Rubalcaba estuvo sentado a la izquierda de los espectadores. Rajoy, como no, tomó asiento en la parte derecha. El moderador Campo Vidal estuvo situado en el medio y eso que no era jueves sino lunes. No se empleó muy a fondo porque el debate fue un combate con guantes casi de seda. El puño de Pérez Rubalcaba hizo amagos, golpeó al aire en algunas ocasiones y no hizo blanco en las gafas del otro púgil.

El aspirante del PP tenía los ojos exaltados como es habitual en estas circunstancias. Quiso tirar de las orejas a su competidor y darle cachetes cuando Alfredo, según Rajoy, lanzaba “insidias”. El exceso de maquillaje no permitió que los aficionados conocieran claramente las intenciones de cada uno. Las dudas siguen sobrevolando por encima de los indecisos. Y las sospechas sobre el líder gallego se mantienen intactas.

Querían darse puntapiés por debajo de la mesa… Imposible. Era muy larga y la argucia no funcionó. Vidal estuvo al quite para evitar cualquier marrullería o golpe bajo. Rubalcaba hizo preguntas a un Rajoy al que trató como si fuera jefe del Gobierno. Salió derrotado al plató con el único objetivo de poner en evidencia los recortes del PP, que Rajoy no se atreve a decir, y recortar las distancias que hay según las encuestas.

El cambio que pregona el partido de la derecha extrema, por mucho que el anodino Mariano Rajoy vaya de buen chaval por la vida, no quiere decir otra cosa que no sea reforzar la regresión patrocinada por la dictadura de los mercados y asumida por las fuerzas caciquiles de los organismos internacionales.

Nadie se opone a la necesidad de un crecimiento, a reducir el déficit, por la cuenta que nos trae, y a la creación de puestos de trabajo. Pero no a base de recuperar la confianza de los vividores estrangulando paulatinamente los derechos de la población.

El Partido Popular merece todas las críticas de Pérez Rubalcaba. Es parte de la familia del neoliberalismo más feroz, responsable en buena medida de esta crisis que amenaza con debilitar más aún a los ciudadanos. Ahora bien, si el aspirante del PSOE va en busca de los electores perdidos, debe exponer un claro propósito de enmienda para movilizar a la militancia y a los descontentos simpatizantes.

Rajoy sí tiene quien le escriba. Este hombre no conoce bien su programa electoral, se aferra al guión y a los papeles y esconde en el cajón sus verdaderas pretensiones. La recesión no va a ser sólo económica y política sino que, si los votos no lo remedian, va a extenderse a todos los aspectos de la vida social. ¿Esto es el cambio que se necesita y lo que se votará mayoritariamente con el oscuro Aznar y sus afines en la sombra y una caverna mediática o religiosa que se frota las manos?

Pérez Rubalcaba es un tipo mucho más desenvuelto frente a un encorsetado Rajoy. No lo aprovechó del todo, pese a atacar al adversario, y dejó una buena oportunidad en la cuneta. Parece que el género está vendido y que sólo puede aspirar a salvar los muebles.

Quiso aceptar el marrón de ser candidato por responsabilidad, pretendiendo casi lo imposible o para que la derrota no fuese muy amarga. Incluso esto peligra. Y no por los méritos de la derecha extrema. Rubalcaba se quitó en fechas recientes la puntilla y daba la impresión de que el difícil vuelco electoral podía realizarse.

Ahora las probabilidades se diluyen aunque habrá que agotar hasta el último balín. Alfredo necesita una botella de oxigeno y Rajoy fuma puros mientras afila sus grandes tijeras y revisa el programa oculto que quiere inyectarnos gracias a los votos, a las desilusiones, a la indiferencia y a los abstencionistas.

¿Aún hay tiempo para evitar caer en las uñas de la amplia prole de la derecha extrema y para hacer un corte de mangas a la maquinación gubernamental del PP? ¿No tenemos bastante ya con las instituciones manejadas por esta gente altanera y ultraconservadora?

Marc Llorente es periodista y crítico de espectáculos