El que hasta este momento había sido el presidente de Brasil, Jair Bolsonaro, ha caído derrotado en la segunda vuelta de las elecciones presidenciales frente al izquierdista Lula da Silva, que ha hecho historia y más de diez años después de haber dejado el poder y haber sido encarcelado, ha vuelto a ser apoyado por la mayoría de brasileños para presidir el país. En esta ocasión, Bolsonaro ha acaparado el 49,1% de los votos, frente a los 50,9% que ha recibido Lula da Silva.

Un Bolsonaro que ya había caído derrotado el pasado 2 de octubre en la primera vuelta de las elecciones, con el 44,8% de los apoyos frente a los 46,7% de su principal contrincante, ha vuelto a ser vencido por un sindicalista metalúrgico que ha vuelto a buscar suerte para sacar a su país de la crisis y pobreza que atraviesa. Cabe recordar que entre 2003 y 2011, época en la que da Silva fue presidente, pasó a la historia del país como una de sus etapas más prósperas gracias a las políticas progresistas que se pusieron en marcha por su Ejecutivo, consiguiendo sacar a unas 30 millones de personas de la pobreza, y que en la actualidad la realidad dista mucho de ésta, ya que este 2022 se han cifrado en 33,1 millones las personas que pasan hambre en el país, un 60% más que cuando Bolsonaro tomó el poder en 2018.

Una campaña al más puro estilo Trump

Desde que se conocieran los resultados de la primera vuelta, Bolsonaro no ha parado de alimentar el fantasma de un amaño electoral, llegando incluso a pedir que se aplace la cita de este domingo, alegando sin pruebas, que habrían sido perjudicados en la distribución de propaganda electoral en las estaciones de radio del Nordeste, un bastión inexpugnable de Lula ante el cual el todavía presidente no puede siquiera compensar con los resultados de otras regiones.

La denuncia fue desestimada por el Tribunal Superior Electoral (TSE) por carecer del más "mínimo indicio de pruebas". Descontento con el fallo, Bolsonaro volvió a lanzar insinuaciones golpistas y se reunió de urgencia con altos mandos militares, anunciando que iría "hasta las últimas consecuencias" en este asunto.

El miedo a que no reconociera los resultados de estas elecciones ha estado sobrevolando desde hace varios meses, coincidiendo con la salida de prisión del expresidente Lula y con ello la recuperación de sus derechos políticos.

Quién es Jair Bolsonaro

Jair Bolsonaro se hizo con la presidencia de Brasil en 2018 al lograr el apoyo de casi 58 millones de brasileños, el 55,13% de los votos en la segunda vuelta, siendo investido en enero de 2019. En la campaña electoral de aquel entonces, bajo el lema “Dios, patria, familia y libertad”, el candidato del Partido Liberal (PL), llevó a cabo una campaña marcada por la desinformación, algo similar a la que ha terminado este domingo.

El candidato ultraderechista en las elecciones de este domingo es conocido por sus polémicas, sus políticas y sus efectos en la economía y sociedad de Brasil. Jair Bolsonaro es un provocador con orientación conservadora, con una retórica que comúnmente apunta contra las mujeres y el colectivo LGTBIQ, así como el progresismo. Además, es un fanático religioso con doble militancia: evangélico sin dejar de ser católico.

Este excapitán del ejército nostálgico de la dictadura militar, de 67 años de edad, como ya se ha dicho, no ha abandonado en esta ocasión su tono bélico. Entre su trayectoria profesional, destaca su paso por la academia militar en Rio de Janeiro y su entrada en la vida castrense, salpicada de episodios de insubordinación. Fue diputado por Brasilia durante 27 años y es un defensor católico de la familia tradicional, aunque ha sido padre de cinco hijos de tres matrimonios diferentes.

La expansión de los evangélicos en Brasil en los últimos años ha sido ayudada desde fuera, pero también desde dentro y fuera de la política y de la mano del actual presidente, el ultra Jair Messias Bolsonaro. Ese voto lo ayudó a ganar las elecciones anteriores, en 2018.

Porque este amplio electorado confesional supone un pilar fundamental para el presidente y las preferencias electorales de los evangélicos caminan en esa línea. De hecho, se cree que el 95 % de las iglesias evangélicas apoyan a Bolsonaro. ¿Por qué? Pues por esa venda moralista que deja en un segundo plano lo puramente político o social.

El líder ultraderechista se ha declarado católico pero con guiños a los evangélicos. Tantos como que sus hijos son evangélicos y su actual esposa (la tercera) es intérprete de lenguaje de señas en cultos pentecostales. De hecho, su boda fue oficiada por un influyente pastor de la Asamblea de Dios Victoria en Cristo. En ese difícil equilibrio, este militar retirado es un experto, manteniéndose erguido en el alambre de ser católico a la par que evangélico.

Otro guiño más a la religión que ha hecho en esta campaña Bolsonaro es su bautizo. Así, ha recordado que fue bautizado, vestido de blanco, en el río Jordan, en Israel, donde, según dice la Biblia, Jesús fue bautizado. Sin duda, un guiño claro a los evangélicos.

Su primera legislatura, una catástrofe para la economía

Pese a que Brasil está entre las diez mayores economías del mundo, se ha convertido en un Estado en el que hasta 33 millones de personas pasan hambre, el 15% del total de habitantes. Una cifra que se ha incrementado notablemente desde que Jair Bolsonaro alcanzó el poder presidencial, debido en gran parte a la falta de inversión en políticas contra la pobreza que dieron resultado durante los mandatos de Lula y Dilma Rousseff y la pésima gestión de la pandemia.

Según la Red Brasileña de Investigación en Soberanía y Seguridad Alimentaria (Penssan), durante los años 2020 y 2021, el ejército humano de brasileños que pasan hambre se dobló. Se pasó de los 19 millones en 2020 a los 33,1 millones actuales. Así, poniendo en comparación los datos actuales con los que había cuando el ultraderechista llegó al poder en 2018 se ha registrado una diferencia negativa del 60%.

La crisis por la pandemia del coronavirus actuó como un acelerador de la pobreza en un país que es un gran productor de alimentos. Desde el primer momento, Bolsonaro le restó importancia y no trató de atajarla y ayudar a la población. Fue en 2020 cuando el Programa Mundial de Alimentos de la ONU en Brasil advirtió de que el país se dirigía al mapa mundial del hambre, pero el presidente hizo caso omiso.