11 de septiembre de 2001, 8:45 de la mañana en Estados Unidos. Parece una mañana normal en el sur de Manhattan, pero falta tan solo un minuto para que dé comienzo el mayor ataque terrorista de la historia. Cuatro aviones comerciales han sido secuestrados por Al-Qaeda con el objetivo de perpetrar un ataque kamikaze múltiple contra diferentes objetivos emblemáticos de la máxima potencia occidental. En concreto, y por orden cronológico de sus impactos, se trata del vuelo 11 de American Airlines, el vuelo 175 de United Airlines, el vuelo 77 de American Airlines y el vuelo 93 de United Airlines. ¿Sus objetivos? Las dos torres del World Trade Center, el Pentágono y el Capitolio. Los tres primeros blancos resultan impactados, mientras que el avión que se dirigía al Capitolio cae en un campo de Pensilvania después de que los pasajeros se pelearan con los secuestradores.

En el momento en el que el primer avión atraviesa la Torre 1, a las 8:46 de la mañana, el terror y la confusión comienzan a apoderarse de los viandantes de Manhattan. ¿Ha sido un accidente de avioneta? ¿Una negligencia de algún piloto? ¿Posiblemente un atentado? Un hecho que pilló por completa sorpresa no sólo a los neoyorquinos, sino también a todos los informativos matinales, que conectaron con sus corresponsales de inmediato sin poder dilucidar, en ese momento, qué era lo que había ocurrido. Poco a poco se iba concretando una versión común: un avión había chocado, aparentemente de manera voluntaria, contra una de las torres gemelas. Se sale de toda duda diecisiete minutos después, a las 9:03 de la mañana, cuando un segundo avión se estrella contra la Torre 2. Dos sucesos idénticos en tan poco tiempo no podían ser fruto de algo que no hubiera sido voluntario. Este lunes se cumplen 22 años del que, hasta la fecha, continúa siendo el mayor atentado terrorista de todos los tiempos con un total de 2.996 fallecidos incluyendo a los terroristas.

Sin embargo, el 11-S no se explica por sí solo, sino que se trata del momento culmen de una larga serie de acontecimientos previos y de movimientos geopolíticos. La derrota militar de la Unión Soviética en Afganistán, el crecimiento y expansión del fundamentalismo islámico por África y Asia, los conflictos locales de Oriente y la respuesta de Estados Unidos y la OTAN a los mismos son algunas de las piezas de este gran dominó en el que conviene sumergirse en mayor profundidad.

Cómo se gestan el 11-S y Al Qaeda

El final de la década de los 70 y el comienzo de los 80 fue especialmente tumultuoso en Afganistán. Las diferentes ramas del Partido Democrático Popular, de ideología comunista, pugnaban por el poder, y la Unión Soviética dio su apoyo directo a aquella facción que le era más cercana, la de Nur Muhammad Taraki. Hafizullah Amin, dirigente de una facción no tan afín al comunismo soviético, propició un golpe de Estado motivado por el rechazo de una parte de la población afgana a las medidas de carácter socialista que estaba impulsando el Ejecutivo de Taraki. Este pronunciamiento provoca que la URSS envíe un fuerte apoyo militar que ejecuta con celeridad a Amín, dando paso a un enfrentamiento entre el ejército soviético y las milicias comunistas afganas adscritas al mismo, con el Ejército Popular Afgano, compuesto por muyahidines (combatientes fundamentalistas) de diferentes nacionalidades y comandado por dirigentes islámicos radicales.

A pesar de que el ejército soviético era más numeroso y estaba mejor preparado que el de los muyahidines, el conflicto fue complicándose y prolongándose en el tiempo. Los muyahidines recibieron fondos y apoyo militar de varias naciones del Occidente Global (entre las que se encontraba Estados Unidos) y de otras naciones islámicas, que enviaron batallones de guerrilleros musulmanes para combatir a los comunistas. Tras más de diez años de guerra, las fuerzas soviéticas se retiraron del país, y la victoria islámica se hizo realidad. Este conflicto sirve para ejemplificar a la perfección la ordenación de prioridades en la geopolítica, o lo que es lo mismo, hace valer el dicho de que el enemigo de mi enemigo es mi amigo: Estados Unidos apoyó y financió a grupos radicales que, en cualquier otra circunstancia y como ocurriría más adelante, serían sus enemigos naturales.

Analizando más al detalle el triunfo musulmán en tierras afganas, se puede llegar a diferentes conclusiones. En primer lugar, que los afganos luchaban contra un poder externo contra el que no sólo tenían motivaciones patrióticas, sino también ideológicas y religiosas, al ser el comunismo antirreligioso un enemigo básico del islam. Y en segundo lugar, el fuerte apoyo exterior recibido por el resto del mundo musulmán y por otros países como Estados Unidos, que no escatimaron en la instrucción de milicianos para luchar contra el que por aquel entonces era el principal enemigo del Occidente Global, el comunismo. Una de las numerosas facciones de muyahidines, denominada Al Qaeda (La Base), radicalmente religiosa y anticomunista, no se disolvió tras los conflictos en suelo afgano. 

