Campos de trigo se extienden al horizonte de la serranía de Ronda. Pero estos campos tienen un matiz único: el color y la longitud del trigal son distintos a los que crecen en la mayoría de hectáreas de España. Son semillas rescatadas del pasado por un grupo de agricultores que realizan una especie de labor arqueológica en el campo andaluz, un viaje en el tiempo a través de la siembra.

En las conversaciones de este grupo de revolucionarios campesinos aparecen nombres casi extintos como recio de Ronda, candeal, chamorro, salmerón belloso, Florencio aurora, traspinero de Ubrique o serpiente de Málaga… todos ellos, nombres de semillas de trigo que han ido rescatando del olvido, a través de posos de cortijos de antepasados o a través de un trabajo en el que , año tras año y cosecha tras cosecha, regeneran genéticamente la semilla para recuperar variedades de trigo en desuso.

Pero este rescate de semillas de otro tiempo no es solo un viaje al pasado por romanticismo y nostalgia. Hay un motivo que se extiende hacia el futuro: el cambio climático y la actual sequía. “Todas son variedades que nos dan más garantías en el contexto actual”, explica a El Plural Agustín Troya, uno de los campesinos integrantes de esta curiosa asociación de cultivadores, el Grupo de Acción Compartida (GAC) de Andalucía.

Con la producción de cereales de esta campaña en crisis, con un descenso del 37,8%, según el ministerio de Agricultura, la aparición de alternativas es algo más que un brote de esperanza para muchos agricultores andaluces que no han recolectado este año.

Las semillas del pasado son de trigos muy adaptados al entorno, es decir, a las precipitaciones irregulares. La respuesta ante la presente sequía es óptima, sobre todo en un contexto actual en el que muchas hectáreas han quedado sin recolectar por la falta de lluvias. “Son producciones que en un año normal no ofrecen 4 ó 5 mil kilos por hectárea, pero sí te aseguran entre mil y dos mil en un año sin lluvias: básicamente es una apuesta más segura”, afirma Troya.

Los trigos rescatados del pasado tienen otra peculiaridad importante: su fortaleza ante otras hierbas, “es un trigo que crece sin la necesidad de los insumos que existen hoy día, habituado al contexto natural en el que crecen", explica Troya, en referencia a la menor exigencia hídrica de estos trigales.

Estamos ante variedades con una genética esculpida a lo largo de siglos y que ha evolucionado de la mano del territorio, lo que implica una ventaja competitiva sobre el resto de plantas que crecen en su mismo suelo y evita, por ejemplo, el uso de herbicidas, es decir: menos costes de producción, “son plantas con una predominancia natural, son un bicho vivo que sobrevive por sí solo, eso es un puntazo”, abunda Troya. No en vano, la sequía y la guerra en Ucrania, elevan a casi un 30% los costes de producción agrícolas, sobre todo por el combustible y los fertilizantes, según el último informe de Precios Pagados.

La búsqueda del GAC en regiones de Málaga o Cádiz viene a evitar la variedad de trigo que predomina actualmente en el mercado y que deriva de lo que Agustín Troya denomina como “revolución verde”, en alusión a los trigos desarrollados en laboratorios, en condiciones aisladas y diseñados para su extracción intensiva a través de maquinaria.

“Esto son trigos que crecen más, son más leñosos”, nos cuenta el impulsor de esta iniciativa, Alonsi Navarro, agricultor y floricultor, que lleva décadas desarrollando nuevas técnicas de agricultura que tratan de llevar “respuestas de la naturaleza que tienen éxito en un bosque al campo. La naturaleza es sabia, así que se trata de usar sus propias respuestas en nuestro beneficio”.

Alonsi Navarro colabora con los principales centros de investigación agraria y universitaria de España a través de la Red Andaluza de Semillas para ofrecer una alternativa a la producción que se extienden en los campos, lastradas por unos criterios más “técnicos y condicionados por las lógicas del mercado”. Sin embargo, su trabajo reivindica una mejor resiliencia ante la sequía y lo impredecible del cambio climático.

El trabajo de Navarro trasciende a lo que sucede en el ámbito de los trigales y cereales, ya que está aplicando técnicas innovadoras a huertas, frutales y jardines aromáticos con métodos que, por ahora, dan resultados en una escala experimental, “como mucho hemos hecho trabajo en fincas de 4 hectáreas, pero desde lo singular esperamos influir en lo general”, reflexiona en referencia a los extensos cultivos intensivos. Transición que sí se ha dado, y con “mucho éxito”, en explotaciones de países como Francia o Inglaterra, enumera. De fondo, está la necesidad de inversión asegurada para acometer la transición de un modelo agrario a otro.

Otro de los problemas con los que se encuentran estas explotaciones es que no son catalogadas como “cultivos ecológicos”, ya que muchas de las especies que se cultivan, por extrañas, ni siquiera están en el catálogo de variedades de especies que contempla el ministerio de Agricultura, “y eso que somos un paso más allá de lo ecológico”, se lamenta Troya.

La semilla del cambio, aunque sea en una escala pequeña, ya ha germinado en Andalucía. Los protagonistas de este cambio se sienten autores de una nueva manera de entender la agricultura y su propia subsistencia. Navarro y Troya, juntos a otro agricultores, conservan como tesoro el grano que están desarrollando. Muchos ya lo venden y distribuyen directamente para harinas a panaderías que demandan un producto diferente y alejado del pan blanco e industrial. Erradicada la figura de la intermediación de empresas externas, los campesinos se sienten dueños de una tierra a la que no explotan, sino en la que viven.