Pero bien entendido que como el Sr. Rajoy se empeña en llamar reformas a los recortes presupuestarios que afectan directamente a los servicios sociales básicos, lo que verdaderamente nos está anunciando son más recortes con mayor urgencia. Desde luego es así como lo entendemos los ciudadanos de a pie.

Lo que no llega a entenderse bien es cómo tales recortes no solo van a modernizar el país, sino que serán un hito en esa modernización. Vale que sean un hito, un punto y aparte que marque un antes y un después en el bienestar de los españoles (y los extranjeros que aquí residen). Pero que tal mojón marque la modernización del país es más discutible.

Si modernizar un país es precarizar el trabajo y los sueldos, subir los impuestos indirectos y un buen número de tasas, recortar prestaciones sanitarias y educativas, someterse, en fin, a las exigencias de los prestamistas y al catecismo neoliberal, entonces, sí, sí vamos camino de la modernización. Pero una modernización que huele demasiado a siglo XIX, a alpargata para unos y chistera para otros.

La modernización otros la entendemos de otra manera: como el desarrollo del bien común –de la comunidad, de la polis-, no como la acumulación de riquezas por unos pocos; como el fomento de la igualdad y del conocimiento, no como la elitización de una parte de la sociedad; como el ejercicio real y no solo formal de las libertades, no como la mercantilización de la vida.

El presidente Rajoy quiere pisar el acelerador para ir más deprisa y llegar cuanto antes al pasado, pero ya nos advirtió Ortega que prisa solo tienen los ambiciosos y los enfermos, y éste no me parece un caso de ambición.

Jesús Pichel es filósofo