Gracias a una persona del núcleo duro del entorno de Franco se pudieron conocer en 2014 las costumbres gastronómicas navideñas del dictador. Unas predilecciones delicatesen que chocaban con el hambre y la miseria que su pueblo padecía en la España de la posguerra.

El guardia civil Carlos Palacios Miguel, su escribiente, reveló hace siete años los menús que a diario comían en la residencia de El Pardo tanto el propio tirano como su familia. Por estos documentos sabemos que su esposa, Carmen Polo, se responsabilizaba de transmitir a sus cocineros los deseos y “caprichos” culinarios del Caudillo para su preparación.

Tras la finalización de la guerra, con las familias españolas con racionamientos y sin un simple trocito de pan que llevarse a la boca en casa de los Franco el menú era de lujo y propio de un dirigente de una potencia europea y no de un país destruido y hundido en la pobreza y en la miseria.

Un amante de la buena comida con “barriguita”

Lo primero que se desveló en la documentación de Carlos Palacios Miguel es que Franco era un amante de la buena comida, que le gustaba comer. Muestra de ello era su fisonomía, bajito pero barrigón, una curva abdominal disimulada por fajines y chaquetas militares.

También se supo que el dictador era más de platos elaborados y de variedad en la mesa: entremeses, primer plato, segundo plato y postre. Entre estos destacaba el pescado más que la carne. Como buen gallego disfrutaba con la merluza y el lenguado. Y eso sí, como dictaba el nacionalcatolicismo imperante y esencia del Régimen, prohibida la ingestión de carne en los días señalados por la Iglesia.

Carnes

De la carne rechazaba el cordero y el cerdo. También fiel a sus orígenes gallegos degustaba con devoción los chuletones de vaca y la buena ternera fresca. Carne que adornaba en el plato con verdura o con salsas. Hay que ponerse en las restricciones de la época para darse cuenta del lujo que suponía esos platos en la mesa de una familia española.

La Marsella”, la sopa predilecta

Los mariscos y los pescados también eran un lujoso añadido a las sopas a las que era muy aficionado el Jefe de Estado. Entre estas sopas aliñadas con marisco y frutos de la mar (merluza, almejas y mejillones) se decantaba por la “sopa al cuarto de hora”. Pero la sopa que más gustaba y a la que los cocineros del dictador se afanaban por que resultase de su total gusto, era la que se denomina sopa “Marsellesa”, paradoja de ser un himno revolucionario en boca de un fascista. Lo que empezó siendo un plato humilde de los pescadores del sur de Francia que utilizaban los descartes de los pescados para preparar la sopa bullabesa o bouillabaisse, con el tiempo fue uno de los platos emblemáticos de nuestro país vecino… y de Franco. Esta receta de olla de pescado es típica en Marsella y otras localidades costeras de la Provenza francesa.

Cocido con pringá

También tenía veleidades culinarias inclinadas a los cocidos, especialmente de garbanzos, pero no solo como un plato único sino acompañado de la típica “pringá” (cerdo, tocino, hueso de jamón, chorizo y morcilla…). Otro lujo frente a la hambruna de la población de la que él pretendía ser su líder espiritual y político.

La riqueza plurinacional la ejercía con su admiración por la fabada asturiana y las alubias. Al igual que con el cocido madrileño, la fabada iba a la mesa posteriormente a la ingestión de filetes de merluza o una sopa.

Uno de los “caprichos de Franco” eran los huevos. Estos se lo preparaban bien rellenos o en forma de tortilla a las finas hierbas.

Los postres de un goloso

Las informaciones que estos documentos revelaron señalaron que Franco era un aficionado a los postres, un auténtico glotón y goloso. A las frutas, por supuesto de temporada se añadían cremas como la de limón o de “monte nevado” con claras a punto de nieve y leche.

Todo paradigma de un gran dictador también en la cocina. Toda la mejor comida para mí mientras que el pueblo se moría, literalmente, de hambre.