Quiero que los mandatarios europeos que el pasado 7 de marzo acordaron expulsar a los refugiados, sean quienes personalmente se ocupen de decírselo. Quiero verlos deambular con traje y corbata entre las tiendas de campaña de los campos, eligiendo quienes serán los primeros en ser deportados. Quiero que vean como recogen, una vez más, lo que conservan de sus viejas vidas. Quiero que los hagan formar en largas filas y que sean ellos mismos quienes anoten uno a uno el nombre, la edad y el motivo por el que huyeron de su país. Quiero que los conduzcan a los trenes en los que iniciarán su vuelta atrás y que vigilen que nadie consigue escapar de la formación. Si alguno lo intenta, quiero que corran tras él, lo inmovilicen y lo hagan volver, utilizando la fuerza necesaria. Quiero que antes de amontonarlos en los vagones, vuelvan a hacer el recuento para asegurarse de que nadie de la lista ha conseguido huir. 

Quiero que recorran con ellos el camino que va de Europa a Turquía y que vean sus caras, cuando recuerden los campos por los que, muy poco tiempo atrás, arrastraron a sus familias metro a metro. Quiero que al llegar a Turquía los vuelvan a hacer formar y los vuelvan a contar. Quiero que les entreguen en mano las listas, las vidas, a los oficiales turcos. Quiero que acompañen a sus expulsados hasta los campos que los turcos han construido. Quiero que vean como se cargan los bártulos a la espalda y buscan el trozo de terreno que Europa les ha pagado. Quiero que se esperen a la primera comida, a la primera noche, al primer despertar de su nuevo malvivir.  Quiero que verifiquen que cada uno de los miles de millones de euros que Europa ha pagado a Turquía no se ha utilizado para otros fines.

Quiero que nuestros dirigentes vuelvan a Europa, pero que lo hagan como lo hicieron los refugiados. Quiero que cada uno de ellos cargue con sus maletas y recorra a pie el camino de regreso. Quiero que pasen hambre, sed y frío. Quiero que sean perseguidos, que salten las alambradas de noche, que se hieran, que sientan miedo. Quiero que el camino se les haga infinito. Quiero que se ilusionen al ver la frontera europea. Quiero que corran con los brazos abiertos hacia el continente de la paz y la justicia. Quiero que los guardias les pidan los papeles. Quiero que les digan que Europa ha vuelto en sí y no puede permitirse dejarlos entrar.