Ningún crack económico ocurre espontáneamente. La ruina ajena nutre la codicia y a los estafadores por vía legal. Los cataclismos frenan el progreso social deliberadamente, empujan a la cuerda floja a las fuerzas progresistas y alientan a los grupos más reaccionarios de la política. Así, la temerosa población abraza al lobo en busca de migas y se rinde ante los parientes cercanos que generan las hecatombes.

¿Qué motivos tenemos, dadas estas circunstancias, para dirigir nuestros votos hacia la corte marianesca? Y no se pretende disculpar cuestionables acciones o inacciones de los socialistas. Puestos entre la espada y la pared por los poderes financieros y los organismos mundiales, probablemente tendrían que haber reaccionado de otra forma.

A la crisis internacional que nos afecta debemos añadir los problemas de la coyuntura española. La segunda fase de la burbuja inmobiliaria se coció durante los Gobiernos del PP. Habría sido necesario plantear un nuevo modelo productivo sobre los pilares de la Educación para darle impulso al progreso económico y garantizar la igualdad.

Siempre es posible cumplir objetivos, gusten o no y a propósito de la crisis de la deuda, por diferentes senderos, sin poner al frente del pelotón a una exprimida clase trabajadora cuyo único delito es el de querer prosperar honradamente y en libertad. Zapatero no ha estado a la altura deseable. Ahora Rubalcaba quiere mejorar los puntos débiles.

En este contexto actual de turbulencias, el PSOE no es el peor de la película. El PP sí ejerce de alumno aventajado de la regresión patrocinada por los padres de la crisis. “Ardua y larga” será la salida, manifiesta la canciller Angela Merkel en la línea de los “sacrificios considerables” que proclama la derecha extrema.

Rajoy, bajo la inspiración del soplo divino, no lo explica aunque lo incluye en su secreta hoja de ruta por si los votantes le sacan de Génova a hombros por la puerta grande. El tono solemne e institucional se ha apoderado de él en sus intervenciones y sólo dedica sus esfuerzos, con el oportuno maquillaje, a ejercer de moderado y falso centrista.

El programa de “reformas de enorme alcance” tiene las pilas en su sitio a la espera de ser aplicado con la venia de los electores. Romper esquemas estaría muy bien si esto se refiriese a las situaciones consolidadas de los más poderosos. Pero no. El látigo tiene siempre como objetivo el lomo de los ciudadanos.

¿Vamos a obsequiar una mayoría parlamentaria a estos menesteres? ¿Van a darles autoridad moral y una legitimidad política para que hagan las reformas que mejor les convengan a sus intereses y a los de sus afines? ¿Vamos a consentir la marginalidad electoral del PSOE anhelada por todas las huestes de la derecha extrema?

Siempre será posible la protesta… Mejor aún es no caer en la trampa y no regalarles los votos para que no terminen de deshacer los derechos y el poco Estado de Bienestar que ahí sigue. A esto le llaman “la ejemplaridad de la vida pública” en pro del interés de España. Éste es el “camino que conducirá al éxito y a la victoria sobre la crisis”.

El ambicioso “plan de regeneración nacional” que tienen en el cajón no se dirige a limpiar el país de corruptos y fraudulentos, ni a que las grandes fortunas aporten lo que deben o a eliminar las potentes prebendas de muchos. Vale una profunda reforma de las administraciones públicas, no malgastar los recursos, disminuir lo superfluo y eliminar las duplicidades y lo ineficiente. Bien.

Otra cosa es imponer una estabilidad presupuestaria a base de ir segando las cabezas de los que no tienen ninguna culpa. ¿Lo consentiremos? ¿Somos conscientes de lo que se avecina más aún? ¿Estamos dispuestos a elegir al Partido Popular para darle más alas al logotipo de la gaviota? No, no vuela hacia arriba, sino hacia atrás.

Quieren arreglar el problema de los derroches aquellos que han ido haciendo agujeros económicos en las comunidades donde gobiernan. Aspiran a limpiar los que ensucian, a poner soluciones a costa de la indecisa población y a hacer de su capa un sayo.

Necesitamos un cambio, sí, pero no el esgrimido por los populares en su Convención Nacional. La ilusión, la confianza y la fortaleza no llevan para el ciudadano de a pie la marca de Rajoy, Cospedal, Pons, Santamaría, Ana Mato, Montoro, Escudero, Arenas, Aguirre, Fabra, Trillo, Feijóo y del resto de ejemplares de la factoría del PP.

La protesta global del 15-O circula por otros derroteros como es lógico. La gente reclama sus derechos y una democracia auténtica. Los indignados arremeten contra las élites financieras y los poderes establecidos, que benefician a unos pocos y convierten en mercancía a las personas.

Quieren decidir su propio futuro y no que los listos lo decidan. Ganen unos u otros las elecciones del 20-N, será preciso continuar en la brecha pacíficamente, debatiendo y organizándose hasta lograr un verdadero cambio. No será fácil, desde luego.

Todo es posible cuando se lucha. Alfredo Pérez Rubalcaba, por cierto, se compromete a asumir muchas propuestas del 15-M. Y sí, Willy, sí. Existen sobradas razones para la rebeldía como las de tu libro. Pero esto no debe ceder el paso al previsible Rajoy en su camino a La Moncloa. Él y los peces gordos se frotan las manos y se aprovechan de la crisis y del personal. ¿Les daremos luz verde y vamos a legitimarles en las urnas?

Marc Llorente es periodista y crítico de espectáculos