Al igual que los médicos investigan cómo funcionan las enfermedades, parece lógico que cualquier persona que ame la cultura se preocupe por la estupidez. Y es que la necedad, subestimada y tomada a risa, ha sido el origen infinitos males.

El auge de ciertos grupos políticos y otros que ya existían así lo demuestran, provocando una duda que hoy trataremos de resolver, los políticos estúpidos ¿lo son por naturaleza? ¿o es el cargo lo que idiotiza?
Antes de nada, habría que aclarar a qué llamamos estúpido. Pese a que existen infinitas modalidades y ejemplos, podríamos resumirlo como aquella persona que teniendo todos los medios para no ser tonto resulta serlo.

Fernando de Nápoles

Fernando IV de Nápoles nació en un ambiente culto, benigno y propicio para el buen gobierno y sin embargo terminó siendo un personaje manipulable.

Esto, evidentemente, alejaría de nuestra definición a personas que, pese a estar destinadas al gobierno, fueron apartadas por sus cualidades psíquicas, tal es el caso del infante Felipe Antonio de Borbón. Siendo el primogénito varón de Carlos III fue descartado de la línea sucesoria por sus desequilibrios mentales, causantes entre otras cosas de “los excesos a los que era proclive” en especial el sexo, lo cual hacía que atacase a las damas de la corte.

Pero más allá de estas circunstancias, científicos eminentes como Gregorio Marañón ya se percataron de que ciertos cargos provocaban una especie de patología psicológica que él denominó como “la pasión por mandar”, en la que un status de poder trastornaba a quien lo ostentaba.

En el mundo clásico parece que ya se tenía constancia de ello y así lo vemos cuando en los paseos triunfales de generales y emperadores un criado le susurraba al oído la famosa frase “Hominem te esse memento” (Recuerda que solo eres humano).
Con lo cual ya podemos contar con una posibilidad cierta, la estupidización del político una vez que accede al cargo. Ahora bien, si el ambiente del poder propicia la estupidez… ¿Se podría inducir a un político a la estupidez? Todo apunta a que sí.

Veamos un ejemplo. Cuando Carlos III fue proclamado rey de España, el reino de Nápoles pasó a manos de su hijo Fernando (popularmente conocido como Fernando Dos Sicilias) pues bien, consciente de lo importante que para un gobernante era la educación, Carlos III dejó la formación de su hijo en manos de Bernardino Tanucci, un tipo inteligente que de maestro de gramática logró ser primer ministro. Lo que no imaginaba Carlos III es que Tanucci iba a utilizar la inteligencia en contra del heredero.

Bernardino Tanucci

Bernardino Tanucci.

Descuidando premeditadamente la educación del muchacho permitió que dedicase más tiempo a la caza y el jugueteo que a su formación intelectual, tanto que se le ha llegado a denominar como el “atleta estúpido” y al que era más frecuente ver regateando en los mercados disfrazado de pescadero o en los bajos fondos de Nápoles que en los consejos de ministros.

Los lazzaroni era un colectivo a medio camino entre la mendicidad y la mafia con los que se codeó Fernando IV de Nápoles representados por Bartolomeo Pinelli en sus estampas

Los lazzaroni era un colectivo a medio camino entre la mendicidad y la mafia con los que se codeó Fernando IV de Nápoles representados por Bartolomeo Pinelli en sus estampas

Tanucci, como máximo representante del despotismo ilustrado napolitano, quiso hacer de Fernando de Borbón un rey títere que le permitiese seguir manejando los hilos del gobierno, y qué mejor forma que idiotizarlo. Con lo que no contó Tanucci fue con que como todo rey que se preste, Fernando tenía que casarse y montar una familia, fue entonces cuando el joven monarca conoció a María Carolina de Austria, que además de ser hermana de la reina María Antonieta de Francia era una mujer de enorme ambición política.

María Carolina de Austria

María Carolina de Austria. El factor con el que no contó Bernardino Tanucci.

Poco esfuerzo le costó a la joven cambiar de manos el timón del gobierno, tan manipulable era el rey que creó Tanucci que pasó de obedecerle a derrocarle en menos que canta un gallo.
Lo cual demuestra varias cuestiones claras: que la estupidez puede ser congénita pero también adquirida y que, desde luego, cuando se mezcla con el poder, multiplica sus peligros atacando incluso los malvados que la inocularon a otros.