Acabada la guerra contra los soviéticos, Al Qaeda, fundada por un joven multimillonario saudí llamado Osama bin Laden, continuó involucrándose en otras luchas importantes para el mundo islámico. La evolución natural de esta organización, basada en el panislamismo, anticristiana, antisionista y fundamentalmente antioccidental, le llevó a señalar a Estados Unidos como su enemigo número uno, a pesar de haber recibido ayuda de los mismos en el conflicto afgano. De la misma manera, la CIA identificó con celeridad que Al Qaeda era un grupo terrorista que amenazaba la seguridad de Estados Unidos a causa de su visión global del islam, de Occidente y de los países árabes que mantenían buena relación con el bloque capitalista.

Sembrado este caldo de cultivo en el que hay dos antagonistas claros, ciertas decisiones geopolíticas tomadas por Estados Unidos a lo largo de los años no fueron bien recibidas por el grupo terrorista. Tras los atentados, la propia Al Qaeda emitió un largo comunicado en el que dejó patentes cuáles eran los motivos concretos del atentado del 11 de septiembre, de los que se pueden destacar el apoyo de los Estados Unidos a Israel, la incursión estadounidense en Mogadiscio en el marco de la guerra civil somalí, el apoyo a Filipinas en su guerra contra el terrorismo yihadista, la colaboración con las maniobras israelíes contra los musulmanes en Líbano, la existencia de gobiernos proestadounidenses en Oriente Próximo, a los que Al-Qaeda acusaba de remar en contra de los intereses musulmanes, la presencia de tropas estadounidenses en Arabia Saudí o las sanciones interpuestas a Irak en el marco de la Segunda Guerra del Golfo. En palabras del propio bin Laden años después del ataque, en dos frases muy ilustrativas: "Ha quedado claro que Occidente en general y, Estados Unidos en particular, tienen un odio indescriptible por el islam. Esto es una guerra santa contra los Estados Unidos. A medida que han ido socavando nuestra seguridad, nosotros hemos socavado la suya".

En primera instancia, ni bin Laden ni Al Qaeda se atribuyeron la autoría de los ataques. No fue hasta pasados tres años, en 2004, cuando admitieron haber tenido responsabilidad en lo ocurrido, reivindicando los ataques: "El pueblo islámico es libre, y queremos recuperar su libertad". "El terrorismo contra Estados Unidos merece ser elogiado porque fue una respuesta a la injusticia, destinada a obligar a Estados Unidos a detener su apoyo a Israel, que mata a nuestro pueblo. Decimos que el fin de los Estados Unidos es inminente, sin importar que bin Laden o sus seguidores estén vivos o muertos, porque el despertar de la ummah (nación) musulmana ha ocurrido. Es importante golpear la economía de los Estados Unidos, que es la base de su poder militar", declaraba el líder terrorista en una grabación. 

En definitiva, Al-Qaeda le supuso a Estados Unidos un problema al que no supo anticiparse. Los que inicialmente fueron sus aliados y protegidos en su lucha contra el socialismo y el comunismo, terminaron derivando en temibles enemigos motivados por los preceptos del fundamentalismo islámico.

22 años después

Así las cosas, tras los atentados, Estados Unidos y la OTAN declaran en firme una guerra contra el terrorismo que, en estos 22 años, ha motivado numerosas operaciones militares estadounidenses en países como Yemen, Irak, Siria, Somalia, Pakistán, Afganistán, Nigeria o Líbano, y que ha dejado episodios trágicos para España y Europa, como la Guerra de Irak y sus supuestas armas de destrucción masiva, los atentados del 11 de marzo de 2004 en Atocha, el ataque a la Sala Bataclán (París) en 2015, los numerosos ataques yihadistas que han acontecido en el Reino Unido a lo largo de las dos últimas décadas, o los atentados de Cataluña de 2017, reivindicados por una célula afiliada al Estado Islámico. A su vez, los diferentes conflictos locales se han seguido sucediendo a lo largo y ancho del globo, por lo que el terrorismo está lejos de ser una cosa del pasado. Sin embargo, huelga decir que el terrorismo yihadista es un problema de primer orden en aquellos países donde existe una fuerte insurgencia armada, y no tanto en los países europeos, donde las células afines al Estado Islámico atacan puntualmente como 'represalia' por ciertas decisiones geopolíticas, a través de células reducidas y en una proporción muchísimo menor a la sufrida en los países donde el terrorismo sí que presenta una actividad más acuciante.

A su vez, tras la caída de la Unión Soviética y el desenfrenado crecimiento de los grupos islámicos radicales, el enemigo principal del bloque capitalista había dejado de ser el comunismo y, ahora, el fundamentalismo islámico se había convertido en la principal amenaza, surgida en reacción a las pretensiones globalistas del mundo occidental, como modelo diametralmente opuesto a las mismas, al estar basado en una visión antioccidental y panislamista del mundo.

El 11-S fue el ataque terrorista más importante de la historia. Vino motivado por una serie de acontecimientos que hicieron escalar las tensiones entre Al Qaeda y Estados Unidos, y tras él, se abrió una nueva etapa de la mencionada pugna entre los bloques occidental e islámico, que se prolonga hasta la actualidad. Las motivaciones de uno y otro bando no son sólo culturales, religiosas o ideológicas, sino que también, como es lógico, existe una evidente pugna por el control de los recursos materiales y económicos que ofrecen las regiones tensionadas. En el nombre de las respectivas justicias que cada bando se atribuye, los conflictos al calor de este contexto no han cesado en 2023, aunque el foco internacional se haya desviado de los mismos para atender otras prioridades.