De la misma forma que en bastantes películas y novelas hemos visto y leído cómo los fantasmas conviven con las personas, en nuestro actual panorama político ocurre lo propio pero con una particularidad; estos fantasmas, contrariamente a los de ficción, son tangibles y de carne y hueso. 

Dirigentes políticos, que tendrían que haber dimitido o cesado de sus cargos por comportamientos irregulares de muy diversa índole, no sólo continúan en sus puestos -¡o lo que es peor, en otros con más altas responsabilidades!- sino que se muestran aparentemente ajenos a sus desmanes o fingidamente dignos por actuar como lo hicieron. Estos fantasmagóricos personajes los hay en casi todas las formaciones políticas, pero los que se llevan la palma con creces son los que pertenecen por afiliación o compromiso al que, hoy por hoy, es el partido que apoya al Gobierno con la confianza mayoritaria de los ciudadanos. Pareciera que en este país hay mucho adepto a los fenómenos paranormales. Sólo dos botones de muestra; aunque bastante ilustrativos.

¿Cómo entender que un presidente de Gobierno apoye y anime mediante SMS al tesorero de su partido –también senador en sus ratos libres- al saber que éste tiene cuentas millonarias en Suiza al margen de la legalidad y no dimita al segundo siguiente de que la opinión pública conozca la existencia de esos mensajes? Mariano Rajoy es hoy, en el más puro sentido estricto, un fantasma político. 

¿Tiene alguna explicación que el ministro de Defensa reconozca en el Congreso que desde que tomó posesión de su cargo ha firmado un total de 32 contratos con empresas de las que él mismo fue consejero y representante hasta bien entrado el año 2011 –muy poco antes del inicio de su actividad ministerial- y, simultáneamente a este reconocimiento, no presente su dimisión ni sea cesado? Pedro Morenés, al seguir desempeñando hoy su cargo es, como su presidente, un fantasma político. 

Pero ocurre, además, que el partido político del que procede la designación de estos dirigentes -según autos judiciales que así lo manifiestan- se ha financiado presuntamente de forma ilegal y que estos recursos irregularmente allegados han sido utilizados, entre otras cosas, para financiar campañas electorales de forma ventajista en relación con el resto de sus adversarios políticos. 

Es decir, esta formación política está integrada, en una nada desdeñable proporción, por auténticos fantasmas -¡ríanse ustedes de la familia Casper!- que tienen el agravante de acudir a las batallas electorales dopados hasta las trancas. ¿Será ésta la explicación del desaforado vocabulario que emplean para calificar a sus adversarios, que han intentado en los últimos meses conformar un Gobierno –aunque fuese con escasa fortuna-, a los que tratan de “trileros” que han montado un “mal teatrillo”, o un “circo”, o una “astracanada”, o un “esperpento”, mientras ellos hacían de Don Tancredo cuando, antes al contrario, prometieron arrimarse con valentía al morlaco que se avecinaba? 

El 26-J tenemos una nueva cita con las urnas en las que cada cual tiene todo el derecho a votar a las personas que quiera que les representen -aunque éstas sean unos fantasmas dopados- pero que sean conscientes de que los perjudicados por su elección tendrán también todo el derecho a reprochárselo. ¡Derecho por derecho, aunque el ejercicio de uno no tenga marcha atrás y el del otro sólo la virtualidad del pataleo!