La infancia de Jesús de Nazaret está repleta de enigmas. Como cualquier personaje histórico de su época, poco o nada sabemos con certeza de sus primeros años, pero qué no se supiese, no significa que no plasmase por escrito.

En los primeros siglos del cristianismo Jesús se convirtió en una figura icónica y como tal requería de unos primeros años asombrosos cargados de prodigios, como sucedió con Hércules, Moisés u otros tantos héroes de la antigüedad.

Es entonces cuando entraron en juego los evangelios apócrifos. Unos textos, hoy desdeñados, pero aceptados hasta el Concilio de Trento. En ellos se narran todo tipo de aventuras y milagros del pequeño mesías, desde su carácter colérico (por el que no duda en fulminar a sus compañeros de juegos, aunque luego les resucite de una patada en las nalgas), hasta su indómito comportamiento en las aulas, donde reprende a los profesores por saber menos que él.

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Pintores como Giotto se basaron en los evangelios apócrifos para por ejemplo incluir en la huida a Egipto a los hermanos de Jesús.

Sin embargo, un aspecto, interesante y desde luego más benévolo de todos estos textos es la visión del niño Jesús como un verdadero amante de la naturaleza.

Para este niño-dios no hay animales despreciables, incluso en la huida a Egipto, siendo apenas un bebé, unos dragones, que espantan a toda una muchedumbre tras salir de una cueva, son bien recibidos por Jesús, quien los amansa y les deja que se marchen tras reconocerle.

Ese mismo evangelio (el Pseudo Mateo) continúa narrando cómo durante el recorrido por el desierto la sagrada familia fue acompañada de todo tipo de fieras como leones o leopardos, que no solo se amansaban ante el niño, sino que no acometían a otros animales como los bueyes.

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Uno de los pocos artistas que ha reflejado la escena de los leones protegiendo a la sagrada familia fue el británico Herbert Thomas Dicksee.

Otras veces, casi de manera poética, Jesús creaba animales de la nada. Tal es el caso que se narra en el primer capítulo del evangelio del Pseudo Tomás, donde dice que con apenas tres años Jesús hizo unos pajarillos de barro que luego echó a volar.

Esta relación casi mágica con los animales hace que en ocasiones ya no sepamos si son animales o personas, pues en capítulo 21 del evangelio Árabe de la Infancia, un mulo resultó ser un joven transformado en bestia por unas malas artes y que como era de esperar el niño Jesús tornó en humano tras el lloro piadoso de sus hermanas.

Más adelante, este mismo evangelio nos cuenta como otros niños con tal de no jugar con Jesús se escondieron en un horno, esto hizo que el pequeño mesías preguntase a las respectivas madres:

“¿Quiénes, pues, son estos que veis en el horno? Las mujeres dijeron que se trataba de unos cabritos de tres años. Entonces exclamó Jesús: Venid aquí, cabritos en torno a vuestro pastor. Nada más pronunciar estas palabras, salieron los muchachos en forma de cabritos y se pusieron a triscar a su alrededor".

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Los pájaros de barro que echan a volar es uno de los milagros más presentes en los evangelios apócrifos.

La confusión que el niño-dios crea con los animales llega a tal punto, que en su capítulo 35 del evangelio de Pseudo Mateo se dice que el niño se puso a juguetear con unos leones sin que estos le dañaran y sin que ningún adulto se atreviera a acercarse. En ese momento dijo una frase digna de reflexión:

“¡Cuánto mejores que vosotros son estas bestias, que reconocen y glorifican a su Señor, a quien vosotros, los hombres hechos a su imagen y semejanza, desconocéis! Los brutos animales me reconocen y se amansan. Los hombres me ven y no me conocen".

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No es de extrañar que Murillo incluyese entre la sagrada familia un pajarillo y un perro a tenor de lo que nos cuentan los evangelios apócrifos.