Hace un par de semanas, el Partido Popular (PP) y Vox votaban en la Comunidad de Madrid en contra de que España reformara sus leyes para perseguir que las terapias de reconversión de las personas LGTBIQ+ fueran consideradas delito, manteniendo así el camino trazado por el Gobierno de Isabel Díaz Ayuso contra las leyes trans eliminando esta práctica que, si bien parece algo propio de una época en blanco y negro, continúa existiendo en la actualidad.

“Son mucho más sutiles. Si saliera a la luz que alguien emplea un tipo de métodos agresivos -descargas eléctricas, por ejemplo- sí se podría actuar de forma más contundente”, explica al sexólogo Roberto Sanz en declaraciones a ElPlural.com, aclarando que el peligro, pasa, por lo tanto, por la capacidad de “camuflar una sesión como otra de alguna cosa similar y seguir trabajando con la persona”.

De hecho, es ese escenario más psicológico y menos físico -aunque, evidentemente, continúan existiendo el comportamiento más conductual- en el que más cómoda se mueve de un tiempo a esta parte la homofobia, abriendo así la puerta del armario a un odio “interiorizado”, como explica el experto que habla para estas líneas.

El tema de las terapias de reconversión se ha mantenido de actualidad en los últimos días aterrizando incluso en el Congreso de los Diputados, donde el colectivo ha presentado una proposición de ley para castigar con cárcel la promoción y realización de las mencionadas pseoduterapias que, desde hace meses han resultado nuevamente mediáticas debidos a las que han llevado a cabo algunas entidades eclesiásticas y la propuesta de endurecer el Código Penal para combatirlas.  

¿Qué siente una persona del colectivo o que trabaja a diario con él cuando ve que se siguen produciendo este tipo de prácticas?

Sobre todo, incomprensión y rabia. Me rodea un pensamiento de que vivimos en la era de la información, en la cual con un clic todo el mundo tiene acceso a cualquier conocimiento, pero la gente no lo utiliza. Se siguen asumiendo ciertas cuestiones, y no desde grupos determinados (religiosos, por ejemplo), sino desde una población general y que, si bien no promueve estas cosas, sí las tolera.

PP y Vox votaron recientemente en Madrid que las terapias de reconversión no se consideren delito, sino una sanción administrativa, justificando además su decisión con que afectaba a pocas personas y no querían perjudicar a la Iglesia. ¿Qué sensación dejan este tipo de discursos, desde un punto de vista más político?

Hay una parte de avance, porque hasta ahora estas terapias no tenían ningún tipo de control en cuanto que no estaban en el punto de vista político ni activista, al menos en la calle.

Se sabe de sobra qué grupos políticos están a favor y en contra de todos estos movimientos, y esa es la lucha que tenemos en los últimos años. No sorprenden a nadie.

De hecho, estas terapias a nivel estatal están prohibidas dentro de la Ley Trans. Pero claro, una cosa es lo que dice el texto y otra la práctica, y ahí es donde ponen el foco las víctimas. Voy a ser muy directo: ¿La política o las administraciones protegen realmente a las víctimas?

No. Gran parte de las políticas van en la línea de intentar hacer cosas, pero entre unas cosas y otras, como las trabas a las que se enfrentan, (…) No es una prioridad para la población española. Los medios, el interés y, sobre todo, la insistencia que se pone a estas medidas, es muy limitada. Están en el papel y eso es muy importante, pero no hay una aplicación generalizada que pueda servir para esa protección, ni mucho menos.

Quien hizo la ley hizo la trampa. Hace unas semanas publicamos un artículo sobre las ambulancias que ponen algunas organizaciones ultracatólicas a las puertas de las clínicas abortivas, y está prohibido coaccionar a las mujeres para que interrumpan el embarazo. Claro, estas personas dicen que “solo informan”, aunque sabemos que no es así. En las terapias de reconversión también está claro: no hay sanciones. ¿Por dónde pasa la solución para que la normativa no de pie a vacíos legales?

La única opción es la conciencia de las profesionales. Todas estas profesiones tienen un gran corporativismo y en el momento en el que cierras la puerta de la consulta nadie sabe lo que tú estás haciendo. Esto provoca que yo pueda camuflar una sesión como otra de alguna cosa similar y seguir trabajando con ello.

Esto tiene poca solución más allá de que el personal que lo realiza considere que es un error a nivel laboral y ético. Y que la gente pueda denunciar estas prácticas; alguna forma de controlarlo desde fuera. Pero el problema es ese, que es muy difícil entras a ver qué hace alguien profesional de la psicología, por ejemplo, en su consulta.

En el momento en el que cierras la puerta de la consulta, nadie sabe lo que estás haciendo

Alguien lee sobre terapias de reconversión y se le puede venir a la cabeza el franquismo, descargas eléctricas, etc. ¿Siguen siendo tan físicas o más psicológicas?

Son mucho más sutiles. Si ahora saliera a la luz que cualquier profesional empleara ese tipo de métodos tan agresivos, sí se podría actuar de una forma más contundente. El problema es lo que decíamos, que entro en consulta, cierro la puerta y puedo manejar al paciente.

No es éticamente válido, pero está permitido. Y es peligroso porque se puede entrar incluso en una parte de lavado de cerebro en la que una profesional te va orientando sobre lo que es y no es normal.

