En estos días de nuevo gobierno según los vaticinios de los más agoreros deberíamos estar a las puertas del apocalipsis. Los fatídicos augurios que algunos partidos  pronosticaban, ni se han cumplido ni tiene pinta de que lleguen a pasar. Por eso hoy hablamos de los fines del mundo fallidos, amenazas que nunca se cumplieron porque sencillamente no eran más que eso, burdos engaños para hacer cundir el miedo.

Los agoreros han existido siempre y parece que así seguirán, porque independientemente de la escasa fiabilidad de sus pronósticos, un aspecto de la naturaleza humana juega a su favor, el uso de la congoja como arma política.

Es entonces, cuando las profecías se convierten, ya no en un fin, sino en un medio para manipular al pueblo llano. Y qué mejor terror que la peor tragedia de todas. El fin del mundo.

Los romanos ya creían en el fin del mundo haciendo cálculos con números mágicos y la fundación de Roma

Los romanos ya creían en el fin del mundo haciendo cálculos con números mágicos y la fundación de Roma.

En ocasiones el miedo a un apocalipsis estuvo justificado y la prueba más evidente aparece en la crónica de Alfonso VIII donde se nos cuenta cómo el 5 de noviembre 1180, en los valles de Valdivielso (Burgos), comenzaron a arder montes y casas por un fuego venido del cielo.

Hoy sabemos que fue un impacto meteórico, pero en la sociedad de aquel entonces, no se podía entender ninguna otra manera como no fuese la llegada del fin de los tiempos.

No obstante, y como veníamos diciendo, inculcar estos terrores ha sido motivo para la obediencia de los súbditos y fieles que con tal de ser salvados in extremis harían lo que fuera necesario. En los propios evangelios, Jesucristo insiste en que el fin de los tiempos es inminente, y aunque aún está por llegar, sus seguidores lo tomaron como cierto.

El pueblo de Valdivielso vivió su particular fin del mundo en 1180 ante la inexplicable lluvia de meteoritos

El pueblo de Valdivielso vivió su particular fin del mundo en 1180 ante la inexplicable lluvia de meteoritos que provocó numerosos incendios.

A lo largo de los siglos aquel patinazo bíblico se intentó explicar excusándose en un error de cálculo, el papa Clemente I dijo que el juicio final sería en el año 90, Hipólito de Roma lo postergó al año 500… y así podríamos continuar hasta nuestros días con profecías mayas, apariciones marianas y todo tipo de augurios fallidos una y otra vez.

En la España del siglo XVI otra visionaria, como era Lucrecia de León, volvió a repetir la jugada, insuflar el miedo para conseguir adeptos. En este caso la amenaza se cernía sobre toda España con una destrucción del reino por parte de moriscos, protestantes, ingleses… que en un contubernio internacional eliminarían del poder a Felipe II, solo sobrevivirían a aquella hecatombe los miembros de una secta conocida como la Congregación de la Nueva Restauración y cuyos adeptos se salvarían en una especie de bunker, aun por localizar, llamado la cueva de Sopeña. Felipe II, gran conocedor de las tramas de espionaje se percató de que aquel grupúsculo era mucho más que unos simples visionarios, la importancia de Bernardino de Mendoza y otros tantos aristócratas hizo que la ley cayese con toda su dureza sobre estos agoreros.

El fin del mundo que profetizó Lucrecia de León escondía una trama política

El fin del mundo que profetizó Lucrecia de León escondía una trama política de menoscabo a la figura del rey Felipe II

En ese mismo siglo XVI, los astrólogos británicos hicieron cundir la creencia de que Londres, así como el mundo resto del mundo, se acabaría el 1 de febrero de 1524 a causa de una terrible inundación. Y a ver… en Londres es cierto que lluvia no les falta, pero es que 20.000 ciudadanos abandonaron sus casas para establecerse en terrenos de mayor altura.

En Estrasburgo, Melchior Hoffman apostó por el fuego y que solo 144.000 personas serían salvadas. Ni una más ni una menos. Y, o bien ampliaron el cupo a toda la humanidad o aquel achicharramiento mundial nunca ocurrió.

Quizá la mejor lección sobre el fin de los tiempos nos la ofrezca un tal Ordoño, víctima de las profecías que lanzó en tiempos medievales el famoso beato de Liébana. Este religioso vaticinó el fin del mundo para 6 de abril de 793 y la población temerosa ayunó como muestra de piedad. Ordoño viendo que el fin de los tiempos se retrasaba dijo una frase que pasó a la historia “Comamos y bebamos, ya que si morimos, al menos lo hagamos hartos”.

Los famosos comentarios al Apocalipsis hechos por el beato de Liébana fueron más allá augurando un fin del mundo para el 793.

Los famosos comentarios al Apocalipsis hechos por el beato de Liébana fueron más allá augurando un fin del mundo para el año 793.