Desde aquel 24 de febrero en el que la vida se paró en Ucrania y Rusia provocó una hecatombe en el orden mundial, han pasado seis meses; medio año en el que las tensiones diplomáticas y las bombas enviadas por Vladimir Putin no han dejado de estallar en el país. En una guerra marcada por la geopolítica y los intereses económicos, los medios de comunicación se han encargado de proyectar la voz del pueblo.
Durante las primeras semanas de conflicto, entre el campo de batalla y las localidades que día a día se iban quedando más vacías, tomaban las calles los periodistas, los enviados especiales, los que servían de altavoz en un escenario que no se veía desde hace décadas y que comenzaba a atemorizar a Europa. Las portadas de los periódicos, las noticias que abrían los telediarios y los programas de radio, todo el foco estaba puesto en Ucrania, pero, a medida los ataques se han ido sucediendo, los medios han ido callando paulatinamente.
Vivencias que calan
“Había estado en otro tipo de guerras como Somalia, el Congo o Siria estos últimos años. El conflicto ucraniano ha batido todos los récords de desplazamientos desde la Segunda Guerra Mundial. No tiene comparación”, asegura Nico Castellano, periodista de Cadena SER que estuvo 35 días en el país invadido, en conversaciones con ElPlural.com.
La matanza de Bucha, el desastre de Mariúpol o la tragedia del puente de Irpin son imágenes impactantes de desplazamientos históricos de ciudadanos que han marcado la cronología del conflicto y que han recorrido todos los rincones del mundo gracias a la cobertura mediática. Por este motivo, las historias cercanas, cotidianas y humanas han marcado el seguimiento de la población internacional de la guerra. “Es el instinto de supervivencia el que habla mucho de la naturaleza humana. Cerca del campo de batalla el trabajo es frenético, te intentas concentrar mucho en lo que tienes que hacer y evalúas los riesgos de seguridad”, valora para este medio Irene Savio, periodista freelance que trabaja en medios como France 24 y El Periódico.
Preguntada por la mayor lección que se extrae cuando se cubre una guerra sobre el terreno, la periodista incide en la idea de supervivencia como forma de vida. En la rutina como método de evasión. En salir a trabajar a la hora habitual pese a que tu mundo se desmorona y puede llegar a su fin a la misma velocidad que giran las manecillas del reloj. “La verdad es que hicimos muchos reportajes con personas que siguen trabajando en la guerra: bomberos, paramédicos, antiminas… Puede parecer algo obvio, pero la guerra asusta mucho y uno piensa que todo se desmorona y se viene abajo. Sin embargo, estas personas siguen ahí, trabajando al pie del cañón, sobreviviendo como pueden mientras realizan sus labores como cada día del año. No deja de sorprender como la cotidianeidad sigue presente cuando la vida se vive bajo las bombas”, relata.
CNN’s @clarissaward stops her live report to help elderly civilians trying to flee Kyiv evacuate as Russian forces close in on the capital city. pic.twitter.com/UCctSBF7G1
— CNN (@CNN) March 5, 2022
La misma idea es la que expone Castellano: en la guerra, más que la muerte, importa la vida. Y son esas historias, “las de los vivos”, las que, según el reportero de la SER, más calan en los lectores, oyentes y espectadores: “Las de las señoras mayores que no se podían mover de la cama por enfermedades, el sepulturero que se había quedado solo porque sus compañeros se fueron o la reportera que iba al frente porque su marido era soldado y después volvía al plató para informar de la guerra; incluso un repartidor de Glovo que, momentos de un bombardeo, repartía alimentos y medicamentos, o profesores que intentaban seguir las clases por zoom con sus alumnos. Es la gente que mantenía el país vivo”.
No obstante, el periodista de la SER pone el foco en la doble vara de medir a los refugiados. “Hemos puesto mucho el foco en lo humano, generando así una empatía tanto en Europa como en España muy grande, nadie ha hablado en los medios de avalanchas masivas, de que van a quitar en el trabajo. Me encantaría que ese resorte de empatía funcionase también para la frontera sur y la gente que llega huyendo de otros conflictos: eso no se hace con los marroquíes o senegaleses. Si de algo ha servido Ucrania es que nos pone en el espejo, nadie está libre de padecer un conflicto así en cualquier momento”, reivindica.
Estas historias marcarán el paso de cómo se contarán los hechos a las generaciones futuras y, por ello, los que proyectan su voz al mundo dan un paso atrás al segundo plano. “Cuanto menos hablemos de los periodistas, mejor, porque muchas veces el periodista se ha convertido en demasiado protagonista de estas historias. Somos simplemente canales de transmisión de lo que pasa la gente. Los periodistas no somos de una materia diferente al resto de los seres humano. Ver tanto sufrimiento, muerte, dolor, miedo, también te va cargando a ti la mochila del desasosiego”, recuerda.
