Aznar simplemente fue y a su existencia le acompaña siempre la partícula ex. Se hundió en el barrizal de un pasado guerrero, se desgajó de sus amistades con Blair y Bush, se avergonzó de ciertas posturas con respecto al terrorismo y va por el mundo denigrando a su país, instalado en un ayer de despecho y una amargura de hiel hacia el presente. Quien sólo tiene pasado se priva del hoy preñado del mañana. La historia, en su devenir lineal, avanza deprisa y deja atrás a quienes son incapaces de seguir su ritmo. Aznar es un ser descatalogado.

Estamos cerca del final del terrorismo. Se han cansado las pistolas. Los muertos, nuestros muertos, dolor nuestro, sangre nuestra, han vencido al miedo, lo han arrinconado contra la pared, han derrotado a la pólvora asesina. Democracia, Cuerpos de seguridad, judicatura. Y ellos. Sobre todo ellos, tricornios brillantes como estrellas, Miguel Angel novio para siempre, Ordoñez. Aznar entonces hablando con el ejército de liberación. Mayor Oreja acercando presos. Diciendo ahora: "nunca hay que pagar ningún precio a ningún terrorista, ni por matar ni por dejar de matar” “No hay que hacer concesiones a ETA ni suplicar su final” Y Mayor Oreja: “Si ETA no mata es porque está ganando” Y se oye el crujir de neuronas dislocadas, de burkas de vergüenza tapando la desvergüenza.

Surge un grito planetario: el mundo debe sentir asco de sí mismo por el hambre de millones de seres humanos, por la riqueza injustamente acumulada, por miles de desahuciados, por carencia de una compasión fraternal, por unos políticos encerrados en su egolatría, por el reparto insultante de los bienes del mundo. Hombres y mujeres de todas las edades gritando en la cintura de la tierra. Y Aznar, resentido, como Esperanza, como la derecha disfrazada de centrismo, queriendo sofocar el dolor de quienes alzan la voz con el desprecio, la calumnia, el odio. Para el presidente de honor del PP, los indignados son “marginales, antisistemas”, están vinculados “a grupos de extrema izquierda” y no tienen “una representatividad importante en la vida española”. Y Esperanza escondida por miedo a un golpe de estado. Y cierta prensa vomitando su visión estrávica, su miopía hiriente. Y la Iglesia, aplazando la justicia para otra vida, la felicidad para un cielo lejano y ajeno a la urgencia de estómagos hambrientos.

Guardados en un sótano, los anaqueles herrumbrosos de un pasado convertido en ombligo único de muchos, descoloridos ataúdes abrazando esqueletos desteñidos, sin posible resurrección porque se negaron el futuro a ellos mismos. Allí están, gritándole al vacío, sólo al vacío, sin el eco hermoso de los montes. Pasado, sólo pasado. Nadie encontrará a José María Aznar porque estuvo en el mundo pero se negó a ser futuro. Si por él preguntara la historia, alguien debería responderle que es imposible encontrarle. Está descatalogado.

Rafael Fernando Navarro es filósofo
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