Si hace unas semanas nos ocupábamos de los robos que cometió el ejército napoleónico, hoy nos centramos en cómo se recuperaron algunas de aquellas valiosas piezas.

Sabemos que otras, como el retrato del matrimonio Arnolfini sería una tarea realmente complicada (así lo vimos en este artículo. Sin embargo hubo un momento de la historia en que tal recuperación no solo era posible, sino necesaria, me refiero al Congreso de Viena en 1815.

Aquel momento histórico en el que España, al igual que el resto de potencias afectadas, trató de restaurar la situación previa a Napoleón.
Cómo es lógico, uno de los temas a departir era el tesoro artístico saqueado en España. A tal efecto, el rey Fernando VII envió a Pedro Gómez Labrador, un diplomático absolutista al que se le ha criticado mucho por su incompetencia, de hecho, el duque de Wellington dijo que era: «el hombre más estúpido que he visto en mi vida».

Pedro Gómez Labrador destacó como adulador de Fernando VII pero fracasó como diplomático en el Congreso de Viena

Pedro Gómez Labrador destacó como adulador de Fernando VII pero fracasó como diplomático en el Congreso de Viena.

Si a esto le sumamos el pasotismo de Fernando VII por recuperar los tesoros españoles que Wellington le ofreció desde Inglaterra, es fácil imaginar las pocas esperanzas que podrían tener los españoles en recuperar algo en el Congreso de Viena.

Mientras en las recepciones y fiestas se ofrecían sobornos y chantajes, Pedro Gómez Labrador era conocido como “el señor no”, todo eran negativas y por supuesto ningún banquete, ni ningún sarao con el que negociar acuerdos.

Fue entonces cuando se recurrió a nuestro gran protagonista, el general liberal Miguel Ricardo de Álava. capitán de fragata, diputado del común (algo así como defensor del pueblo), teniente general, master general de duque de Wellington (es decir, jefe de su estado mayor) y embajador en los Países Bajos, Francia e Inglaterra.

Para hacernos a la idea el general Álava fue el único mando español que participó en las batallas de Trafalgar y Waterloo

Para hacernos a la idea el general Álava fue el único mando español que participó en las batallas de Trafalgar y Waterloo. En la imagen lo vemos junto a Wellington (Álava es el segundo por la derecha).

Por ello y aunque luego se convirtió en diputado, ministro, presidente del consejo de ministros, nos vamos a centrar en su papel en 1815 cuando tenía 43 años.

Concretamente el 22 de septiembre de 1815 el general Álava decidió entrevistarse directamente con el rey Luis XVIII propietario entonces de buena parte de los cuadros saqueados.

El monarca comprendió que debía devolver las obras, pero se negó a ello y con una frase que pasó a la historia concluyó la entrevista “ni los doy, ni me opongo”. Con aquel aquel descarado desafío Álava marchó trazando un plan.

A su servicio seguía el aguerrido Nicolás Minussir, un italiano que combatió heroicamente en la defensa de Cádiz y la toma del castillo de Niebla y en el que Álava tenía depositada toda su confianza. Por otro lado, se encontraba el pintor catalán Francesc Lacoma i Fontanet, un estudiante de Bellas Artes al que la guerra de la Independencia le sorprendió pensionado en París, gracias a lo cual conocía a la perfección como funcionaba el museo del Louvre.

Solo faltaba una pieza clave en todo este plan, una fuerza militar lo suficientemente potente como para llevar a cabo el golpe maestro de Álava. Tampoco se necesitaba mucho, tan solo 200 soldados, los mismos que envió el general Wellington en ayuda de su viejo amigo Miguel Ricardo de Álava.

Miguel Ricardo de Álava retratado por el pintor británico George Dawe

Miguel Ricardo de Álava retratado por el pintor británico George Dawe.

De este modo, y como el mismo rey francés había dicho que no se opondría, el 23 de septiembre de 1815, Nicolás Minussir al mando de los 200 infantes ingleses y con Francesc Lacoma guiando la expedición se plantaron en el museo del Louvre para recuperar las piezas robadas.

Como era de esperar, se encontraron con la oposición del barón de Denon, Dominique Vivant, que no solo era el director del museo del Louvre sino también uno de los ideólogos del saqueo español. Lógicamente, la situación se volvió insostenible y para evitar pasar a las armas el comando del general Álava se retiró con el nada desdeñable conjunto de 120 pinturas.

A la mañana siguiente y conocedores de las ventajas burocráticas que supone madrugar, se presentaron a primerísima hora pillando a todo el mundo fuera de juego, de este modo sacaron otras 284 pinturas y 108 piezas de colecciones diversas, como el gabinete de Historia Natural y la imprenta Real que también habían sido expoliadas por las tropas napoleónicas.

Cuadro conmemorativo de la hazaña de Álava y sus hombres pintado por Mikel Olazabal

Cuadro conmemorativo de la hazaña de Álava y sus hombres pintado por Mikel Olazabal.

Conocedor de los mecanismos diplomáticos, Álava envió aquel tesoro a la embajada de España en París. Dada su experiencia en la batalla de Vitoria, sabía perfectamente que un comboy así era demasiado suculento para las tropas enemigas y en lugar de conducirlo a los Pirineos atravesando toda Francia puso rumbo a Amberes, ya que entonces, él mismo era embajador en los Países Bajos.

Solo quedaba salvar un obstáculo, los guardias de aduana de la frontera. Nuevamente y gracias a sus contactos con Wellington ese pequeño contratiempo se solucionó con una carga de la caballería inglesa que arrolló a los guardias de la frontera. Fin de los problemas.

De este modo, aquel anhelado cargamento llegó al puerto de Olbulins (Holanda) y de allí arribó a Cádiz, para finalmente depositarse el 30 de junio de 1816 en la Academia de Bellas Artes de San Fernando y de allí algunos de ellos pasaron décadas después al Museo del Prado.

Uno de los retratos menos conocidos del general Álava conservado en la Biblioteca Nacional de España

Uno de los retratos menos conocidos del general Álava conservado en la Biblioteca Nacional de España.