Lo vi en el informativo ayer. Y anteayer, y el día de antes. Porque hay cosas que ni este maldito virus no cambia, y una de esas cosas es la necesidad que muchas personas tienen de huir de algunos lugares, de algunas vidas. Porque quedarse es la muerte.

Solo así se entiende que, con la que está cayendo, sigan llegando pateras cargadas de personas dispuestas a jugárselo todo a una carta. Son personas cuyo único patrimonio es su propia vida, y por eso están dispuestas a arriesgarla por una promesa incierta de la tierra prometida.

Imaginemos por un momento cómo se debe sentir alguien para jugárselo todo por llegar a uno de los países más azotados por este coronavirus que ha dado la vuelta a nuestro mundo como un calcetín. Cómo no será de desesperada su situación para arriesgar doblemente la vida, una en el mar y otra en tierra. Tal cual.

Pero así son las cosas. Para ellos, tal vez llegar a España sea jugar a la ruleta rusa, pero aquí hay una o varias oportunidades en el cargador. En su tierra de origen el tambor del revólver está lleno de balas. No hay juego ni ruleta. Hay muerte sí o también. Y por eso no hay más vida que jugarse la vida doblemente.

Siempre trato de ser positiva, y por eso insisto en creer que esta hecatombe va a ayudarnos a reflexionar sobre qué es aquello en lo que hemos fallado, y que hemos de hacer para no repetirlo. Y en algo en lo que fallamos estrepitosamente como sociedad es en la solidaridad con estas situaciones. Europa dio muestras de una insensibilidad espantosa con aquello que dio en llamarse la crisis de los refugiados, y que no ha dejado de existir, aunque haya dejado de ser noticia. No era una crisis aguda, sino una situación crónica, pero fue cediendo espacio en los informativos hasta desaparecer de la lista de nuestras preocupaciones.

Cómo no será de desesperada su situación para arriesgar doblemente la vida, una en el mar y otra en tierra

Hoy el espanto que en su día nos causó el cuerpo exánime del pequeño Aylan ha quedado eclipsado por el impacto de algo mucho más pequeño pero infinitamente más grande, un virus que nos ha recordado que nuestra sociedad occidental no es tan todopoderosa como habíamos llegado a creer.

Ojalá una de las lecciones que saquemos en claro de todo esto sea que la solidaridad entre países es absolutamente necesaria. Un mundo global requiere una mirada amplia. Con virus o sin él.