Aun así, las insaciables garras del Fondo Monetario Internacional piden más esfuerzos. ¿A quién? No hay problema para atender la solicitud. Ahí está el Ejecutivo con su colección de ajustes por entregas. Cumpliendo feliz su delirante guión, bajo la batuta de la canciller Merkel, e improvisando sobre la marcha para contentar a unos mercados que sólo velan por sus intereses especuladores y económicos.

La ruina ciudadana galopa y corta el viento caminito del desastre total. Éste es el nuevo modelo retrógrado y ésta es la transformación social administrada por los gestores totalitarios del PP. La innovación, la sanidad, la educación y el resto de cuestiones sociales van hacia atrás con pasos de gigante. Esto desgasta notablemente al delegado de Alemania en España, Mariano Rajoy, pero el PSOE no lo rentabiliza en principio.

Los socialistas deben contrarrestar los despropósitos y ofrecer alternativas viables que lleguen a la gente. Con las elecciones presidenciales en el país galo, los franceses gozan de una oportunidad extraordinaria para sacudirse el malestar que predomina en esta UE patrocinada por Berlín.

Definitivamente, hay que poner fuera de juego a Sarkocy en la segunda vuelta del 6 de mayo, en favor del socialista Hollande, y después, dentro de año y medio, a Merkel, esa diosa que reside en el Olimpo del abuso. Es preciso frenar a los mercados financieros, poner en el punto de mira a los que más tienen y favorecer el crecimiento por encima de tan rígida austeridad.

Los mandatarios actuales aprietan totalmente las clavijas. Exigen a los demás porque no hay tela para atender los servicios públicos, aunque a ellos les sobran prebendas. A éstos y a los bien acomodados personajes en el pedestal de la exuberancia y la ofensa dirigida a la sociedad. Los todopoderosos alcanzan el éxito a costa de los necesitados, quienes pierden, sobreviven o poco más.

Esa raza a la que no le importa lanzar el dinero por el balcón porque le molesta en el bolsillo y lo obtiene con el sudor de la frente ajena. Como suele ocurrir con esta clase de sujetos de guiñol, pueden cultivar una faceta solidaria para enjabonarse por dentro y obtener la gloria celestial algún día.

Menos mal. Los obispos aplican sus calmantes y creen que Jesús está al lado de los que sufren y no trabajan. Quiere esto decir que posee una multinacional en la que es posible que puedan solicitar un puesto los parados con prestaciones o sin ellas. A Cristo no le gusta la chapuza de la reforma laboral, ya que es partidario de que la empresa sea para el que la trabaja, por mucho que los santurrones piensen al revés. Pérez Rubalcaba la derogaría.

El PP juega a los tijeretazos con la educación pública. La escuela debe ser un simple negocio y el alumno, el cliente. La subida de las tasas universitarias es estupenda. Sólo estudiarán los niños de papá, que es lo ético, y muchos otros se irán a la calle por falta de liquidez. Ya saben. A trabajar como limpiabotas de los señoritingos.

Ésta es la igualdad de oportunidades y así funciona la galopante desigualdad social. He ahí el nuevo copago farmacéutico. Los intereses de algunos quedarán a salvo gracias a la paupérrima cartera de la ciudadanía. La pésima gestión de los políticos y de las divinidades, que disfrutan en las altas cumbres, legaliza tranquilamente la corrupción, el enchufismo en cadena y la ampliación del número de asesores que no asesoran nada. O que solamente asesoran sobre cuestiones de puros o de fútbol, que por algo se le suben los humos y le gusta el cuero al presidente. Y dejarnos en cueros.

La cosa merece galardón. Al ilustre huésped de La Moncloa le endiosan unos colegas al investirle como doctor “horroris causa” con birrete de cartulina, toga carnavalesca y medalla de “Todo a 60 céntimos”. Este hombre carece de sentido del ridículo y se lo ha ganado. Es el adalid del Estado de Bienestar, lo que exige nuestra quiebra particular para mantenerlo en pie. Única forma de salir de la crisis, de que crezca la economía y de garantizar nuestros diluidos derechos. Pero no, no. No termina aquí el guateque. Y las movilizaciones, claro, están a la vuelta de la esquina. ¿Hacía dónde?

Marc Llorente es periodista y crítico de espectáculos