Los defraudadores de siempre van en su reluciente trono. Los débiles llevan las cruces en esta casposa procesión a golpe de látigo. Una penitencia para salir presuntamente de la crisis y sanear las almas de los portadores del virus de la protesta. El dolor purifica. Y la denominada “amnistía fiscal” es un regalo a los especuladores de alto copete… Es lo correcto y vamos por ese buen camino que genera confianza, o cierta desconfianza, a los insaciables pillos que dirigen este culebrón de serie Z.

Debemos cumplir con la reducción del déficit y con los compromisos presupuestarios de esta única forma. El club de los poetas económicos ya no tiene incertidumbre. O sí la tiene. En todo caso, la angustia es patrimonio de la población. El dios de los mercados puede continuar haciendo caja y dormir a pierna suelta en su colchón forrado de billetes. Esta semana es santísima y se conmemora la Pasión de un tal Jesús. Pero el vía crucis de la clase trabajadora es permanente.

La liturgia de los que tanto velan por nosotros nos castiga al calvario, a palmarla en el madero de las medidas y los sagrados recortes. La marcha gloriosa de la banda del PP pone la nota de color procesional. Negro, claro. Ésta es la conspiración que los grandes poderes utilizan para reducirnos al mínimo. Se quedan con las treinta monedas de plata, nos invitan a cenar pan duro y a beber tragos de vinagre… Nos llevan al huerto de sus intereses.

El remate de la fiesta, como pueblo soberano, consiste en nuestra flamante coronación de espinas. Nos crucifican en lo alto del monte sin resurrección posible. ¿Hasta cuándo? ¿Vamos a decir amén?... En fin. Todo tiene sus compensaciones. Oremos en tiempo de Semana Santa, queridos feligreses. Quien cree en nuestros gobernantes y en nuestras autoridades económicas y financieras, no será condenado.

No basta con esa fe para salvarse. Hace falta asumir lo que toca con obediencia. Sólo así alcanzaremos la gloria celestial. No caigáis en el error del pecado, en la desviada conducta de no cumplir lo que os mandan nuestros indignos superiores. El ser humano depende de la gracia redentora de los jefazos del reino. No existe otro modo, queridos pecadores, de acceder a las alturas. No, no somos capaces por nosotros mismos de salvarnos o de santificarnos.

La misericordia y el amor de la superioridad incompetente nos dan el aliento preciso. Tened fe y caminad con resignación cristiana. No caigamos en la tentación, en el mal o en las perversiones que os marca el demonio de las quejas constantes. Sed fieles para evitar la ira de nuestros irrespetuosos caudillos.

Asumamos los ajustes, las reformas y los recortes con satisfacción. Porque seremos ampliamente recompensados con un puntapié en la retaguardia. Huid de las tinieblas con la intención de alcanzar la luz que nos otorgan nuestros cabecillas. A pesar de nuestras infidelidades y de las veces que les cuestionemos, nos quieren sanos y salvos para seguir haciendo de las suyas y riéndose de nosotros.

Marc Llorente es periodista y crítico de espectáculos