En la retina televisiva de muchas navidades queda la figura enjuta, ataviada de chaqueta negra y camisa roja o casco y chaqueta militar junto a un teléfono llamando “al enemigo” y preguntando con rostro entre ingenuo y angelical “¿a qué hora era la guerra?”. Se trata de uno de los mejores y mayores humoristas que ha dado España, Miguel Gila Cuesta.

Gila nació en Madrid en 1919. Residió gran parte de su vida en Barcelona, lugar donde falleció en 2001. Otra parte importante de su vida la pasó en Argentina, donde fue artísticamente muy admirado y seguido triunfalmente en casi toda Latinoamérica. Polifacético, compatibilizó su labor de cómico y humorista con las de actor y dibujante.


Huérfano de padre e infancia muy dura

Tuvo una infancia dura ya que al quedar huérfano de padre -falleció antes de que el naciera-, tuvo que abandonar los estudios a los 13 años y ponerse a trabajar. Sus inicios en el mundo laboral fueron como empaquetador de café y chocolate para continuar después como aprendiz de pintor de coches pasando luego a trabajar a en los Talleres Boetticher y Navarro. Con un potente afán de superación compatibilizó estos trabajos con estudios de dibujo lineal en la escuela nocturna de artes y oficios.

“Qué se ponga el enemigo?” o ¿“A qué hora piensan atacar mañana”?

Sus monólogos sobre la guerra, mitad frívolos, mitas surrealistas, destilaban en pleno franquismo un cierto aire fresco al dejar caer una pátina de crítica, e incluso burla a la sacrosanta Cruzada del bando vencedor como aquella en la que con rostro inocente preguntaba por teléfono al vecino hostil de la otra trinchera: “¿Oiga, está el enemigo? Que se ponga” pasando por la sorna al decir con modos ingenuos “Me dice el tío: '¡Oye que me has dado!'; pues no seas el enemigo”. Y rememorable es la candidez con la que se expresa afirmando “¿a qué hora piensan atacar mañana? ¿no puede ser por la tarde, después del fútbol?”.

Con esos gags Gila hizo que en la España de Franco en su máximo esplendor, la guerra civil no pasara al olvido y quedara en la memoria de mucha gente. Y para hacer eso en plena Dictadura había que ser muy inteligente y muy gran profesional. Gila fue poseedor de estilo que compatibilizó la hilaridad con la sobriedad con toques naífs y surrealistas. Cabe destacar que jamás usó palabras malsonantes o polémicas.

Su obsesión por la guerra le vino marcada por que él la vivió, o mejor expresado, sufrió, trágicamente en primera persona. Como en su humor surrealista Gila fue uno de los asesinados por los fascistas pero vivió para contarlo en pleno franquismo.

Libros sobre Gila: “Nos fusilaron mal”

Gila


Se sabe por el libro “Miguel Gila vida y obra de un genio” de Juan Carlos Ortega que al estallar la Guerra Civil, Gila afiliado a las Juventudes Socialistas  Unificadas, se alistó como voluntario en el Quinto Regimiento de Líster. Faltando solo cinco meses para la finalización de la contienda final, desanimados sin munición, sin vehículos y sin agua son apresados. En su libro reconoce que tan extrema era la situación que “No le tenía miedo a la muerte… estaba tan agotado, tan devorado por los piojos, por el hambre, el frío, el cansancio y la sed, que morir podía ser una liberación”. Tras su detención en la localidad del norte de Córdoba, El Viso de los Pedroches, fue llevado ante el pelotón de fusilamiento pero salvó su vida al darse estas circunstancias que él mismo explicó en sus memorias tituladas “Y entonces nací yo: Memorias para desmemoriados”.

En este libro narra el fusilamiento fallido de la manera siguiente: “Nos fusilaron al anochecer; nos fusilaron mal. El piquete de ejecución lo componían un grupo de moros con el estómago lleno de vino, la boca llena de gritos de júbilo y carcajadas, las manos apretando el cuello de las gallinas robadas con el ya mencionado Ábrete Sésamo de los vencedores de batallas. El frío y la lluvia calaban los huesos. Y allí mismo, delante de un pequeño terraplén y sin la formalidad de un fusilamiento, sin esa voz de mando que grita: “¡Apunten!, ¡fuego!”, apretaron el gatillo de sus fusiles y caímos unos sobre otros. Catorce saltos grotescos en aquel frío atardecer del mes de diciembre. Las gallinas tuvieron poco tiempo para respirar, el que emplearon los del piquete de ejecución en apretar sus gatillos. Y sobre la tierra empapada por la lluvia, nuestros cuerpos agotados de luchar día a día”.

Miguel estuvo toda esa noche de inmensa lluvia y barro en profundo silencio y fingiendo que era un cadáver. Fueron horas largas de angustia y miedo porque sus “asesinos” se quedaron toda la noche comiendo y bebiendo. “Por mi cara corría la sangre de aquellos hombres jóvenes”, diría años después este cadáver vivo que entonces contaba con tan solo 19 años de edad.

Finge su muerte por fusilamiento y salva a un cabo

Con la llegada el alba sus captores se fueron. Gila antes de huir rebuscó entre los cadáveres hallando vivo solo a uno, al cabo Villegas. Le hizo un torniquete en el muslo y como pudo anduvo con él en sus hombros 18 kilómetros hasta Villanueva del Duque. Reconoció que le costó a pesar de su fortaleza y del poco peso del cabo porque el miedo que pasó durante el fusilamiento “me había aflojado mis piernas”

Vieron una casa y en ella se metieron encontrándose con la desagradable sorpresa de que estaba ocupada por legionarios de Franco. La suerte de nuevo le vino y estos le ayudaron pertrechándolos de agua, alimentos, tabaco, mantas y calzado. Luego le pidieron que ambos se fueran para no tener problemas alpargatas y le pidieron que se marchase para no meterse en problemas con sus superiores.

