El tradicional concierto de Año Nuevo no ha sido un canto de esperanza precisamente. Ha tenido la fuerza de los encargados de ordeñar a la ciudadanía, de todos aquellos que se apoyan en el abuso, con nuestra aprobación, para desvalijarnos y apoderarse de todas las riquezas. De modo que la asfixia y la obscenidad financiera seguirán su curso.

Las notas musicales de los filarmónicos del PP, aplaudidos por Berlín y Bruselas, no nos transmiten ninguna alegría. Pretenden frenar la crisis de deuda en la Eurozona estrangulando a la gente de a pie y ofreciendo más libertades a los granujas, como marca la acartonada e insostenible tradición.

En esto consisten la unidad y el diálogo, la magia melódica y el virtuosismo de los ejemplares de la derechona nacional e internacional. Las polcas, las marchas o los valses tienen el toque de una misa de réquiem, de una partitura que anuncia la supresión progresiva de aire al desarmado personal y que regala oxigeno a una poderosa minoría dispuesta a todo con tal de preservar sus muebles y de abrillantarlos incluso.

La orquesta de Rajoy toca el Danubio azul y su tropa baila celebrando las primeras medidas que tendrán continuidad el próximo jueves y, sobre todo, en los próximos Presupuestos, tras las elecciones andaluzas de marzo. Ya ven quienes castigaron al PSOE por dónde van estos personajes que sólo saben solicitar mayores sacrificios a los de siempre, sumisión absoluta y resignación ciudadana con el pretexto de la herencia recibida.

Las rentas de capital van a lo suyo, mientras la clase trabajadora recibe las bofetadas en sesión continua. Los Reyes Magos, made in Génova, no obsequiarán estímulos sino desempleo y más crisis. Y todos tan felices comiendo roscón. Sin sorpresa, claro. Hay que exprimir a la mayoría para que no decaiga la financiación del caciquismo.

Las congelaciones salariales o la subida del 1% en las pensiones son, en realidad, bajadas ante el aumento del IRPF. Es sólo el preámbulo de un Gobierno que nace tocado. La democracia irreal se amplifica diariamente al servicio de las elites financieras. Recortes para unos y premios para la voracidad de otros, en suma.

El panorama necesita algo más que contundentes respuestas. Exige unión organizada, defender los derechos sociales y laborales en vías de extinción, no circunstancialmente, y neutralizar un orden desordenado de cosas que nos empuja a la precariedad crónica. Las paradojas se imponen. Por poner un caso, el ingenio de la Generalitat Valenciana merece un galardón. Abonará 424.800 euros a una empresa para que le diga cómo ahorrar en el sector público.

Así florece la batalla en esta desigual pelea. Nos atacan hasta el fondo. Es la cruda realidad. Pero nadie contraataca seriamente. Si no contrarrestamos los bombardeos, el desconcertante paisaje que los depredadores nos dibujan con sus reformas agresivas será cada vez más oscuro.

Marc Llorente es periodista y crítico de espectáculos