El confinamiento continúa. Como era de esperar, quince días no fueron suficiente para ganar la batalla, y tenemos por delante unos cuantos más, que, si para cualquiera son duros, hay para quien son un verdadero drama

Nuestros cuerpos y nuestras mentes soportan con una mezcla de ansiedad y resignación las circunstancias, aunque comprendemos qué ocurre. Pero, ¿cómo será para esas mentes que no alcanzan a comprenderlo, que no son capaces de gestionar la resistencia que cantamos una y otra vez? Y, en especial, ¿cómo será para quienes les cuidan?

Pocas cosas hay más duras que convivir con una persona que padece una enfermedad mental. Pocas situaciones más desesperantes para padres o madres que ser víctimas de agresiones por hijos que no son dueños de sus actos. Y, si siempre es difícil la solución, en estos momentos se torna casi imposible.

 Me planteo si nos hemos llegado a convertir en policías de los demás y eso me estremece

La situación de esas personas especiales, siempre dura, se endurece con el confinamiento, y, en consecuencia, se endurece todavía más la de quienes les cuidan. Sin posibilidad de hacer otra cosa que permanecer entre las cuatro paredes de una casa, sin poder darse el desahogo de salir a la calle ni acudir a sus rutinas diarias, acabar cada día debe convertirse en un ejercicio de escalada a la cima más alta con toda clase de obstáculos de por medio.

Leía el otro día sobre una iniciativa consistente en un brazalete azul para identificar a quienes padecen autismo y están por ello autorizados para salir a la calle. La noticia me causó sentimientos encontrados, sobre todo, porque sea necesaria una identificación para evitar los improperios de algún vecino indignado. Me planteo si nos hemos llegado a convertir en policías de los demás y eso me estremece. Y es que los brazaletes aún tienen muchas connotaciones que erizan el vello.

Soy consciente que no todas las personas con enfermedades mentales o con capacidades diversas son iguales. Las hay que exigen atención constante, pero son todo tranquilidad, y las hay que desarrollan conductas agresivas ante estímulos que les causan rechazo. Y estar a su cuidado en estas circunstancias debe ser terrible. Si a eso se suma la existencia de otros menores a cuidar, se tensa la cuerda hasta poderse ahogarse en ella.

Es un buen momento para pensar en estas personas en las que no pensamos nunca. Un buen momento para darnos cuenta de que merecen nuestra atención y que quienes las cuidan merecen el mayor de los apoyos.

Y, por supuesto, también es momento de pensar que hay que reflexionar antes de gritar o increpar a alguien desde nuestros balcones.