Joaquín Sabina (Úbeda, 1949) se bajó este lunes en Atocha para seguir incrementando la leyenda del suicida en Madrid, “donde más se acelera el corazón y tiemblan las piernas”. Como temblaron hace cerca de tres años, cuando, tras un traspiés que le provocó una caída de dos metros al foso del escenario del Wizink Center, su carrera musical se puso en cuarentena y resurgió Contra todo pronóstico frente a un público cinco estrellas que acompañó al cantautor cuando no llegaba, la vulnerabilidad era reconocida entre el dolor de la pérdida y la evidencia de que ya no son tiempo para buscar el placer engañando al dolor.

El maestro jienense convirtió el tiempo en el hilo conductor del penúltimo concierto de una gira que le ha llevado a recorrer escenarios de Europa, Centroamérica, Latinoamérica y Estados Unidos. Una vuelta al ruedo que inició y cerrará su andadura en Madrid, donde siempre hay un fuego que se enciende, un barco que naufraga y un vuelo de regreso. Donde cerca de 13.000 personas entregaron sus gargantas y lágrimas a Joaquín y su cada vez más rasgada, irónica y ácida melodía.

Con la boina calada y asegurando cada uno de sus pocos desplazamientos, el cantautor empezó sus cerca de dos horas de espectáculo rememorando su pasado bucanero con Cuando era más joven para rematarlo prometiendo regresar al parqué madrileño a las diez y las once, las doce, la una, las dos y las tres. Dos horas y un solo receso para descansar “un poquito” y ceder el testigo a su inestimable Chavelita guapa, Mara Barros, quien se confesó chica Almodóvar justo antes de que Antonio García de Diego diese a Joaquín y a los presentes el tiempo suficiente para salir a fumar, recargar bebida o ir al baño con La canción más hermosa del mundo.

Había pasado cerca de una hora y lo mejor estaba por llegar. Tras una primera parte de colección tan heterogénea como la edad del público, con Yo me bajo en Atocha y El Bulevar de los sueños rotos como platos fuertes, los clásicos se apilarían uno tras otro para que los asistentes no volviesen a sentarse durante 60 minutos, la despedida y bis tras bis regalado y ofrecido a la entrega de quienes no se movían de su asiento asignado, entre abrazos, sonrisas y pícaros comentarios sobre el repertorio y la gracia natural del canalla que enseñó a ser canalla a varias generaciones, a hacer de la mentira piadosa una herramienta de supervivencia, sacar la lengua a las damas que iban de otro brazo y pretender envidar con un farol al futuro.

Sería con Llueve sobre mojado cuando Joaquín aprovecharía para presentar a sus compañeros: desde Mara Barros hasta Antonio García de Diego pasando por Pedro Barceló, Laura Gómez Palma, Borja Montenegro, José Misagaste y Jaime Asua, su nuevo guitarrista tras la ruptura con Pancho Varona: “Si uno quiere romper lazos con la antigua y aburrida senda de los cantautores y aventurarse en el Rock and roll, es imposible sin un guitarrista de rock", explicaba, cediéndole poco después el testigo para entonar El caso de la rubia platino.

"Ojalá volvamos a vernos"

Con look renovado, el jienense volvía al escenario entre el furor de los presentes y el traqueteo de los que habían aprovechado el corto receso para ausentarse. Nadie volvería a cometer el mismo error. Con Tan joven y tan viejo, Sabina confesaba que seguía emborrachándose y durmiéndose en los funerales de su generación para acabar gritando, levantando al respetable, que "¡nada de adiós, muchachos!”. Una promesa que, no obstante, derivaría en la ovación más cerrada de la noche: Wizink en pie, brazos abiertos, sombrero torero y lágrimas en los ojos de quien se entregaba a su feligresía negándose a capitular a corto plazo.

La emoción iría en aumento con más de una decena de miles de personas poniéndose cursi con A la orilla de la chimenea, pagando cien tragos en Una canción para la magdalena y reservándose para enloquecer cuando el cantautor hacía las delicias del respetable entonando el tan conocido “lo nuestro duró…” en una velada que alguno tardará en olvidar algo más de 19 días y 500 noches.

Joaquín finalizaría reconociéndose un pez de ciudad que se peinaba a lo garçon, Y sin embargo, sí volvería, al menos por un par de noches más, al lugar donde había sido feliz. Donde volverá a serlo este miércoles, en el mismo lugar, con gente diferente, con el deseo inamovible de “ojalá volver a vernos” en una noche que se alargue hasta que nos encuentre la luna.