Hoy es Domingo de Resurrección y la religión católica celebra que Jesús de Nazaret resucitó al tercer día después de su muerte. Su Semana de Pasión tuvo un epílogo celestial y aquel que murió en la cruz regresó de entre los muertos para erigirse como el verdadero Salvador. Hasta hubo quien le metió, pobres ilusos, el dedo en la llaga para cerciorarse de que realmente era Él.

Esta Semana Santa hemos asistido a otro viacrucis, esta vez político: el calvario de José Luis Martínez-Almeida. No sabemos, a estas alturas, si tendrá un final tan dichoso como el que conmemoramos en estas fechas. El alcalde de Madrid se ha visto salpicado de lleno por las comisiones que se embolsaron Luis Medina y Alberto Luceño en plena pandemia a través de su consistorio. La imagen no podía ser peor: dos señores ricos, y uno de ellos además aristócrata y famoso, lucrándose con dinero público en aquellos meses en los que la gente veía morir a sus familiares mientras se les privaba de su libertad de movimiento.

La historia tenía todos los argumentos para calar en la opinión pública: una cara conocida, un presunto fraudulento y millonario, otra adjudicación bajo sospecha después de la famosa comisión del hermano de Isabel Díaz Ayuso y la posible intermediación de un primo del alcalde. Todo ello, unido a la ausencia de actualidad política debido a la celebración de la Semana Santa, ha provocado una tormenta perfecta que ha acaparado minutos de televisión, páginas en los periódicos y tendencias en Twitter.

El caso provocaba indignación porque aún están frescos en la memoria aquellos momentos de incertidumbre, las imágenes del Palacio de Hielo, los emocionantes aplausos a los sanitarios, el miedo entrando por ventanas que daban a calles desiertas. Por eso, cuando saltó la noticia de que hubo dos personas que, presuntamente, se sirvieron de su condición para saltarse todos los cauces adjudicatarios del Ayuntamiento y cobraron cantidades desorbitadas de dinero que luego gastaron en coches, yates y lujos ostentosos, todos se giraron hacia una persona: Martínez-Almeida.

Paradójicamente, aquellos meses de pandemia fueron los que encumbraron al alcalde de Madrid como una de las mayores promesas políticas del Partido Popular. Su preparación como abogado del Estado, su talante dicharachero e incluso su capacidad de hacer de la mofa y el ridículo una virtud lo convirtieron en un personaje querido que llegó a traspasar fronteras ideológicas.

Parte de la izquierda aplaudía algunos de los gestos de un alcalde “pop” que no tenía reparos en ir a El Hormiguero a divertirse y recitar de memoria los artículos de la Constitución, un edil que le plantaba cara a Javier Ortega Smith cuando aparecía a contraprogramar un acto contra la violencia de género, un dirigente simpático que conseguía sacarle rédito a las situaciones embarazosas y que se ponía el mono de trabajo cuando era necesario. Ahí se gestó una reconocida figura política que rivalizaba en popularidad con su compañera Isabel Díaz Ayuso.

Desde muchos sectores se dice que esa figura empezó a morir cuando Pablo Casado le traspasó la portavocía nacional del partido, algo que con el tiempo fue un “regalo envenenado”. Algunos le señalan por la mala gestión del temporal Filomena o la devolución al callejero madrileño de altos cargos del franquismo como Millán Astray y, otros, los más voxistas, de la mala solución dada a Madrid Central.

La verdad es que han sido un cúmulo de circunstancias las que han hecho que poco a poco se fueran abriendo grietas en la cabeza del Consistorio madrileño, hasta el punto de que aquel desbordamiento enfangara la crisis nacional del Partido Popular del pasado mes de marzo. Cuando un político entra en barrena, todos los errores vienen de golpe y, si no se atajan con tiempo, todo acaba por convulsionar.

Si la cara es el espejo del alma, que la polémica le ha hecho mucho daño a Almeida resulta evidente en el rostro crispado en el que contesta las preguntas de los periodistas sobre el asunto, además de en escudarse en que los medios sólo prestan atención a los casos que implican a políticos del PP y no a los del resto de partidos en lugar de ofrecer argumentos contundentes para su defensa. Y, por qué no decirlo, en el desacierto de responder a esas cuestiones desde la Semana Santa de Málaga junto a Juanma Moreno, en lugar de estar al pie del cañón en el Ayuntamiento que dirige en plena crisis.

Ya demostró Murphy que, si algo tiene probabilidades de salir mal, saldrá mal, y además siempre es susceptible de empeorar, y así este feo asunto le ha estallado en la cara a Almeida cuando se enfrenta a otra cuestión muy delicada: la comisión de investigación por el presunto espionaje a Ayuso. La declaración de quien fuera su director de coordinación en la Alcaldía, Ángel Carromero, puede abrir otro frente muy peligroso según la información que aporte su antiguo colaborador.

La oposición, fiel al manual, ya se ha apresurado a pedir su dimisión e incluso Begoña Villacís ha tenido que salir al paso para negar la posibilidad de una moción de censura… pero el futuro de la Alcaldía más relevante de España se ha complicado para el PP. El Ayuntamiento de Madrid y la Junta de Andalucía son los dos únicos ejemplos en los que la coalición entre el PP y Ciudadanos ha funcionado con confianza y lealtad mutua. Si la situación de Almeida se complica aún más, con las elecciones andaluzas a la vuelta de la esquina y Elías Bendodo, la mano derecha de Juanma Moreno, en el puente de mando de Génova, se abren las conjeturas para que los nombres de Begoña Villacís y Juan Marín, y de Cibeles y San Telmo, se vean unidos en una operación conjunta.