En un artículo publicado este jueves en The Wall Street Journal, el ex presidente de gobierno José María Aznar es partidario de esta táctica cuando afirma al comienzo del artículo que “la operación militar que ha puesto fin a la carrera militar de Osama Bin Laden demuestra que la perseverancia da sus frutos, y que la única forma de que las sociedades libres y abiertas puedan superar la amenaza del terrorismo global yihadista es perseverar en la lucha tanto como sea necesario”.

Quizás esta reflexión del ex presidente promueva extrañeza a quien la lea, pues él ha sido un entusiasta y decidido defensor de una forma de lucha antiterrorista en la que debieran respetarse reverencialmente los mecanismos del Estado de Derecho, en la que no valían, según sus propias expresiones, “atajos” o “guerras sucias como la del GAL” y en la que el respeto a la legalidad tenía que ser extraordinariamente escrupuloso.

La similitudes de Aznar con San Pablo de Tarso en este comportamiento -y en algún otro de lejano recuerdo- es más que evidente. Si Saulo fue un activo perseguidor de los cristianos hasta el punto de que participó en la ejecución de San Esteban -el primer mártir de la Iglesia- el ex presidente español ha mantenido una contumaz hostilidad contra los socialistas que pudieron tener alguna responsabilidad en el GAL (los cristianos en la similitud) y pretendió con denodada perseverancia por este motivo la ejecución política de Felipe González (el San Esteban en la comparación). Pero ha ocurrido que, al igual que a Saulo se le apareció Jesucristo para convertirlo al cristianismo, con Aznar ha sido el presidente estadounidense el que ha tenido el dudoso honor de convencerle de las maravillas del terrorismo de Estado, de los “atajos” y de la “guerra sucia”.

Ahora sólo faltaría para que la similitud se completara que de la misma forma que San Pablo se hizo perdonar por los cristianos perseguidos y murió decapitado por sus nuevas creencias, Aznar, al menos, se disculpara de su actitud hostil hacia los socialistas y se quitara la máscara de su hipocresía y de su ruindad.

Según la tradición, la cabeza de San Pablo rodó por el suelo y lo golpeó tres veces, y de allí donde chocó, surgió una vía de agua. Quizás cuando se desprenda Aznar de su cínica máscara y ésta choque contra el suelo surja una vía de sangre de todas las víctimas inocentes que fueron masacradas en Irak por poseer unas armas de destrucción masiva que nunca existieron. Y que, además, el sabía que no existían.

Gerardo Rivas Rico es Licenciado en Ciencias Económicas