Esta semana, el profesor de Derecho Constitucional de la Universidad de Sevilla, Joaquín Urías, ha recibido amenazas por parte de estudiantes vinculados al sindicato universitario de extrema derecha, Juventud Falangista Española. El académico descubrió este martes que la puerta de su despacho había sido vandalizada con pintadas que contenían el mensaje: “El Valle no se toca”, acompañado de la firma del sindicato y varias pegatinas del grupo ultraderechista con frases como “Dios con nosotros”.
En las últimas décadas, la ultraderecha se ha caracterizado por intentar ocultar su verdadera identidad y mantenerse en las sombras. Sin embargo, las cosas han cambiado. La extrema derecha ya no se oculta, se presenta de manera directa y no teme mostrar su faceta más radical. Al día siguiente del incidente, durante un consejo de departamento, un estudiante ultraderechista confrontó al profesor Urías de manera desafiante, diciéndole que “quien siembra vientos, recoge tempestades” y que “los rojos fusilados fueron bien fusilados”. Las amenazas hacia el profesor surgieron después de una publicación en las redes sociales de Urías, en la que respondía al sindicato de extrema derecha HazteOír y su insistencia en “defender la cruz más grande de la cristiandad”. El profesor de Derecho escribió: “Yo también quiero que dinamiten la Cruz del Valle de los Caídos”.
Este viernes, hemos podido hablar con el profesor Joaquín Urías:
PREGUNTA: Puede contarme cómo fue su reacción al encontrar su puerta vandalizada, ¿sintió miedo, rabia, impotencia…?
RESPUESTA: Bueno a mí me informan en primer lugar de lo que ha pasado y cuando ya me lo encontré, simplemente pensé que eran gajes del oficio. Yo creo que en estos casos hay que asumir que una persona expuesta, un profesor, en un ambiente universitario, le puede pasar esto en ocasiones, sobre todo si alguien que tiene participación en las redes y, sobre todo, pues conociendo el ambiente que se respira últimamente en la facultad. Luego, no me ha sorprendido cuando he conocido más detalles de cómo lo habían hecho: encapuchados, deliberadamente, pues, hay una leve preocupación, porque hay un intento de intimidación, pero nada nada grave sinceramente.
P: ¿Teme que esto vaya a más, que los ataques a profesores de izquierdas aumenten?
R: Más que los ataques y más que los profesores de izquierda, lo que lo que sucede es una situación de agresividad extrema a la que muchos profesores se enfrentan. Lo de mi pintada es el síntoma de algo mucho más profundo de lo que a diario nos encontramos muchos profesores de izquierda a derecha, demócratas simplemente.
Lo que nos encontramos es que, a diario, hay algunos [estudiantes] que niegan públicamente los derechos fundamentales, que creen que la policía debe castigar o matar sin juicio; que creen que los homosexuales no tienen derechos; que creen que la igualdad de la mujer es un invento que no tiene sentido; y que además desafían a los profesores que intentan explicarles lo contrario. Esto empieza a ser, tristemente, una realidad en nuestra Universidad.
P: ¿Cree que los jóvenes tienden cada vez más a acercarse a la extrema derecha? ¿A qué se debe esta tendencia?
R: Yo creo que la sociedad entera está dando un giro hacia la derecha. A mí no me preocupa, yo creo que esto son ciclos; a veces la gente va más a la derecha o a la izquierda. Lo que me preocupa es algo que va más allá de la de la extrema derecha, que el fascismo, que es el negar los valores democráticos esenciales.
Igual que Trump está dinamitando los consensos sobre los que se organiza el mundo desde la Segunda Guerra Mundial, pues, en un ámbito mucho más cotidiano, hay cada vez más jóvenes que niegan la esencia de la democracia porque creen que todos los problemas se resuelven a puñetazos. Creen que no tenemos que ser igual los hombres que las mujeres; que algunas religiones, por ejemplo, la musulmana, no necesitan protección. Son jóvenes que están convencidos de que el mundo se puede basar en que discriminemos a minorías y que no tienen el miedo que tenemos otros a que se repitan cosas terribles como las de hace un siglo, como el auge del fascismo. Eso no es ser de derechas, eso es ser antidemócrata.
P: ¿Considera esto un hecho aislado? ¿Esta gente que busca exactamente?
R: No, no es un hecho aislado, porque responde a esa tendencia a no debatir. Una pintada se puede hacer para debatir, puede ser un modo de expresión cuando no se tiene otro modo de que te escuchen, y una pintada en una pared puede ser libertad de expresión.
En este caso hacerlo de noche, encapuchado, en un despacho con pegatinas falangistas y diciendo que “Dios está con ellos”, pues evidentemente es un intento de amedrentar, es un intento de decir: “sabemos dónde trabajas y tenemos acceso físico a ti”. Entonces eso no es un hecho aislado, responde a una sensación de impunidad y una sensación de que todo vale y que no hace falta el diálogo en el marco democrático para para resolver los problemas de la sociedad. He sentido el aumento de la agresividad, es una tendencia que tenemos que frenar, tanto en la Universidad como fuera de ella.
P: ¿Cómo ha sido la respuesta de la comunidad universitaria?
R: La comunidad universitaria está actuando con un ejercicio de democracia plena. El decano de la facultad, Fernando Llano, ha actuado desde un primer momento, condenando rotundamente lo que ha pasado y se ha enfrentado incluso a ataques contra él simplemente por defender la democracia y está dando la cara.
La delegación de alumnos de la Facultad de Derecho ha desautorizado a los alumnos culpables y lo ha hecho también con claridad y con apoyo total. Y, por supuesto, muchos compañeros de todas las ideologías. Compañeros con los que comparto muchas ideas, pero también se han dirigido a mí profesores, tanto de Sevilla como de otras ciudades de España, que me consta que son conservadores, personas con las que en ocasiones hemos tenido enfrentamientos dialécticos, pero que, ante este tipo de cosas, reaccionan porque creen en la democracia.
Yo creo que la comunidad universitaria en su conjunto, en mi caso concreto, puede estar cerrando filas a favor de la democracia y dejando en evidencia que la intimidación es algo de una minoría y con lo que, ni los estudiantes ni los profesores se sienten identificados.