¿Cómo es posible que algo tan aparentemente moderno como los audiolibros tengan más de 400 años? La respuesta es sencilla, el auge de las novelas de caballería creó tal adicción a su lectura que todo el mundo, hombres y mujeres; vasallos y señores, ansiaban conocer qué pasaría en el capítulo siguiente.
Este éxito de las novelas se aprecia en una anécdota que cuenta Francisco de Portugal en su libro Arte de galantería, en el que cierto día “un caballero muy principal” se encontró a todas las mujeres de su casa llorando y cuando alarmado les preguntó que qué desgracia había pasado estas respondieron: “Senhor, hase muerto Amadis” como si la muerte de este personaje fuese la de un ser querido real.

Y es precisamente una mujer quien nos da la pista para llegar a los audiolibros del renacimiento porque en aquel entonces un audiolibro era sobre todo un oficio, el cual consistía básicamente en leer para los grandes señores.
En este sentido, sabemos por ejemplo que a Carlos V y su esposa Isabel de Portugal les leía a la hora de la siesta María Manuel, una dama de la emperatriz que deseosa por conseguir el favor del rey para casarse con el chico que le gustaba trazó un plan gracias a su oficio, y de este modo dicen que abriendo el libro relató:
“Capítulo de cómo don Cristóbal Osorio, hijo del Marqués de Villanueva, casaría con Doña María Manuel, dama de la Emperatriz, reina de España, si el Emperador para después de los días de su padre le hiciese merced de la encomienda de Estopa”
Su majestad, que pilló al vuelo la intención de la muchacha, le pidió que lo repitiese y así tras contar con la aprobación de la reina, que dijo ser gustosa de ese capítulo, afirmó: “Leed más adelante, que no sabéis bien leer, que dice: Sea mucho enhorabuena”.

De Felipe II también se cuenta que tenía un lector que amenizaba las noches en las que no conciliaba el sueño. Sin embargo los “audiolibros humanos” no eran solo cosa de reyes. El jurista Juan Arce de Atalora afirmaba que en las cercanías de la catedral de Sevilla los artesanos se entretenían haciendo lecturas en voz alta de los libros de caballería.
Incluso hubo monjas que se quedaron atrapadas en su oficio de audiolibro, como la venerable madre agustina, sor Mariana de San José, la cual confesaba arrepentida cómo en su juventud había leído en voz alta para su hermana enferma y el resto de las convalecientes colindantes infinidad de libros y que llegado un momento se aficionó tanto a la lectura que aunque “Ya no era menester entretener enfermas que, sin que las hubiese, ocupaba yo el tiempo en esto y me acontecía gastar casi toda la noche leyendo”.
También Cervantes en El Quijote dejó constancia de este singular oficio de los “audiolibros humanos” y así lo vemos cuando uno de los venteros reconoce quedar maravillado (“querría estar oyéndolos noches y días”) cuando algún segador leía en voz alta para todos los asistentes, es más, su esposa también afirma deleitarse ya que mientras su marido está “tan embobado” no se acordaba de reñir.

Hasta hace poco se creía que este bufón pintado por Velázquez sostenía libros por el oficio palatino de la “estampilla” pero al demostrase que no es así… ¿Cabe pensar en este enano como uno de estos “audiolibros humanos”?