El que no sea consciente de que el mundo puede cambiar radicalmente de un momento a otro es un insensato. Y no me estoy refiriendo precisamente al cambio climático, que también, sino al que afecta a las estructuras de poder. Unos, los menos, pretenden conservar sus posiciones de privilegio a toda costa a pesar de que el sistema se tambalee, pero otros, los más, consideran que no se puede soportar por más tiempo el papel de pagano de estas prebendas sin sentido ni justificación.



Hace unos años fuimos testigos de cómo el muro de Berlín cayó de un día para otro sin casi avisar, pero hoy podemos asistir a la caída del mayor muro -aunque no sea físico- que ha sido construido para dividir a las personas: las que pretenden detentar un poder político y económico que se han arrogado a costa de la sumisión por ignorancia de los demás, frente a las víctimas de ese oscurantismo ancestral que empieza a despertar gracias a la deslumbrante luz de la globalización.



Ayer fue Túnez, hoy es Egipto, mañana será cualquier otro país cuyos ciudadanos tomen conciencia de que son meros instrumentos en manos de unos poderes opresores al servicio de una minoría  explotadora que acapara casi toda la riqueza que ellos han generado con su esfuerzo. Ya no valen ni censuras, ni privación de libertades, ni limitación de derechos para mantenerlos ignorantes y domesticados.



El omnipresente y eterno vigilante ojo Orwelliano del Gran Hermano que controlaría a la sociedad, se ha trastocado en cientos de millones de “ojos cibernéticos” que escudriñan las realidades que tratan de ocultarles o manipularles. El presumible controlador se ha convertido en controlado.



Estamos en los albores de una nueva era cuyo recorrido es muy difícil de pronosticar y cuya espoleta ha sido la profunda crisis económico-financiera que ha dejado al descubierto las ruindades de un sistema basado en la codicia, la especulación y la preeminencia de un sistema financiero que ha detraído excesivos recursos de la economía real, propiciando el enriquecimiento de unos pocos en detrimento de la mayoría.



Pero con ser ello grave -de una forma o de otra las extremadas desigualdades han sido una constante a lo largo de la historia- lo relevante es que ahora esta situación de desequilibrio no escapa al análisis y la indagación de los “ojos cibernéticos” de los desheredados.



De cómo se reconduzca esta rebelión en ciernes dependerá la estabilidad mundial y es muy de temer que los privilegiados del sistema pretenderán no cambiar nada para que todo siga igual. Pero eso será ya imposible.



Hasta aquí el artículo del pasado 6 de febrero que ha resultado premonitorio del movimiento de descontento social que estamos viviendo estos días.



Quisiera, por último, solidarizarme con ¡Democracia Real Ya! y, para ello, no encuentro mejores palabras que las empleadas por José Luis Sampedro -mi añorado catedrático de Estructura Económica- en la carta de adhesión que ha dirigido al movimiento: “El 15 de mayo ha de ser algo más que un oasis en el desierto; ha de ser el inicio de una ardua lucha hasta lograr que, efectivamente, ni seamos ni nos tomen por “mercancía en manos de políticos y banqueros”. Digamos NO a la tiranía financiera y sus consecuencias devastadoras”.



Gerardo Rivas Rico es Licenciado en Ciencias Económicas