Parece que la mayoría de quienes nos representan en el Parlamento tienen claro que la fórmula para que España se salve es empobrecer a la mayoría de los españoles. Se daña a los ciudadanos, pero España saldrá adelante, dicen, porque para ellos España es algo distinto a los ciudadanos que la constituimos; porque lo que pretenden salvaguardar es una marca, una empresa, un sistema de negocio que el pecado original de la deuda excesiva del Estado puso en peligro y por el que se nos expulsó del paraíso de la triple A de los solventes. Y ahora hay que pagar el castigo.

Hay mucho de perverso en todo esto, mucho de paternalismo de sacristía, mucho de resentimiento y de desprecio a los ciudadanos: votan a favor de ese daño que el propio Rajoy reconoce, pero por nuestro bien; nos empobrecen, pero porque eso es bueno para España, y la alternativa, dicen, sería un mal peor. Si la policía se lía a porrazos con los ciudadanos (hace daño) es para mantener el orden (para salvaguardarlo). Y si se blinda el Congreso es para proteger su inviolabilidad, porque es mejor prevenir que curar, según el brillante argumento de su presidente.

Cualquier día de estos saldrá cualquiera de esa mayoría soberbia recordándonos que quien bien te quiere, te hará llorar. Todo huele cada vez más a rancio.

Jesús Pichel es filósofo