Pero no terminaron ahí las penurias del joven soldado republicano. Tras escapar vivo de su fusilamiento fue detenido de nuevo, ahora en Extremadura. Según reconoció el propio Gila, fue ahí donde su identidad política finalizó. Fue ahí, en tierras extremeñas cuando momentos antes de caer prisionero de los moros de la 13 División del General Yagüe, tuvo que romper su carné de las Juventudes Socialistas. En todo caso Gila expresó en el inicio de sus memorias que nunca, en el fondo y tal vez oculta, nunca abandonó sus ideas de izquierda. “La ideología que mamé en mi niñez, en mi casa de gente humilde y en las fábricas o talleres donde trabajé, sigue latente en mí. Lo que van a leer es el testimonio de un hombre que fue joven en una generación en la que el hambre, las humillaciones y los miedos eran los alimentos que nos nutrían”.

​Tras pasar por un campo de prisioneros en el Valle de los Pedroches lo internan en la cárcel de Yeserías y, finalmente, en la cárcel de Torrijos. Allí coincide con otro preso famoso, el poeta Miguel Hernández. Tras la conclusión de la guerra, al salir de la cárcel, fue fresador en Construcciones Aeronáuticas S. A. (CASA), en Getafe.

Gran parte de estos datos son extraídos de sus memorias. Algún testimonio lo niega y mantiene que finalizada la contienda se le destinó al regimiento de infantería “Toledo” de Zamora y allí cumplió su servicio militar.

Al incorporarse a la vida civil comienza su vida laboral como humorista gráfico en la revista universitaria salmantina llamada “Trabajos y días”- Posteriormente dibuja para La Codorniz y para Hermano Lobo. El éxito le llega en el año 1951, en una actuación en Madrid como espontáneo con un monólogo realizado de manera espontánea en el teatro de Fontalba. Allí, como una especie de anticipo de lo que iba a ser su estilo más famoso, narró sus avatares durante la guerra.

17 años de exilio en Buenos Aires

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Entre justificaciones de exilio por “empacho de dictadura” y el éxito de masas en Latinoamérica, Gila se va a vivir a Buenos Aires. Él comentó que se exilió 17 años, otros lo justifican en la gran acogida que el humorista tuvo en distintos países latinos. Tan bien le fue que montó su  propia compañía de teatro en la capital bonaerense, editaba una revista de humor satírico en México (La Gallina) y protagonizaba tournés. De hecho realizó varias giras por toda Latinoamérica. Siendo ya un reconocido y afamado artista regresa a España de manera definitiva en 1985.

Tras pasar 17 años en Buenos Aires, vuele Gila en 1985 convertido ya en una especie de símbolo. Un icono que se representaba en esas frase habituales de sus actuaciones tales como “Perdone, ¿Podrían ustedes parar la guerra un momento?” o “Que se ponga el enemigo”? Una ironía de la guerra que representaba a los soldados de ambos lados como personas de carne y hueso, utilizadas para fines políticos pero sobre todo soldados humanos. La guerra de Gila tenía la ingenuidad con amargura de la “Guerra de los botones” de Christophe Barratier al mismo tiempo que la sátira de “Bienvenido Míster Marshall de Berlanga.

Actúa ante Franco y su esposa los “18 de Julio” en La Granja

Poco a poco logra hacerse un sitio entre los grandes artistas de la época y a mediados de los años 50 ya está consolidado como un gran valor. Tanto lo fue que el dictador Francisco Franco lo llevaba al Palacio de La Granja con motivo de las celebraciones de la Fiesta Nacional, el 18 de Julio. Mucho tuvo que gustarle al dictador y su familia  porque su anterior militancia e incluso su pensamiento socialista era más que conocida por el Régimen. Se sabe que a la esposa del dictador, Carmen Polo, le fascinaba el artista y que literalmente se partía de risa con sus actuaciones. Gila, en su descargo, decía que carecía de identidad política desde que hizo trizas el carné de las Juventudes Socialistas instantes antes de su captura en diciembre del 38. Hay quien afirma que el humor balsámico de Gila provocó que  “las dos Españas comenzaran, poco a poco, a reírse juntas”.

En el libro Miguel Gila. Vida y obra de un genio, de Juan Carlos Ortega y Marc Lobato (Libros del silencio, 2017) Juan Marsé afirmaba que “su humor fulmina la grandilocuencia” y Forges elogiaba que en sus monólogos “todo lo gris del franquismo cotidiano desaparecía, es uno de los tres reyes magos del humor, con Cervantes y Quevedo”.

Este gran genio del humor falleció de verdad, no como en su fusilamiento, en 2001 en Barcelona, a causa de una insuficiencia respiratoria debida a una enfermedad pulmonar crónica que sufría. Algunos mantienen que murió arruinado.


Los Reyes Magos españoles del Humor:  Cervantes, Quevedo y Gila

Y para finalizar que mejor homenaje que recordar la mención que otro gran mago del humor que nos dejó en 2018, Antonio Fraguas (Forges), hizo de Gila en el libro antes mencionado: “Es un hecho que Gila fue un impulsor primigenio de la caterva de humoristas que ‘nacimos’ a la sombra de su personal punto de vista humorístico; todos nos sentimos ‘hijos’ de su ingenio, y su recuerdo perdurará a través de los tiempos entre las majestades humorísticas españolas, los Reyes Magos del Humor: Cervantes, Quevedo y Gila. ¿Admiración excesiva? Ninguna admiración puede ser excesiva si se trata de Miguel Gila. Y si no, al tiempo.