Miércoles 13 de febrero. El bloque independentista ha tumbado los Presupuestos Generales del Estado (PGE) de Pedro Sánchez, abocando la legislatura a su final. Moncloa aún no había anunciado el adelanto electoral, pero todos los actores políticos ya lo daban por hecho. Aquel día, el presidente del Partido Popular, Pablo Casado, ofreció una rueda de prensa. Tras ella, en un corrillo con algunos periodistas, explicó cuáles serían las líneas maestras de su campaña, que bien podrían resumirse en una palabra y un número: Cataluña 155.

El líder del PP admitió, de facto, que tocar otras cuestiones podría costarle caro, máxime con el fantasma de Vox y Santiago Abascal merodeando a su alrededor para pescar en sus aguas.

Así, Casado anunció ese día en los pasillos del Congreso que “todo será 155”. Y es que, en los últimos días había pisado distintos charcos, ganándose la crítica de diversos sectores políticos y mediáticos. El líder popular abogó por prohibir el aborto para que los niños ayuden a sostener el sistema público de pensiones. Obviamente, semejante afirmación (semejante barbaridad) sacudió el tablero (y las redes sociales). Como también lo agitó al hablar de la exhumación del dictador Francisco Franco.

Pero Casado rectificó y, ese 13 de febrero, reconoció que rectificaría el rumbo de su argumentario: “No volveré a morder el anzuelo”. Eso sí, “si me preguntan, seguiré diciendo lo mismo”.

Fuera del 155 hace mucho frío

Queda más de un mes para las elecciones generales y Casado, que lleva en campaña desde las primarias, sale a más de un acto por día. Demasiado tiempo delante de un micrófono y una cámara. Tanto, que las intervenciones se tienen que completar con anexos al pilar fundamental: Cataluña.

Y es precisamente en esos momentos cuando no es que pise los charcos, es que se revuelca y regodea en ellos. A Casado se le achaca que no tiene propuestas más allá de un 155 sine die para Cataluña, pero es que es salirse de ese discurso y meter la pata.

Describió a los maltratadores como “personas que no se portan bien” con las mujeres; estableció paralelismos y similitudes entre la actual situación en Cataluña y ETA, cosechando así el reproche de asociaciones de víctimas del terrorismo; instó a las embarazadas a conocer “lo que llevan dentro” antes de abortar y, ahora, propone una ley para que no se expulse a mujeres en situación irregular que entreguen a sus hijos en adopción.

El Partido Popular se ha desmarcado y asegura que “es falso que el PP proponga no expulsar a mujeres en situación irregular a cambio de que entreguen en adopción a sus hijos”. En declaraciones a ElPlural.com, Génova insiste en que “esto es, literalmente, una barbaridad”.

Lo cierto es que, de fondo, lo que se propone es que si una mujer inmigrante que está de manera irregular en el país entrega en adopción a su hijo no será expulsada. Pero el PP lo maquilla: “Planteamos garantizar la confidencialidad en los procesos y que la entrega voluntaria de un bebé no tenga consecuencias negativas para la madre”.

No importan las palabras que se utilicen. No se trata de un error de comunicación. La Ley es, simple y llanamente, indecente. No ha habido manera de comunicarla positivamente porque no tiene ni un solo enfoque positivo. Es lo que parece. El cuento de la criada. O El cuento de la inmigrada.

Cabe preguntarse, por tanto, si hay algún tema, propuesta, Ley u opinión de Pablo Casado más allá del 155 en Cataluña en el que no meta la pata.