Estados Unidos acostumbra a no respetar la legalidad internacional que, en gran parte, ha definido en primera persona. Así se ha comportado a lo largo de su corta historia y, lejos de recibir críticas o intentos de contención, su camarilla occidental colabora de sus campañas invasoras o mira para otro lado -la segunda de las opciones si hay suerte para el tercer país que lo sufre-. Imperialismo disfrazado de paz, una palabra que hace temblar al mundo cuando la pronuncian los labios del presidente estadounidense.

Sudamérica, especialmente Venezuela y Colombia, están sufriendo ahora la nueva campaña yanki, bajo la excusa de la lucha contra las drogas. La argumentación siempre ha sido lo de menos para la Casa Blanca, que ha desplegado una larga lista de delirios para justificar sus ataques: las armas de destrucción masiva, como ocurrió en Iraq; combatir un terrorismo financiado por el propio EEUU, como sucediera en Afganistán; o simplemente querer tumbar un liderazgo contrario a su yugo para crear un país satélite, como intentaron en Vietnam y consiguieron en Libia.

Todo presidente estadounidense que se precie sabe que no existe ningún problema interno, por muy acuciante que sea, que no pueda solucionarse con la invasión o el bombardeo de un tercer país. “El presidente Donald Trump ordenó tomar medidas y el Departamento de Guerra está cumpliendo”, ha anunciado el secretario de Guerra de los Estados Unidos, Pete Hegseth. Un anuncio que responde a una de las mayores crisis que atraviesa el Estado socialmente fallido, el avance de la drogodependencia, y, como no podía ser de otra manera, la culpa está más allá de sus fronteras

Ni el canibalismo capitalista del país creador del monstruo, ni el decadente poder adquisitivo de las clases trabajadoras, ni la guetificación de los estratos más pobres en ciudades enteras, ni la inexistencia de un sistema de salud garantista con los obreros (ni física ni psicológicamente), ni la manga ancha dada a las farmacias para recetar medicamentos más parecidos a drogas que a remedios. La culpa es de los países latinoamericanos y se soluciona bombardeando lanchas, sin detener a sus integrantes y garantizar su derecho internacional a un juicio justo.

El caballo de Troya es “la Operación Lanza del Sur”. “Esta misión defiende nuestra patria, expulsa a los narcoterroristas de nuestro hemisferio y protege a nuestra patria de las drogas que están matando a nuestra gente”, ha desgranado el subordinado de Trump. La traducción sobre el terreno de lo que esto significa no requiere de analistas internacionales, tan solo de una rápida revisión rápida a la historia. “El hemisferio occidental es la vecindad de Estados Unidos y la protegeremos”, ha zanjado Hegseth. “Proteger”, otro comodín estadounidense que suena a paz.

Embarcaciones, bombarderos, drones y demás armamento deambularán ahora por las aguas del Caribe, pues Estados Unidos es el único país que puede presumir de que todas las aguas del mundo son suyas. Es posible que, de rebote, esta operación “contra el narcotráfico” acabe transformándose en un ataque contra la soberanía de Venezuela e intente poner fin a la vida del malvado Nicolás Maduro, contra quién se ha incrementado la campaña internacional en los últimos meses, premio Nobel de la Paz para una golpista mediante. “Invadan Venezuela” y “dejen morir a la población de hambre”, reclaman los que se dicen opositores patriotas.

Pero si algo finalmente sucede será fruto de la casualidad y no podrá atribuirse a Estados Unidos, por lo menos no hasta dentro de un par de décadas, pese a ser, como ha sido siempre, más que evidente. “Unámonos por la paz del continente. No más guerras sin fin. No más guerras injustas. No más Libia, no más Afganistán”, ha implorado Maduro, que ve como la diana cada vez es más grande y el abusón ya está cargando el puño. Y sucederá lo que Estados Unidos quiera que suceda.

Nadie espera el cumplimiento de la legalidad por parte de un país que cuenta con cárceles que incumplen toda legalidad internacional o mantiene la tortura como método válido para sus pretensiones. Tampoco de sus socios lamebotas de Europa y alrededores. Es lo que tiene dominar el mundo. Y quien se atreva a resistir será considerado enemigo mundial, por supuesto comunista, y sufrirá bloqueos y golpes con sello yanki. Los agredidos siempre podrán acogerse a la diplomacia internacional, como hizo Palestina hace décadas con un resultado a todas luces positivo.

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