Los impostores, antes y ahora, tienen una capacidad muy especial. Poner sobre la mesa aplastantes verdades. Hace pocos días lo vimos con el alcalde de Madrid, José Luis Martínez Almeida, y su sincera conversación con el falso alcalde de Kiev.

Lo curioso es que no ha sido el único caso en la historia, otros pillastres también se dedicaron a engañar a alcaldes hace siglos. Y el caso más conocido nos lo ofrece el Archivo Histórico Nacional donde en sus legajos dedicados al Tribunal inquisitorial de Toledo se recogen la estafa de Francisco de la Bastida, uno de los grandes caraduras de nuestro pasado.

Recreación de cómo podría haber sido el joven Francisco de la Bastida durante sus estafas

Recreación de cómo podría haber sido el joven Francisco de la Bastida durante sus estafas. 

Nacido en Pamplona algo antes de 1560, Francisco de la Bastida provenía de una familia de la baja hidalguía. En los archivos genealógicos los vemos dar tumbos entre Alcalá de Henares y Tordesillas, hasta que finalmente llegan a la capital navarra donde nació Francisco abocado a la pobreza.
La vida nómada de sus antepasados parece imponerse también en nuestro protagonista que acabó con 20 años casado en Zaragoza con una joven igualmente pobre. Y es entonces cuando comienza su picaresca andadura.
En una sociedad aterrorizada por la Inquisición, había tabús insuperables, como por ejemplo, estafar al Santo Oficio. La tortura, el presidio perpetuo y la muerte más horrenda eran posibilidades más que factibles si te pillaban pero… ¿Y si lograbas escapar?
El hacerse pasar por inquisidor era muy tentador ¿Por qué quién cuestionaría las ordenes de un comisario o un familiar del Santo Oficio? Efectivamente, nadie. Por ello ni corto ni perezoso Francisco de la Bastida puso en marcha su plan.

Los falsarios o suplantadores de la Inquisición son más habituales de lo que quizá imaginemos

Los falsarios o suplantadores de la Inquisición son más habituales de lo que quizá imaginemos. Así lo demuestran las numerosas denuncias sobre falsos inquisidores. 
Lo primero fue hacerse con el atuendo (todo robado por supuesto) una pequeña capa que no le llegaba a las rodillas, el bastón de mando distintivo de los alguaciles y la documentación necesaria (absolutamente falsa) convirtiéndose así en un supuesto alguacil inquisitorial.

El siguiente paso fue elegir el escenario del crimen. Para ello escogió un lugar apartado, donde nadie le conociese, posiblemente por eso eligió la localidad de Berniches (Guadalajara) a más de 200km de Zaragoza, de donde partió. Allí, en Berniches estafó a los dos alcaldes que entonces tenían todos los pueblos y haciéndoles creer que necesitaba cinco arcabuceros. De esta manera, con el permiso de los alcaldes y los militares a su mando se presentó en la localidad Fuentelaencina para detener a Lope de Belmonte, un flamante empresario que no entendió nada de lo que ocurría.

Francisco de la Bastida, que por entonces se hacía llamar Felipe de Estrada le incautó un mulo y varias cabras y no contento con esto encarceló al empresario en la casa de un familiar de la Inquisición en el pueblo de Peñalver.

Francisco de la Bastida mintió como un bellaco a los alcaldes de Berniches sacando cuanto quiso de ellos

Francisco de la Bastida mintió como un bellaco a los alcaldes de Berniches, sacando cuanto quiso de ellos. (Foto: www.verpueblos.com)

Semejante disparate no fue cuestionado por nadie, y unos y otros, víctimas y verdugos acataron las ordenes del impostor sin rechistar. Estaba claro que si la maniobra había salido bien podría repetirse.
Así lo hizo nuestro falso inquisidor, quien, poniendo rumbo a La Mancha, dio el siguiente golpe. La víctima fue el alemán Hans Schedler, administrador y yerno de los todopoderosos banqueros Fuggers en Almagro.

Pocas familias superaban en poder a los Fugger, no solo por su enorme capital si no por haber hecho favores incluso a los reyes desde tiempos de Carlos V. Eso no quita para que como alemán que era Juan Jedler pudiera ser acusado de luterano y como el fanatismo propiciado por la Inquisición daba pie a todo tipo de sospechas, allá que acabó Jedler detenido por hereje.

La astucia de Francisco de la Bastida se pone de manifiesto cuando reparte el botín con sus colaboradores necesarios, el carcelero, dos ayudantes, un criado… que posiblemente no le pidieron dinero, pues fueron igualmente engañados, pero se harían menos preguntas con los bolsillos llenos de ducados.

Francisco de la Bastida llegó a estafar a los acaudalados Jedler

Francisco de la Bastida llegó a estafar a los acaudalados Jedler, emparentados con los famosos banqueros Fugger. 

Finalmente tras estafar mil ducados y llevarse varias camisas y ropas del alemán partió de nuevo a Zaragoza con un cuantioso botín. Finalmente, Francisco de la Bastida fue detenido y escarmentado, no con la pena de muerte, como en un principio se le pidió, pero si con unos cuantos años en galeras.

La intención de Francisco de la Bastida y la de los impostores rusos es bien diferente, pero ambos tienen algo en común: lo fácil que resulta estafar a los políticos y cómo cargos de tanta responsabilidad acaban a menudo en tan torpes manos.