Entiendo además que todo ello anclado en la idea de que las prácticas sexuales se pueden reprimir. No van a cambiar la orientación propia de la persona, pero sí pueden cambiar su comportamiento, y con ello puede entrar en temas de homofobia interiorizada, síndrome del impostor, etc.

Precisamente, ¿esa homofobia interiorizada se sigue produciendo con demasiada asiduidad o cada vez se ve menos? Por poner un ejemplo, antes muchas de las personas que acudían a estos sitios era por sus progenitores, y ahora muchos padres y madres se han abierto a la educación sexual. A la vez siguen dándose comentarios “de broma” en grupos de amigos… a eso me refiero.

Se ha avanzado mucho, pero sigue existiendo. Es verdad que la homofobia ahora es mucho más sutil. Vivimos en un momento políticamente correcto en el que ciertas actitudes ya, afortunadamente, no se toleran socialmente; pero esas actitudes no se ocultan en la cotidianidad: cuando haces ciertos comentarios con las identidades sexuales refuerzas modelos que, para las personas que están en el colectivo y las están escuchando día tras día, no les facilite el empoderamiento.

La homofobia no se oculta en la cotidianidad

¿Cómo es el acompañamiento a una persona LGTBI, no solo que sufre estas prácticas, sino cualquier tipo de homofobia? Entiendo que depende mucho del caso, pero de una forma genérica.

Mi trabajo se mueve en dos partes. Una es la defensa a nivel social, legal, de redes… para frenar las violencias y para que no vayan a más, y por supuesto por un tema de salud mental, que la persona esté tranquila.

Y una vez la persona está más o meno protegida, empezamos a ver opciones de acción. Ahí ya puede ser más amplio porque pueden ir desde promover talleres más concretos hasta tirar de recursos legislativos.

¿En qué sigla -si se me permite- del colectivo se centra más la lucha actual? Me refiero, hace 20 años el matrimonio igualitario fue súper revolucionario, pero ese debate la sociedad parece que ya lo ha superado (con matices, claro está). Particularmente diría que en la población trans, mientras que hay otras identidades como la intersexual a las que todavía les rodea un desconocimiento y un silencio enorme.

Hay una parte muy amplia en las identidades trans y nuevas identidades, también no binarias, queer, porque está todavía muy, muy fuera de la norma y se ha puesto muy poco el foco ahí para intentar normalizarlo.

Muchas veces percibo que no hay tiempo de fijar objetivos. Quiero decir, bastante tiene el colectivo defendiéndose de todo este tipo de ataques -autobuses de Hazte Oír y demás- como para centrar toda la energía en un único punto. Ahora mismo es inviable.

Está habiendo una parte de lucha muy importante en las identidades trans, queer, etc; pero fijar la energía en un único punto, mientras te defiendes de ataques -autobuses de Hazte Oír, etc- es inviable

A veces da la sensación de que siempre destacamos lo malo. Los medios de comunicación los primeros cuando hablamos en demasía de la ola reaccionaria -de la cual hay que hablar- y muy poco de todo lo que se está haciendo, que cada vez más gente se interesa, que trabaja cada día por ello (…) ¿En qué punto estamos realmente?

Diría que, lamentablemente, en el mismo que hace mucho tiempo en el sentido de que todas las sociedades se van polarizando, la nuestra también.

La gente que entra a formarse es porque les interesa esto, porque no hay una demanda social. No se exige una preparación en un medio de comunicación, que conozca lo que es una identidad trans, por ejemplo, pero informan sobre ello. No digamos en política…

Hemos puesto sobre la mesa temas bastante complejos desde la sexología, y nada complejos desde la sociedad porque la gente se polariza en el sí o el no; y el resto de sociedades (políticas, comunicativas, educativas, culturales…) van jugando un poco a hablar de ciertas temas, pero no tratarlos en profundidad. Se juega mucho con el tema del morbo, los grandes actos, etc, pero no se entra en un debate que la sociedad necesita para poder situarse.

¿Qué puede hacer, no digo ya tanto una profesional como una de a pie, para que las cosas continúen cambiando?

Por un lado, poner a ciertos partidos y discursos en contra de los derechos humanos y sexuales límites. Un cordón sanitario.

Y, por otro, la educación sexual. Se va avanzando, pero es muy desesperante y algo por lo que luchamos mucho, porque los currículum académicos incluyan una asignatura propia.

El resto lo estamos haciendo bien. Avanzamos, muy lentos, pero avanzamos; la gente trabaja en ello, la sociedad responde y va abriendo la mente.

No se exige preparación sexual en periodismo o política (...) Los currículums académicos deberían incluir una asignatura

Además, España siempre ha sido pionera en estas cuestiones.

Totalmente, nuestra historia es un poco distinta a la de otros países. La dictadura fue un horror, pero favoreció que ciertas corrientes y grandes pensamientos del resto de Europa entraran ya desarrolladas aquí. Y eso fue muy positivo.

*Roberto Sanz es psicólogo sanitario y sexólogo. Coordinador de formación de la Fundación Sexpol. Socio fundador de AHIGE Madrid. Ponente en múltiples congresos nacionales de sexología y jornadas nacionales e internacionales. Miembro de la Junta directiva de FEES. Colaborador de múltiples medios de comunicación y reconocido psicólogo divulgador por el COP Madrid. 

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