Estados Unidos y China han pactado una declaración conjunta dada a conocer el jueves, en la que plasman el compromiso de acelerar en los 10 años próximos la lucha contra el cambio climático. También han anunciado que el año que viene presentarán un plan integral de reducción de sus emisiones de metano. Un pacto que, de llevarse a la práctica, sería para felicitarnos.

Después de los jarrones de agua fría que nos ha proporcionado la cumbre de Glasgow con sus escasísimas exigencias a largo plazo, este propósito de los dos grandes debería plasmarse en la negociación y el entendimiento. Habrá que esperar y ver.

La nueva estrategia apuntada por Biden y Xi Jinping podría ser un triunfo de la diplomacia y de la negociación, tras la crispada relación entre las dos potencias a lo largo de los últimos años. Sin olvidar que el expresidente Donald Trump hizo lo posible y lo imposible por deteriorar a fondo esa relación.En el Foro de Davos de febrero de este año, recién elegido Joe Biden, el mandatario chino Xi Jinping pidió abandonar los prejuicios ideológicos y seguir un camino de coexistencia pacífica y beneficio mutuo.

La llegada de Joe Biden alivió la situación pese a todas las afrentas y, aunque con muchas asperezas pendientes de limar, ha dado pie a una etapa de mayor tranquilidad y esperanza en el porvenir entre ambas naciones, mientras las resoluciones conjuntas de la cumbre del clima dicen bastante de sus firmantes.

Centrándonos en China, y al margen de sus graves carencias democráticas, tiene muchos asuntos pendientes, como el difícil desafío de propiciar el ascenso económico de la clase media, gravando a las mayores fortunas e intentando resolver la pavorosa desigualdad un país que cuenta con un elevadísimo porcentaje de población rural.

Pero Jinping mantiene otros desafíos, como el resurgimiento del coronavirus, justo cuando ya se anuncian los juegos de invierno de Pekín. Y en el área económica se enfrenta asimismo a la transición energética o a un sector inmobiliario muy endeudado y que supone un complejo frente abierto. Es posible, según los expertos, que China exporte menos y que lo haga en productos de gran calidad tecnológica, subcontratando a países vecinos para la producción.

En política interior siguen abiertos los conflictos del Tibet, Hong Kong o Xinjiang, así como la grave situación de la minoría uigur. Cuestiones que dejan mucho que desear en cuanto al respeto a los derechos humanos del gigante asiático.

Pero, a pesar de todo esto, es cierto que Xi Jinping parece dispuesto a dejar a China en mejor posición en la pelea geopolítica, además de dar un empujón hacia adelante a su nación. Su apuesta por avanzar en materia económica, aun cuando puedan tomarse decisiones dolorosas, han tenido buena acogida en el Comité Central del partido Comunista Chino. Éste, en su pomposo lenguaje habitual, ha considerado que bajo el liderazgo de Xi Xinping “se han obtenido logros históricos y una histórica transformación”. Que sea para bien…

Pero si en las relaciones entre China y Estados Unidos prima la cordura para acelerar en los 10 próximos 10 años la lucha contra el cambio climático, dependerá nuestra propia tranquilidad.