Nuestro parque de atracciones es fuente de alegría e inspiración. Hay hienas disfrazadas de señores poderosos, un castillo de naipes que se desmorona… Tiene una jungla con una puerta donde puede leerse “¡Sálvese quien pueda!”… Los tigres se comen a los débiles. Pero las panteras no se comen a los ricos.

La tribu salvaje de los financieros se merienda a los despistados que pasan por ahí. Las pesadillas se convierten en realidad. Los garfios ensartan las nueces de los individuos y todos lo pasan estupendo. La saludable distracción habita en todas las demarcaciones.

En el bosque surgen seres abominables con gafas y corbatas que dan zarpazos. Uno debe reírse para que el vigilante de turno no se moleste. Vemos desfiles de políticos y estómagos bien alimentados en carrozas blindadas con flores fúnebres.

La montaña rusa es ahora el volcán del euro. Nos marea con subidas y bajadas pero disfrutas con el galopante paro que nos obsequian. Se puede demostrar la puntería en uno de los puestos. El rifle lo cogen los listos. Y los tontos representan la diana.

Subes a un galeón pirata y enseguida te lanzan a un charco repleto de tiburones vestidos de etiqueta. El oscuro sheriff del poblado te pone la soga al cuello con tu permiso. Una película tridimensional te envuelve, te ajusta y te reforma laboralmente o como le dé la gana con plena irresponsabilidad. Nosotros debemos ser los buenos y los responsables para asumir lo que nos echen. Puedes patalear, exhibir un cartel de protesta…

Los banqueros se visten de fantasmas en la mansión embrujada. Hay jueces condenados a la hoguera y corruptos que juegan a sus fraudes tranquilamente. La libertad lo exige en contra del peligro totalitario… Así es el maravilloso parque de los horrores.

La fiesta sigue. Rajoy se dedica tanto a asfixiar a la población que no le queda tiempo para solucionar los problemas de la ciudadanía. El sillón presidencial y los laureles son suyos, ya que se los ha ganado con la fuerza de los votos. A base de soplar la flauta engatusadora de Hamelín.

El Gobierno de la derecha extrema ruega al Altísimo. Rajoy lleva un mazo en la mano derecha, por supuesto, para tomar medidas valientes que perjudiquen más a la gente honrada. Adora a los que ostentan alguna forma de poder, en similar consonancia con sus postulados, y exhibe sus grandes tijeras al personal.

A los mendigos habrá que introducirles en el contenedor para que no fallezcan de frío y no perturben el orden de las personas decentes. Hay que dar puntapiés a los enfermos que no sirven, que no deben vivir del sistema sanitario tan ricamente. Esa pesada carga la debemos tirar por la borda cuanto antes.

Los astutos, como Dios manda, pueden continuar mamando del bote. Naturalmente, se ha de prorrogar la existencia de las centrales nucleares. El derecho a la vida es sagrado. El ecologismo que se vaya al infierno con sus energías limpias y sus chistes verdes.

Ya está bien de lo de Educación para la Ciudadanía. Hay que adoctrinar en serio a los chavales con Educación Cívica. El nacionalcatolicismo no pierde ninguna vigencia. La enseñanza privada es lo que se debe imponer… Rajoy no deberá permitir que cuatro o cinco descamisados arrebaten lo que es de la derecha por la gracia divina.

Debemos volver a la cultura del pelotazo, que tantos goles nos otorgó en portería ajena, y al desarrollo urbanístico a tutiplén. El desempleo y los currantes empeorarán. No los ejecutivos bancarios ni los especimenes de la peor fauna que seguirán enriqueciéndose.

Cuando la patronal dé a luz nacerán empleos de nalgas, con fórceps y de nula calidad. Premio para el señor de los líos, Rajoy, a quien le gusta mucho la empanada gallega y la sopa de ganso. La cómica sordidez de la España berlanguiana está viva.

La nueva reforma laboral ha venido a nuestro país con el fin de pisotear definitivamente cualquier derecho. Más despidos, arbitrariedad y mayor poder en manos del empresario. Mandan los organismos internacionales, Bruselas y un Rajoy que asume con fervor y como un pelele lo que le marcan desde las altas cumbres.

La movilización creciente y sostenida es obligada y debe buscar una negociación que corrija atropellos, el mando que facilita a algunos que hagan de los trabajadores lo que les apetezca. La cosa es cada vez más insostenible en este parque de los horrores.

No es lo mismo una equivocación que mentir deliberadamente. Los votos mandan, sí, pero las urnas no otorgan el poder para fulminar a la clase trabajadora y la democracia. Hacia eso vamos aún más si la maquina puesta en órbita continúa su curso. Ésta es la situación. Oprimir a los ciudadanos y la libertad absoluta del caciquismo global.

Marc Llorente es periodista y crítico de espectáculos