Ser europeísta en estos momentos es mucho más que una vitola en la que se cree . O de la que se presume. Ser europeísta, después de que 1.200.000 británicos hayan puesto en cuestión el futuro de casi 500 millones, es una posición determinada por caminar hacia una mayor integración de los pueblos y la implantación de la justicia social.

No puede ni se puede admitir que porque un tal Boris Johnson, tan genial como payaso, haya querido arrebatar a otro ilustre tonto como David Cameron el liderazgo de los conservadores británicos, se haya puesto en jaque el futuro de todo un continente y en buena parte la suerte del mundo libre.

El estilo británico

Bien observado lo que ha ocurrido la pasada semana en el Reino Unido no puede extrañar a nadie. Quizá lo único destacable es la pérdida de perspectiva de un 51,9 de sus habitantes que han preferido huir de la Historia para embarcarse de nuevo en un aislacionismo que en este caso les resultará letal. ¡Allá ellos!

Un pueblo acostumbrado a la rapiña no podía permitir en modo alguno que los inmigrantes tuvieran derechos y que la isla, se olvidan de que son una isla, representaba también dentro de la Unión un elemento retardatario que no se podía consentir más.

Oportunidad

DE ahí que la salida acelerada de UK de la UE –ahora parece que les ha entrado una especia de pánico escénico a los Boris Jhonson y el tal Farage, un tipo del siglo XVIII (wisky a raudales incluido, según los medios británicos)-representa una gran oportunidad para refundar la Unión y abrazar nuevos principios que hagan posible el viejo y bello sueño europeo.

Liquidada la gran rémora se trata de negociar con dureza unas futuras relaciones comerciales que ahora mismo nadie ve. Hay que tratar al Reino Unido como la dureza que se merece su egoísmo y su ceguera. In es In; out is out. Punto. ¡Qué vayan aprendiendo!

Yo defiendo una Europa unida, solidaria, ejemplo de lo mejor del ser humano. Cuantos más mejor, sin duda. Pero mejor solos que mal avenidos.

Y en esas estamos. Y por esas empezamos de nuevo.