La guerra sigue, los medios callan
Para cubrir un escenario bélico de tal calibre, son necesarios medios materiales, tecnológicos y humanos. Los principales medios de los países europeos han desplazado hasta el epicentro de los hechos a varios de sus reporteros; sin embargo, desde allí, la situación es mucho más crítica.
Por un lado, el compañerismo es la llave que abre las puertas de nuevas fuentes, de conocer mejor el territorio y de ahondar en la intrahistoria de los ciudadanos de a pie. “En las guerras se ve quién es solidario y quién no”, destaca Savio, que no olvida a la periodista Leticia Álvarez, quien, junto a ella, informó para France 24 de lo que sucedía en la zona cero de una guerra cuyo fin parece lejano. “Sin los periodistas locales, la cobertura que damos los extranjeros sería mucho peor. Al final, somos paracaidistas que aterrizamos allí”, dice por su parte Castellano.
Más allá de las fronteras de Ucrania, la cobertura mediática que se ha dado del conflicto, especialmente el primer mes, ha batido los récords de atención. No obstante, y medio año después de ese 24 de febrero, ya no ocupa grandes titulares, ni las imágenes de Volodímir Zelenski abren las portadas de los principales periódicos, ni tampoco hay noticias del estado de las ciudades reducidas a cenizas por las bombas: “El mercado periodístico se ha convertido en efervescente, la noticia no dura nada. Es un error que las cabeceras de los medios reduzcan su presencia en el terreno, la guerra no ha terminado”, señala el periodista de la SER.
Otra de las tareas pendientes que tienen las empresas de comunicación es la precaria situación de los freelance, una cuestión en la que ambos periodistas consultados por ElPlural.com han insistido. “Es necesaria una reflexión de los medios que involucre a la sociedad para que entienda que son necesarios recursos para cubrir de forma rigurosa una guerra que tendrá consecuencias para una serie de países en los próximos años y que ha alterado los equilibrios de poder y ha parado el periodo de paz en Europa”, defiende la periodista de France 24.
“La guerra de Ucrania está sirviendo para reivindicar el periodismo en el terreno, porque solo los periodistas que están en él pueden saber si lo que está pasando es exactamente así o no”, añade por su parte el reportero de la SER.
Periodismo tradicional frente a redes sociales
“La primera víctima cuando llega la guerra es la verdad”. Esta frase, atribuida durante la I Guerra Mundial al senador estadounidense Hiram Johnson, sigue en plena vigencia. Más de un siglo y cientos de guerras después, comunicar nunca había sido tan sencillo y complicado a la vez. Las imágenes se suceden a una velocidad vertiginosa gracias a las redes sociales, motor de la viralización y la interconexión a golpe de clic. A la posibilidad de acceder a contenidos que serían invisibles sin el uso de estas redes se contrapone la infoxicación, el ruido, la propaganda revestida de verdad que provoca la emisión de bulos sin contrastar a los que el periodista debe imponerse pisando el freno de la profesionalidad. Ejerciendo esa tarea de “guardaespaldas de las mentiras” al que Winston Churchill hizo referencia hace exactamente 80 años.
“La potencia de las redes sociales en esta guerra no tiene precedentes, nunca una guerra ha sido tan ‘posteada’”, explica Castellano. “La parte negativa es que, tanto el gobierno ruso como ucraniano, las han utilizado para lo que les interesaba. Las redes se han convertido en una gasolina tóxica, corrosiva, donde cualquiera sentado en el sofá en España o en otro lado, te acusaba de ser pro ruso o pro ucraniano”, prosigue.
A la crispación habitual de esa esfera indomable que se refleja en Twitter se le suma la proliferación de los bulos. “Tanto ruido en redes sociales le ha hecho daño al periodismo. Si tiene algún sentido el periodismo en una guerra es, precisamente, para que la información que se hace esté contrastada, comprobada sobre el terreno, mientras que las redes sociales permiten todo lo contrario: la efervescencia, la rapidez, que hagan volar imágenes o vídeos en comprobarse”, sostiene Castellano.
Para Savio el riesgo es el mismo: “Con las redes sociales hay que tener una postura muy crítica con lo que se difunde y con lo que se puede llegar a leer. Es necesario volver a fijar las reglas que todos conocemos para diferenciar los bulos de la información verificada a través de las herramientas oficiales”, sostiene, reivindicando de esta forma la necesidad de “hacer el esfuerzo para explicar a los lectores por qué el trabajo de los periodistas es fundamental, sobre todo en este conflicto que tiene repercusiones directas en la vida cotidiana de las personas a pesar de que estén a miles de kilómetros de distancia”.