aunque mantuvo la esperanza hasta el último segundo, sabía que las posibilidades de que Miguel Ángel volviera con vida eran prácticamente nulas. Y así fue. El domingo, los miembros del comando lo llevaron a un descampado de la localidad guipuzcoana de Lasarte-Oria. Mientras Mujika le obligaba a ponerse de rodillas con las manos atadas a la espalda, Txapote no tuvo piedad y asesinó al concejal de 29 años de dos disparos en la cabeza a las 16:50, tan solo 50 minutos después de cumplirse el plazo dado por la banda terrorista.

48 horas de terror

El lendakari, José Antonio Ardanza, se enteró del secuestro a las seis de la tarde por el consejero del Interior, Juan María Atutxa. En Vitoria, y en el resto de ciudades vascas, las calles se llenaron de gente al grito de “asesinos, asesinos”, un hecho insólito en Euskadi hasta ese momento.

Mientras tanto, el Gobierno de España tenía que lidiar con una situación hasta ese momento desconocida para ellos: un chantaje directo y sin ambages. “El Gobierno no estaba dispuesto a ceder de ninguna manera a ese chantaje. Yo se lo dije a la familia de Miguel Ángel Blanco, no vamos a ceder a ese chantaje”, explicaba el entonces presidente del Gobierno, José María Aznar, en el reportaje El Desafío: ETA.

Mientras, la hermana de Migue Ángel, Mari Mar Blanco, leyó comunicados en público tratando de conseguir que la banda terrorista liberara a su hermano. España entera estuvo de vigilia junto a la familia de Miguel Ángel. Ermua se llenó de velas, lágrimas y aplausos para una familia que, destrozada, veía impotente el paso de las horas. “Queríamos que no nos robaran la libertad”, aseguraba el entonces alcalde de esta pequeña localidad en el mismo reportaje.

“Es como si nos hubieran cogido a todos. Este chaval es como si fuera yo, o cualquiera de nosotros” aseguraba un manifestante a TVE durante una de las muchas manifestaciones que se vivieron durante esos dos días de infierno.

Y mientras el pueblo se echaba a la calle, los políticos sabían lo que iba a suceder. El que era el ministro del Interior, Jaime Mayor Oreja, declaró en el reportaje que lloró porque sabía que “estaba abocando a la muerte de un ser humano” el hecho de que el Estado, con él como ministro del Interior, se negará a negociar con ETA.

Con la perspectiva de los años, todos los implicados entienden que no se podía ceder con las exigencias y el chantaje: “si cedes una vez, cedes para siempre”, pero también saben que aquella postura, como dijo Mayor Oreja, era la sentencia de muerte de Blanco pese a los esfuerzos de los Cuerpos y Fuerzas de Seguridad del Estado por encontrar al concejal con vida.

La indignación tomó las calles

Mientras las manecillas del reloj corrían sin piedad, las calles se llenaban de manifestaciones. Millones de ciudadanos salieron en todas las ciudades de España a pedir la liberación de Miguel Ángel Blanco. “Quisiera que fuera la última vez que saliéramos a la calle. Los vascos somos honrados y trabajadores. No son los vascos los que tienen a ese hombre”, decía una mujer en la multitudinaria manifestación celebrada en Bilbao.

El apoyo fue tan brutal dentro del propio Euskadi que incluso la hermana de Blanco, María del Mar, creyó que habían convencido a ETA de que liberara a Miguel Ángel. “Todo el país contra ETA” fue la portada del periódico El País. Nada más lejos de la realidad. No hubo perdón. No hubo empatía. Solo hubo terror y muerte.