Durante meses, Moscú rechazó siquiera imaginar una fotografía entre Vladímir Putin y Volodímir Zelenski. La posibilidad de una reunión directa entre ambos líderes había quedado descartada por el Kremlin bajo una premisa inamovible: solo si servía para certificar que Rusia había logrado los objetivos de su “operación militar especial” en Ucrania. Pero este lunes, el portavoz presidencial Dimitri Peskov ha introducido un giro inesperado en el guion: “El presidente Putin no descarta que este encuentro sea posible”, aseguró. Una frase que, en la práctica, no significa una cita inminente pero sí un cambio de tono que llega en un momento de máxima presión internacional.

El gesto de Moscú se produce mientras Donald Trump lanza un ultimátum al Kremlin: si antes del viernes 8 de agosto no hay indicios claros de que Rusia acepta una tregua y se sienta a negociar, entrará en vigor un nuevo paquete de sanciones económicas. No solo contra Rusia, sino también contra los países que sigan comprando sus recursos energéticos. El mensaje ha apuntado directamente a India —segundo mayor comprador de petróleo ruso—, aunque Washington ha evitado por ahora enfrentarse a China.

Para añadir tensión al tablero, Trump ordenó el pasado viernes el despliegue de dos submarinos nucleares “en las regiones apropiadas”, sin precisar la ubicación. Se trató de una respuesta directa a las declaraciones incendiarias del expresidente ruso Dmitri Medvédev, quien, desde la red social X, calificó de “peligroso” el ultimátum estadounidense y recordó que Rusia conserva el mayor arsenal nuclear del mundo. Trump, lejos de rebajar el tono, respondió con una advertencia: “Mide tus palabras”.

Desde el Kremlin, la reacción oficial a este rifirrafe ha sido de prudencia. Peskov pidió cautela con la retórica nuclear y recordó que “en una guerra nuclear no puede haber vencedores”. Subrayó que Moscú no quiere entrar en polémicas con Trump, aunque trató de quitar hierro al despliegue de submarinos: “De todas formas, los submarinos estadounidenses siempre están en estado de alerta”. Pero la guerra de nervios ya estaba servida.

Y mientras la tensión geoestratégica crece, en los márgenes del conflicto siguen dándose pasos —aunque sean tímidos— hacia un posible deshielo. Peskov reconoció que “el trabajo preparatorio para una reunión como esta no se ha realizado todavía”, pero añadió que sería posible si los expertos de ambos países se sientan primero a negociar. Es, en palabras del portavoz ruso, una “condición imprescindible”.

Ucrania, por su parte, ha reiterado que cualquier diálogo con Rusia estará coordinado con Estados Unidos y las potencias europeas. Zelenski lleva meses reclamando una reunión cara a cara con Putin y este mismo viernes insistió en que la cita sería viable siempre que existieran garantías previas. Turquía se ha ofrecido como mediador y Estambul ya ha acogido tres rondas de negociaciones entre delegaciones de ambos países desde mayo. Aunque con resultados modestos —intercambios de prisioneros y de cuerpos de combatientes fallecidos—, el ministro de Exteriores turco, Hakan Fidan, aseguró el 26 de julio que ha percibido señales más constructivas desde Moscú.

También el ministro de Exteriores de Ucrania, Dmytro Kuleba, habló recientemente de un “cambio de actitud” en la delegación rusa. Una transformación que, según diversas fuentes diplomáticas, podría estar relacionada con la presión directa de Estados Unidos y el endurecimiento de su postura tras los últimos avances rusos en el frente de Donetsk.

La ofensiva de verano lanzada por el Kremlin ha acelerado en las últimas semanas. Rusia ha tomado prácticamente el control de Chasiv Yar, un municipio estratégico en la provincia de Donetsk, tras más de un año de asedio. Además, intensifica los ataques sobre Kostiantinivka y apunta con fuerza a la ciudad de Pokrovsk, clave para avanzar hacia la provincia de Dnipró. Es, en palabras de analistas militares, el avance más rápido en lo que va de año.

Frente a esto, Ucrania ha cambiado su estrategia. Los ataques con drones de largo alcance sobre territorio ruso se han multiplicado: una planta de combustible en Sochi fue parcialmente destruida el domingo y esta madrugada un nuevo ataque impactó en una estación de tren en Volgogrado. Es el quinto ataque ucraniano en cuatro semanas contra la infraestructura ferroviaria rusa que alimenta la logística del frente. Según Kiev, Rusia debe “sentirse vulnerable en su propio territorio” para sentarse realmente a negociar.

Sin embargo, el principal escollo sigue siendo la rigidez de las condiciones impuestas por Moscú. Rusia exige que, para cualquier alto el fuego, Ucrania renuncie a la OTAN, suspenda la recepción de armas occidentales y retire sus tropas de cuatro provincias que el Kremlin considera parte de su territorio. Una propuesta inasumible para Zelenski, que sigue confiando en el respaldo occidental. De ahí que Trump haya autorizado, por primera vez este julio, la transferencia de armamento estadounidense a Ucrania a través de los aliados europeos.

En este contexto, el enviado especial de Trump, Steve Witkoff, viajará a Moscú esta misma semana, mientras que Keith Kellogg, su emisario para Ucrania, hará lo propio en Kiev. La visita de ambos busca preparar el terreno para lo que el entorno de Trump llama una “salida diplomática”, aunque bajo presión. La cuenta atrás para el viernes está en marcha, y con ella crece el ruido de sables, las amenazas de sanciones, los mensajes cruzados… y también, por primera vez en muchos meses, una grieta —aunque mínima— hacia la posibilidad de un alto el fuego.

Porque si algo ha quedado claro en estas últimas jornadas es que la retórica nuclear no ha sepultado del todo la vía diplomática. Y aunque los expertos aún no se han sentado, la idea de ver a Putin y Zelenski en una misma sala ya no es un tabú. Peskov no lo ha dicho de forma explícita, pero sus palabras apuntan a una premisa que, hasta hace poco, sonaba imposible: “La reunión es posible”. Falta saber si lo será antes del viernes.

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